Paranaländer fue x la chipa argolla y el rosario de mani que la familia Antar ofrenda desde hace un siglo en su consagración profana al culto santo del 3 de mayo conocido como Curuzú yeguá.
Hoy en día más que choque de civilizaciones lo que tenemos es una batalla real, unos juegos del hambre, entre los globalistas y soberanistas.
El joven nivacle ya no quiere hablar nivacle, en el barrio Valle Ybaté ya no se guisan ni vori vori ni ka’i ku’a ni reviro, en cambio hay una invasión de tiendas callejeras de sushi y kebab, en fin, los joven post léxicos actuales ya no consagran el 3 de mayo al Curuzú ára su tributo en forma de Curuzú yeguá.
Si los comunistas soviéticos eran ateos (satánicos, Wat dixit), parafraseando y parodiando y perevirtiendo al bueno de Sartre, podríamos escribir que “el capitalismo es un (in)humanismo.
Este último feriado puku, extendido entre el día de los trabajadores y el día de la Cruz, estuvimos haciendo el seguimiento de esta fecha sacra del calendario católico, en especial en el barrio Bernardino Caballero, en la esquina de Teodoro S. Mongelós y Rodó, donde está asentada la casa de la familia Antar, que en el año 2030 festejará un siglo de mantenimiento y la sorge de esta maravillosa tradición de engalanamiento de la Cruz con ramas de laurel y eucalipto, chipa y rosarios de mani.
La fuente bibliográfica que me ha llevado hasta la casa de la familia Antar incluye a Goicoechea Menéndez, Natalicio González y Cadogan.
Para Natalicio las chipas fálicas (chipas en forma de cruces que a su vez remiten a órganos sexuales masculinos) indicarían un remoto origen en un supuesto culto al Kurupí mitológico caracterizado por su descomunal falo. Cadogan quitaba toda seriedad a tal cábala. Afirmaba su total pureza católica. Sin embargo, la cruz, de uso en culturas de todos los climas y azimuts del planeta, está muy presente aún hoy día en la cultura de los diversos pueblos guaraníes.
La cochera de la casa de la familia Antar fue el sitio que sirvió de altar o nave nodriza para el descendimiento santo.
Allí un cura del barrio ofició la misa pertinente, allí se compartió el banquete de chipas argollas (3500), cocido quemado, y se regalaron los rosarios de maní (este año se prepararon 1500).
El potlatch ofrendado, cada año un 3 de mayo desde 1930, por la familia Antar es milagroso, ejemplar, sorprendente, casi diría mitológico.
Vaya mi admiración para ella y que la soberanía de lo propio y tradicional se juegue en este tipo de canchas verdaderamente bellas y sagradas.