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viernes, noviembre 22, 2024

La elección en que vendí mi voto

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Votaría a Lilita Carrio por veinte o cuarenta pesos de aquella época, un buen dinero que me serviría para comprar un pasaje de vuelta a Buenos Aires… Por: Derian Passaglia

¿Posadolescente confundido, mero especulador, un cínico indiferente de los destinos colectivos de la nación, o simple y llana estupidez? ¿Qué era? ¿Qué me aquejaba aquella tarde y por qué hice eso? Sería algo de todo esto, o un combo, inexplicablemente suelto y listo para ejercer mi deber ciudadano, el primero que ejercería en mi vida, después de tantas bocas de urnas y festejos y decepciones, como aquella vez, ¿lo recuerda Adri tanto como yo? Como aquella vez que salimos a caminar después de una derrota contra los amarillos, los globoludos, y los simpatizantes en los balcones agitaban la bandera imaginada por Belgrano y tocaban bocina y se alzaban en un grito de deshago porque habían ganado, mientras nosotros sufríamos, tristes, puteando, por las pulcras veredas de Belgrano, el barrio…

Yo sería un posadolescente confundido, sin más, con algunos cuantos supuestos sobre la experiencia sin tener experiencia, con la rabia y el deseo por conocer de quien no ha tenido biblioteca y aun así se aventura por el camino de las letras, con la sonrisa quebrada de diecinueve o veinte años, esa que aparenta saberlo todo, cuando en realidad no se sabe nada. Y caminaba hacia el CBC con un morral de tela, hacia el primer año de la Universidad, virgen como podría serlo un libertario de granos y silla gamer, mirando la escarcha que había dejado en el pasto la nevada de la noche anterior, esa única y mágica nevada que se produjo el 9 de julio de 2007. ¡Año electoral, el pueblo debía elegir presidente!

Y yo que nunca había votado, y nunca ni siquiera había pensado en la remota posibilidad de tener que enfrentarme a un cuarto oscuro… ¿Sería, me preguntaba, de verdad oscuro? ¿Y qué habría adentro? Grande fue mi desilusión cuando entré, finalmente, a un cuarto a medias iluminado, donde las luces del sol filtraban los rayos por la ventana… Era un cuarto oscuro de mentira, era una metáfora, no se me dan muy bien, tiendo al pensamiento literal, a la mala lectura de la realidad y de los libros, y entonces así entiendo cualquier cosa de las cosas que debo entender de manera figurada. Pero era mi primera elección, y mientras la blanca nieve sobre los yuyos en el patio del CBC tintineaba sobre la mañana, pensaba mi voto…

Votaría a Vilma Ripoll como presidenta, la candidata de la izquierda unida. Sería, lo había decido, un muchacho de izquierda, con ideales y compromiso por los que menos tienen, un luchador incansable por los derechos los trabajadores, por una patria que estuviera junto a los que deben operar una máquina ruidosa de dimensiones monstruosas en un subsuelo sin ventanas ni aire, entre ratas y cucarachas, quizá hasta la medianoche, con el cuerpo derrumbado sobre una espalda vencida. ¡Sería un genuino defensor de la democracia, de la Patria Grande, de las trovas y las guitarras alrededor de una fogata! Sería, quizá, el voto más triste que sellaría en mi primera vez, a los diecinueve años.

Pero papá me dijo que no, que no tirara mi voto así, en juego estaba la democracia, con sus hirvientes inestabilidades de tercer mundo, sostenidos por una larga correa siempre insumisa, tirada por los gordos y civilizados países del hemisferio norte… Un estricto antiperonista, que había sido un lector de Página/12 en los años de fiesta ajena, un trabajador obsesivo que aspiraba a más en la conciencia, un negro de la villa de blanco espíritu, estaba dispuesto a realizar uno de los actos más peronistas por excelencia, para que su hijo mayor se desvirgara de una buena vez, para que yo no perdiera mi voto en la irrelevancia general que acosa a la izquierda y contribuir, así, a la derrota del peronismo.

-¿Cuánto querés? Te pago si votás a Lilita Carrió -me dijo papá en la escuela en la que me había tocado votar.

¡Lilita Carrió! ¡La abanderada de la Coalición Cívica recibiría un voto comprado por papá, un militante inesperado que revelaba su faceta corporativa y corrupta! Al final, no somos tan distintos, ¿no? Somos iguales, la misma sangre de la realeza villera corre por nuestras venas tapadas de asados, choripanes y litros y litros de vino tinto con soda y hielo. Votaría a Lilita Carrio por veinte o cuarenta pesos de aquella época, un buen dinero que me serviría para comprar un pasaje de vuelta a Buenos Aires, al lugar en el que estudiaba y que me deslumbraba con sus luces de diva geminiana, con sus librerías abiertas por la noche, sus avenidas bulliciosas, su gente no muy amable, inquieta, curiosa, educada en los mejores colegios del país…

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