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lunes, marzo 31, 2025

Bibliotecas sí, librerías no (tanto)

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Paranaländer reacciona fastidiado ante una pose condescendiente del escritor César Aira ante las librerías rompiendo una lanza guasu por la prioridad de las bibliotecas públicas

Aira haciendo apología de las librerías para caerle en gracia a una librería catalana que le acaba de premiar.

Nambrena. Si queremos caer en la ñoñería de divinizar libros (la cultura no se limita a libros, hay todo un universo oral, musical, visual, que muchas veces es más cercano al ciudadano de a pie que los libros, objetos fetichizados y de lujo cada vez más en estos tiempos del antropoceno), lo más sensato es reivindicar las bibliotecas públicas.  Las librerías son caras y no están acondicionadas para recibir lectores.

No entiendo porqué no se  quiere aceptar el orden natural de las cosas. Yo crecí en una casa sin biblioteca, en una city sin librerías ni biblioteca pública,  pero aprendí a leer ya muy de púber en la biblioteca del colegio. Ese es y debería seguir siendo el orden: biblioteca del colegio, biblioteca pública y después el resto (sobre todo soy asiduo de librerías de segunda mano).

Claro, lo primero de todo, la biblioteca paterna, de la infancia,  de la que yo, al provenir de una familia campesina recientemente urbanizada, carecía. Por suerte,  mi hijo ya cuenta con una biblioteca personal más nutrida incluso que la mía (perdida, derrengada, regalada, mal vendida, etc., en las sucesivas mudanzas y separaciones en el decurso de la vida adulta). Biblioteca teen formada a partir de regalos, herencias y donaciones. Mientras que hoy mi biblioteca cabe en una mochila mak’a. O en un pendrive.

Debo mi vida libresca toda a la maravillosa biblioteca del CNC (Colegio Nacional de la Capital), hoy lamentablemente detonada, en ruinas. La celebró con techaga’u en las páginas de una novela inédita/inconclusa:

“En la biblioteca, se afana en copiar biografías de aventureros antes que de espíritus entregados a las musas: Conrad, Rimbaud,

Richepin. La vida primero, la obra después. La obra siempre ha interesado demasiado a esa especie humana cuyo ámbito temporal se va encogiendo precipitadamente. Sintetizar desesperadamente la tempestad caliginosa de una vida en la solidez apolínea de una magna opera:

mecanismo de defensa para justificar la arbitrariedad de ser.  N. también les dedica el

tiempo necesario para leer uno o dos capítulos al

Viaje alrededor de mi cuarto, al Emilio, a Memorias de ultratumba, a Bomarzo, a la

colección de premios Nobel en una edición de los 50, sobre todo a los ejemplares de ésta dedicados a Knut Hamsum y a Faulkner, o, fuera de colecciones célebres, a Machado de Assis citando a

Pascal en el Bras Cubas… ¿qué más, a ver? Libros que pertenecen tanto a la memoria como a la biblioteca del colegio y a la de la humanidad. Ah…el Tedio de Taine (en realidad se trata de El aburrimiento de E. Tardieu) causó especial revuelo entre

los compañeritos, por lo general amigos tan sólo y

a la fuerza de lecturas limitadas a lo estrictamente

curricular y presupuestado por el orden académico.

La rebeldía que demostraba el andar dando vueltas impune y desafiantemente por ahí con

libros situados fuera de las leyes del maestro y del colegio era todo un triunfo, y es delicioso recordarlo ahora”.

https://www.academia.edu/38963208/Los_Bichos

 

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