En esta oportunidad, nuestro columnista cultural nos ofrece un recuerdo de la antropóloga Branislava Susnik, de origen esloveno, que trabajó por 45 años en Paraguay y aquí se radicó hasta su muerte, en 1996.
Por: Paranaländer
He desempolvado mi pequeño cuaderno de apuntes, donde transcribía a mano de bic azul muchos fragmentos de libros de Susnik. Ínfimo homenaje por los 100 del nacimiento de la etnóloga, arqueóloga y lingüista Branislava Susnik (Medvode, Eslovenia, 28.3.1920-Asunción, Paraguay, 28.4.1996). Que al parecer fue ninguneada en Eslovenia, más por ser mujer y escribir en español sobre culturas lejanas que por católica y/o anti-comunista.
En Paraguay, eminentes colegas también han usado el mismo expeditivo expediente del ñembotavy y arbitrario olvido de su trabajo. Para mí, en cambio, ha sido siempre un abrevadero de historias y poesía.
“Los guarayos hablan de Kurupi-vyra. Ser pequeño, lascivo, antropomorfo, peludo, con un collar de plumas mágicamente cosido a su propio cuerpo, de voz retumbante, desligado del complejo animal pero golpeando con su vara puede matar animales y espantar cazadores”.
“Entre los mby’á, los kurupís son seres demoníacos “inmortales” que viven en cavernas, los hombres valientes con un poder chamánico pueden comunicarse con ellos y adquirir inmortalidad”.
“Para los pai tavytera, la selva está llena de habitantes malignos, los kurupiry”.
“Montoya menciona entre los guairá-guaraní antiguos a un curupú en figura de muchacho que vagaba con una cuerda en la mano, acudía en los cultivos cuando el maíz ya estaba verde y había carne, si alguien moría de muerte repentina se atribuía el hecho a ahogamiento por curupú”.
“Los chiripá hablan del mítico mozo Kunumí, que se enamoró de una tayasu (pecarí)” (Los aborígenes del Paraguay, Branislava Susnik, tomo VI, Aproximaciones a la creencias de los indígenas, Museo Etnográfico Andrés Barbero, 1984).
Termino con dos observaciones ajenas a Susnik pero relacionadas con el kurupi:
“Entre los entes nocturnos o demonios que aterran a los naturales está el corupira, que acometen a los indios muchas veces en el bosque, azotándolos, machucándolos y matándolos. Por eso acostumbran los indios dejar en ciertos caminos, que por ásperas breñas se dirige al interior de las tierras, en la cima de la más alta montaña, cuando pro allí pasan, plumas de aves, abanadores, flechas, y otras cosas semejantes, como una suerte de oblación, ofrenda, rogando fervientemente a los curupiras (sic) que no les hagan mal” [Carta del padre José de Anchieta, fundador de São Paulo, al padre general de Sao Vicente, primer escritor en yopará (tupi-portugués) último día de mayo de 1560, primera mención del kurupí en un escrito].
Usos (asépticos, moralistas, chetos, autocensurados) contemporáneos del kurupí en la industria nativa (marca de yerba), o en la ilustración de tapa de libro (Migliorisi), vemos al ente asociado con la lujuria aún antes de Rosicrán, con el proverbial miembro viril descomunal mutilado, elidido.