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viernes, noviembre 22, 2024

El romanticismo trascendental de Herzog

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Última parte de los escritos sobre el bosque de Derian Passaglia. En esta ocasión el tema es el documental Cave of forgotten dreams de Werner Herzog, una obra maestra  sobre las pinturas rupestres de las cuevas de Chauvet, situadas en el sur de Francia.

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Por: Derian Passaglia

¿Creés que el descubrimiento de las cuevas de Chauvet marcan el nacimiento del alma humana moderna? pregunta Werner Herzog detrás de la cámara, en la que solo se escucha su voz, a un paleontólogo de bigotes blancos y pelo blanco, ¿en qué consiste la humanidad? La humanidad, responde el científico, es una buena adaptación al mundo. Gesticula con las manos en círculos, de fondo el lago y los árboles ocres. Las sociedades humanas, sigue el científico, deben adaptarse al entorno, a otros seres vivos, a los animales, a otros grupos humanos… Hace una pausa y busca las palabras mirando un punto lejano, y sigue: y necesitan comunicar cosas, comunicar y grabar recuerdos en lugares muy específicos como paredes, pedazos de madera, huesos. Eso es invención del hombre de Cromañón. Se inventó el arte figurativo con representaciones de animales, hombres, cosas, como una forma de comunicación entre humanos con el futuro para evocar el pasado, para transmitir información, y es mucho mejor que el lenguaje, mejor que nuestra comunicación. Y esa invención sigue vigente hoy en día con esta cámara, por ejemplo, dice el científico señalando la cámara con la que Herzog lo filma, rompiendo lo que se conoce como la cuarta pared.

La cueva de Chauvet fue descubierta en 1994 al sur de Francia y en sus paredes viven una de las pinturas y dibujos más antiguos que se conocen y que se remontan treinta mil años atrás. Está cerrada al público porque el contacto con la humedad y el aire deterioran las obras de arte pintadas en las paredes. Herzog, por intermedio del gobierno francés, consigue un permiso para meter su cámara a la cueva, en uno de los dos momentos del año en que se abre la puerta sellada. Así logró grabar para siempre, o al menos mientras existan las reproducciones digitales, las imágenes de caballos y toros y elefantes hechas por seres humanos primitivos. Ese es el resumen del argumento de Cave of forgotten dreams; a Herzog las imágenes de la cueva le sirven para sacar dos conclusiones que revelan su concepción estética del mundo. Primero, las pinturas de la cueva contienen un significado profundo, muestran una verdad sobre el arte y la especie humana. Segundo, ese significado profundo y esa verdad sirven como explicación argumental de su propia manera de ver el cine y el arte. En esas pinturas rupestres que juegan con las formas de las piedras y la luz del sol y las sombras para crear movimiento dentro de la cueva estaría el germen del arte cinematográfico.

A pesar de que siga en actividad en este siglo XXI, Herzog es un director de cine de la modernidad. Su carácter moderno se basa en que se lo puede definir a través del concepto de representación, puesto en crisis desde las primeras décadas del XX. Hay una nostalgia en Herzog, en realidad, que lo lleva a pensar que el arte puede ser todavía un medio de comunicación. ¿Puede ser el arte todavía un medio de comunicación? ¿Qué extraño vacío, qué mensaje perdido en la mente de quien lo concibe, qué información necesaria para el futuro de las generaciones precedentes y el pasado de las generaciones antecedentes puede comunicar un documental alemán sobre pinturas rupestres, un soneto provenzal del siglo XIII, una novela de caballería de la Edad Media? El paso del tiempo es implacable, borra la importancia de los temas. ¿A quién le importan las hazañas, el coraje y el lenguaje del Cid Campeador? ¿Quién es capaz de soportar su lectura sin tener un momento de duda sobre la propia condición humana? Me pregunto si la lectura del Cid mejoraría si se lo piensa como un John Wick o un Jack Reacher primitivo.

La representación de determinada cosa es, en última instancia, copiarla. Resulta que cuando algo se copia nunca, aunque sea calcado, va a ser igual que el original. En un dibujo se puede notar el trazo, el pulso más o menos nervioso de la mano que copia. La representación encuentra la manera de adaptarse a los tiempos y a las circunstancias y se fue perfeccionando a lo largo de la historia. El CGI, imágenes generadas por computadora, no es otra cosa que la forma perfeccionada, última, el momento más alto, revolucionario, vanguardista y provocador (aunque no haya sido concebido más que como un medio técnico al servicio de la industria) que alcanzó el concepto de representación. No se trata de arte, sino de una herramienta, una aplicación, un software que recrea una imagen de la realidad en una simulación gráfica de animación. La copia es tan parecida a la real, parece no haber ninguna diferencia (y cuando la hay señala las diferencias), se vuelve más real que la realidad, más creíble que aquella visión que se presenta ante nuestros ojos y nos hace sentir que estamos en el mundo, que somos parte de la historia, que en algún lugar del universo va a quedar grabada la memoria de lo que vivimos, experimentamos, creímos y sentimos la realidad.

La representación es copia. Pero no cualquier copia, es una copia que tiene que pasar por real, tiene que engañar los sentidos, tiene que ser más real que la realidad. Hace poco circularon videos de diferentes objetos como un vaso, un morrón, una lata de cerveza, una araña, un brazo, un cubo rubrick, toallas apiladas, una zapatilla, una plantita, un mapple de huevos, un paquete de Doritos, un jarrón antiguo, unas crocs rojas, una ensalada Caesar, un rollo de papel higiénico, una taza de café humeante, una mochila, un jabón, un par de bananas, una pizza, un coco, carne y verduras asadas arriba de un tablón de madera, un sachet suavizante de ropa. Un cuchillo cortaba a la mitad los objetos y se descubría que por dentro eran bizcochuelos de tortas, todo era una torta por dentro: el vaso, el morrón, la lata de cerveza, la araña, el brazo, el cubo rubrick, las toallas apiladas, la zapatillas, la plantita, el mapple de huevos, el paquete de Doritos, el jarrón antiguo, las crocs rojas, la ensalada Caesar, el rollo de papel higiénico, la taza de café humeante, la mochila, el jabón, el par de bananas, la pizza, el coco, la carne y las verduras asadas arriba del tablón de madera, el sachet suavizante de ropa…

Las parodias llegaron en simultáneo. Los usuarios de internet se cuestionaban la realidad a su alrededor. ¿Y si en realidad todos los objetos que nos rodean están hechos de bizcochuelos de torta? La copia nos enfrenta a lo real de nuestra propia existencia: nosotros mismos podemos ser una representación de un original que existe en otro lado, en otro mundo, en un universo paralelo. En otro video alguien miraba videos de objetos que son tortas y descubre, mirándose horrorizado las manos llenas de merengue, mientras prueba un pedazo de sus nalgas, que él también es una torta. La representación, como copia exacta y fiel, verdadera copia que en su capacidad de reproducir la realidad tiene la destreza de superarla, debe ser capaz de suscitar la pregunta: ¿qué es lo real? Lo único real de la representación es la copia, el momento en que el arte dice: soy mejor, soy más lindo, soy más real que la realidad.

El científico que señala la cámara en el documental de Herzog afirma que el cine es arte figurativo, representación. Para Herzog, como para el científico, la representación no es copia (sea de la realidad, de una emoción, de una forma, de un movimiento) sino comunicación (sea de la realidad, de una emoción, de una forma, de un movimiento). Estas imágenes, dice la voz grave en off de Herzog mientras registra las líneas que forman la cara de un oso en la cueva, son recuerdos de sueños olvidados hace mucho tiempo. Suena un latido de fondo, agregado, sin duda, posteriormente en la edición, ya que en la cueva no existe más que silencio, oscuridad y hielos que se derriten muy lentamente. ¿Es este su latido, pregunta Herzog -quien sabe que es un latido reproducido por una computadora- o es el nuestro? ¿Podremos algún día, sigue preguntándose, extender la visión del artista transcurrido tal abismo de tiempo? La imagen funde a negro por un instante y la pregunta queda rebotando entre cuerdas de violens suaves que reemplazan los latidos.

El rayo de sol es un fulgor brillante en la parte superior del arco e ilumina la vegetación que cuelga de la piedra. Bajo el arco el agua no corre, parece detenida en el tiempo, quieta, cristalina, más oscura que el gris de la piedra. Parece un puente natural creado por la mano de un dios antiguo. Cantos de pájaros y notas de un piano se acercan al arco.

Hay un aura melodramático en este paisaje, dice la voz en off de Herzog que vuelve, dejando en suspenso preguntas sin responder. Podría estar sacado de una ópera de Wagner o ser obra de un pintor romántico alemán, sigue Herzog mientras su voz cruza bajo el arco de piedra, el puente que la ingeniería de la naturaleza creó, y se descubre una curva en el lago sinuoso, la luz del sol dora la copa de los árboles secos. ¿Y de la literatura? ¿Qué hay de la literatura, voz en off de Herzog? ¿En qué poema podría ser este lago un obstáculo para atravesar la tierra? ¿En qué novela sería solo un recurso, un elemento que propicia el avance de la trama, el marco que influye en el comportamiento de los personajes, la forma misma de un relato que sabe que todo fluye, como la escritura, o simplemente una figura puesta a funcionar en un texto?

¿Podría ser esa nuestra conexión con ellos? se pregunta la voz en off de Herzog buscando dilucidar qué une a los artistas rupestres, esos hombres de las cavernas, con el arte del presente. En ese paisaje de belleza insuperable donde está el arco de piedra, que es también un recorte sobre lo real, una construcción del propio Herzog alrededor de un pedazo de tierra, de cielo, de árboles y de agua, está también el pasado, están nuestros ancestros y está la historia del ser humano, como si la naturaleza pudiera también mirarnos, contar la historia que nos contamos sobre nosotros mismos.

Herzog practica un romanticismo trascendental, llevado al extremo, donde ya no se ve en el paisaje la interioridad del sujeto, sino una totalidad de los estados del alma del ser humano, como si fuéramos en realidad un solo y único espíritu, donde pasado, presente y futuro se conectan por el propio concepto del ser humano.

Esta composición del paisaje, dice la voz en off de Herzog, es un evento operístico que no pertenece en exclusiva a los románticos -y tiene razón, porque se quiere despegar de los románticos. El hombre de la Edad de Piedra, sigue la voz, pudo tener una sensibilidad parecida con respecto a los paisajes interiores, y resulta natural pensar que pueda haber muchas más cuevas paleolíticas en los alrededores.

La voz en off de Herzog se pierde entre las notas de un piano. El científico, que vuelve para encarnar la voz autorizada de la ciencia, con el fondo del lago y el paisaje, informa que el arco de piedra se llama Pont d’Arc. Puede que el Pont d’Arc, entre aquella gente, fuera no solo un hito natural sino también un hito en su imaginación, en sus historias, en su mitología, algo que les servía para explicar el mundo. Hace treinta mil años atrás, explica el científico, en esos bosques había glaciares, frío, sol, rinocerontes lanudos, mamuts en los ríos, megaloceros, caribús, íbices, antílopes, leones, osos, leopardos, lobos, zorros, y entre todos estos carnívoros y depredadores, estaba el ser humano.

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