Paranaländer peregrina por la historia cultural parawayensis usando como vehículo los recuerdos de Guido Rodríguez Alcalá.
«Recuerdos y comentarios» (Intercontinental editora, 2019) de Guido Rodríguez Alcalá, consta de 2 partes bien diferenciadas: la primera (Recuerdos) incluye 6 artículos resultantes de unas entrevistas con 4 poetas, una pintora y una antropóloga, que sobrevivieron de una serie -pensada en principio- más amplia de los años 80, cuando el autor fue director del suplemento cultural del diario ABC Color; la segunda (Comentarios), incluye 19 artículos periodísticos de tema variopinta que oscilan entre lo literario y lo político, aparecidos en los últimos años en diarios (Última Hora y ABC) más 2 discursos. Por cuestión de espacio solo comentaré «Anécdotas del noventaiocho y del novecientos», pues continua con el espíritu de la primera parte: un intento de acercamiento a hombres y mujeres de la esfera artístico-literaria-científica y el contexto cultural en que se movieron.
En «Recuerdos de Josefina Plá», la escritora, grabadora y ceramista hispano-paraguaya es presentada como una especie de mártir o sobreviviente de la larga noche cultural de Morínigo y Stroessner. Que vivió su vida absorbida por trabajos para ganar el pan (como correctora y creativa publicitaria) antes que volcada a la creación de su propia obra. Entre mis subrayados aparece que tuvo de dactilógrafo apellidado Solís, identificado como hermano del paleógrafo del Archivo Nacional. Otro: que a veces dejaba de almorzar para comprarse libros. Que su sobrino Diaz Pérez (hijo de Viriato) le ofrecía ayudarla con dinero y ella siempre lo rechazaba. Que su casa de EE.UU y República de Colombia no llevaba nunca candado pues (sic), la Asunción de los 70 era «más segura». Que durante la Primavera Democrática (1946, año en que Rodríguez Alcalá había nacido), sufrió un conato de ultraje por parte de un pynandi, pero fue socorrida por gente solidaria. Y cuando trabajó en el El País (hoy Última Hora), este diario fue atacado por el grupo colorado ORO (Organización Revolucionaria Obrera) empastelando el local el 5 de septiembre de 1946, según sabe en reacción a los mapas de los 3 tratados chaqueños firmados por dirigentes colorados publicados en ese medio revelando la pérdidas territoriales sufridas por Paraguay.
«Mi amigo José Luis Appleyard» es mi favorito. Por el misterio que deja: que el poeta «juglar de lo pequeño» perdió en un incendio (se quedó dormido con un cigarrillo en la boca, lo mismo les pasó a las escritoras Lispector y Bachmann, la primera quedó desfigurada y la austriaca murió) su obra maestra inédita, libro de poemas que leyó el entrevistador y no se quíen más. Un detalle significativo: sobre Natalicio González, controvertido escritor y político, Appleyard no sorprende declarando que durante lo 6 meses que duró su gobierno no hubo persecución de escritores por sus ideas.
Entre mis subrayados de «Branislava Susnik, exploradora del Paraguay», encuentro lo siguiente: «vine al Paraguay huyendo de los campos de concentración». Llegó al país en 1951. Su discípulo más prolífico fue Gato Chase. Exploró el Alto Paraná durante las movilizaciones guerrilleras contra Stroessner. En 1963 la revista «Ñande» anunció que la vida de una científica corría peligro, a causa de la insurrección de los indios moros (!!!). Y dejó un ñembo adagio: «prefiero no hablar del hombre paraguayo». Añadiré -aclarando que he leído durante mucho tiempo con entusiasmo sus libros- una anécdota que tuve con esta antropóloga (eslovena como el famoso Zizek), que dio la espalda a Tito (que lo había encerrado) y prefirió abrazar a Stroessner (el Paraguay de Stroessner), al parecer debido a ser una anticomunista férrea y católica de tradición. Cuando escucho la palabra Susnik, percute en mí la pistola de la memoria. A los 13 años, en 1981, alumno del CNC, visité una mañana el museo Andrés Barbero (sobre España y Mompox. La calle del comunero Mompox ya la conocía pues desde chiquito la bajaba en dirección a la casa de una tía que vivía en la famosa Chacarita). Estando perdido en una especie de anonadamiento quizá entre la fascinación y el terror delante de las piezas indígenas del museo (arcos y flechas, plumas, urnas o recipientes de cerámica), de improviso veo que soy atacado por una criatura pequeña y esmirriada, cubierta con una especie de piyama o sábana (todo con aire entre póra o aparecido), escoba en mano, barriendo conmigo hasta la calle, confundiendome quizá -nunca lo sabré, fue todo tan irreal- con un espía precoz, un pyraguesito con acné.
«Oscar Ferreiro, hombre de campo y de letras» es muy simpático al mostrar cómo era la vida en la casa en Capilla del Monte, San Lorenzo (entonces un hortus deliciarum hoy un quemadero de basura y cadáveres) del poeta, agrónomo y antropólogo amateur. Los grandes almuerzos en que recibía a la intelectualidad de la época que se animaba a peregrinar hasta su rincón primitivo sin agua ni luz eléctrica. Ambiente proto-hippie ya en los lejanos 65 cuando iba allí la Safo guaraní, Dora Gómez, quien se jactaba de practicar yoga. El propio Roa Bastos pasó por ahí (a quien todo el mundo considera hoy estaba exiliado entonces en Bayres). El poeta murió en 2004 de cáncer. Ferreiro es retratado como un precursor de James Bond, a raíz del episodio que lo muestra como un superhéroe saliendo del agua sin mojarse el traje durante la guerra civil del 47 al lado del bando revolucionario. Un poeta-nadador a la maniera de Viel Temperley.
«Encuentros con Elvio Romero» contiene alguna anécdota interesante. Que a diferencia de Roa, el poeta entraba clandestinamente al país mientras tenía estatus de exiliado político. Una vez en 1987, Seiferheld consiguió que la policía le permitiera organizar una fiesta en homenaje al poeta (en la casa de Humberto Rubin al parecer, frente a la escuela Ligia Mora de Stroessner). En 1975 Guido Rodríguez volvió de Bayres con muchas cartas escritas por Elvio. Al final tuvo que deshacerse de ellas en la frontera. El poeta fue miembro del directorio del partido comunista paraguayo en el exilio.
En «La casa de Edith Jiménez» se nos cuenta que estudió pintura con José Bestard y que Livio Abramo fue su mentor y protector desde 1956 hasta 1992, año en que murió el artista brasileño. El 17 de octubre de 1975 ganó por Alquimistas el Premio Internacional de la XIII Bienal de São Paulo (recordemos el contexto, el general Geisel era el presidente de Brasil, el cuarto desde el golpe militar de 1964, que vivía bajo una dictadura militar igual que Paraguay).
En «Anécdotas del noventaiocho y del novecientos» nos enteramos que Alejandro Guanes y Viriato Díaz Pérez pertenecían a la Sociedad de Teosofía del Paraguay. Y lo más impactante aunque no se proporcionan fuentes: que Annie Bessant y madame Blavatsky visitaron Asunción. Lo de Eligio Ayala habitué de la casa de Villa Aurelia de Viriato ya lo conocía, quizás vía Mendez Fleitas. Y que el español le prestó una vez «Cocaína» de Pitigrilli al presidente liberal aunque ahora mismo, domingo lambareño bajo el plomo de 45 grados de calor, no pueda recordar la fuente de tal enormidad.