Rubén Darío trajo la música del idioma francés al castellano y fue el que inventó la modernidad americana… Por: Derian Passaglia
Rubén Darío trajo la música del idioma francés al castellano y fue el que inventó la modernidad americana. La modernidad nuestra fue muy distinta a la europea. Mientras que allá, cruzando el océano, estaban en decadencia, acá era todo nuevo, había que crear las cosas, no destruirlas. Rubén Darío creó la poesía americana a través de una lengua extranjera.
Se piensa en estos primeros poetas americanos como héroes, como libertadores al igual que Bolívar, San Martín o Hidalgo, pero en realidad eran personas de carne y hueso como uno, en especial Rubén Darío, un héroe de brillo barroso, que llegaba con aliento a alcohol a la redacción del diario La Nación, en Argentina, o la vez que recitó sus poemas en un teatro y, antes de terminar, se quedó dormido por la borrachera. Rubén Darío fue el primer poeta punk de América, el primer beat, el primer maldito, el único reguetonero de verdad.
Esta imagen, sin embargo, no coincide con la imagen que proyecta su poesía, idílica y misteriosamente musical, envuelta en halos divinos, atravesada por piedras preciosas (el lapislázuli es uno de sus fetiches), corceles, doncellas, princesas, caballeros, hermosos castillos, países lejanos y tiempos recónditos. La poesía de Rubén Darío, antes que de un libro profano, parece salido de un cuento de Las mil y una noches. Precisamente, ese aura atemporal, esa dislocación de la realidad, esa imaginación exótica, es lo que hace de su poesía algo único.
“Sinfonía en gris mayor”, como todo lo que escribe Darío, está medido. Ocho estrofas de cuatro versos con rimas asonantes. ¿Cómo alguien es capaz de rimar la palabra “zinc”, “cenit” o “dril”? La sinfonía es de los colores del atardecer. Cuando escribe, Darío pinta: las imágenes son metafóricamente claras, el lector ingresa en el paisaje como si estuviera con ese melancólico y viejo marinero, dentro del paisaje, “en la siesta del trópico” y “pensando en las playas / de un vago, lejano, brumoso país”.
Sinfonía en gris mayor
El mar como un vasto cristal azogado
refleja la lámina de un cielo de zinc;
lejanas bandadas de pájaros manchan
el fondo bruñido de pálido gris.
El sol como un vidrio redondo y opaco
con paso de enfermo camina al cenit;
el viento marino descansa en la sombra
teniendo de almohada su negro clarín.
Las ondas que mueven su vientre de plomo
debajo del muelle parecen gemir.
Sentado en un cable, fumando su pipa,
está un marinero pensando en las playas
de un vago, lejano, brumoso país.
Es viejo ese lobo. Tostaron su cara
los rayos de fuego del sol del Brasil;
los recios tifones del mar de la China
le han visto bebiendo su frasco de gin.
La espuma impregnada de yodo y salitre
ha tiempo conoce su roja nariz,
sus crespos cabellos, sus bíceps de atleta,
su gorra de lona, su blusa de dril.
En medio del humo que forma el tabaco
ve el viejo el lejano, brumoso país,
adonde una tarde caliente y dorada
tendidas las velas partió el bergantín…
La siesta del trópico. El lobo se aduerme.
Ya todo lo envuelve la gama del gris.
Parece que un suave y enorme esfumino
del curvo horizonte borrara el confín.
La siesta del trópico. La vieja cigarra
ensaya su ronca guitarra senil,
y el grillo preludia un solo monótono
en la única cuerda que está en su violín.