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viernes, noviembre 22, 2024

El máximo arte castellano

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En este ensayo, Derian Passaglia explica que el barroco es la expresión artística fundamental de la lengua castellana, aquello que la define como tal frente a otros pueblos y culturas.

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Por: Derian Passaglia

El arte castellano por excelencia es el barroco. Es así, es nuestro, lo propio de nuestro idioma, como el reguetón de centroamérica, como la cocaína de Colombia, como los indios y la barbarie, como el subcontinente semillero del fútbol mundial. Es el único legado que España nos pudo dejar. Muchos reniegan del barroco, no sin razón. En la década del setenta, Severo Sarduy la rompía en París mostrándole a los europeos una de las modalidades del barroco, el neobarroco, la esencia latinoamericana hecha literatura. Sarduy lo definió en unos cuantos postulados: divertimento fonético, maquillaje, la cita culta y la parodia, el arte como tema del arte. ¿Y cuál hay, se pregunta Borges en el Diario de Bioy, que Severo Sarduy tenga éxito en París? ¿Eso que garantiza? La historia demuestra que nada.

Borges fue barroco en una época temprana, en sus primeros veintes, en sus treintis. Después lo abandonó. En muchas entrevistas declara como con una especie de culpa y resignación que fue barroco por un pecado de juventud (lo barroco, como siempre, se toca con lo divino); como todo escritor joven, era inseguro, y no quería darse a entender, entendía que la opacidad del arte era una sensibilidad más elevada, y que si lo que escribía era difícil, su literatura iba a ser mejor. Hay una entrevista en Youtube en la que dice:

-Quiero expresar lo que yo quiero decir, y trato de hacerlo del modo más sencillo posible. Al principio, cuando yo empecé a escribir, yo era un joven barroco, como todos los jóvenes lo son, por timidez. El escritor joven sabe que lo que dice no tiene mucho valor y quiere esconderlo simulando ser un escritor del siglo XVII. Pero creo que ya ahora no pienso ni en el XVII ni en el XX, sino de expresar lo que quiero con las palabras habituales, porque solo las palabras que pertenecen al idioma oral, son las que tienen eficacia. Es un error suponer que todas las palabras del diccionario pueden usarse. Hay muchas que no pueden usarse. Por ejemplo, el diccionario tiene las palabras como sinónimas “azulado”, “azulino”, “azuloso”, y creo que “azulenco” también. La palabra “azulado” puede usarse, es una palabra que el lector acepta. Pero si yo pongo “azuloso” o si pongo “azulino”, no, son palabras contrarias a cómo se expresa. Y que realmente la única que puede usarse es “azulado” porque es una palabra común que se desliza con las otras. (…) Uno debe escribir con el idioma de la conversación, de la intimidad. (…) Yo creo que el barroco se interpone entre el escritor y el lector, además podría decirse que el barroco tiene un pecado de la vanidad. Si un escritor es barroco es como si quisiera que lo admiraran, se siente el arte barroco como un ejercicio de la vanidad, como una soberbia del escritor.

Es sintomático que Borges hable de la palabra azul en sus distintas derivaciones, porque es el título de la obra maestra de Rubén Darío, uno de los barrocos fundantes de la poesía latinoamericana. En los poemas de Rubén Darío hay cisnes y princesas y torres de marfil y nubes de pedo y descripciones hermosas de cuadros franceses. ¿Pero no hay también en los mejores cuentos de Borges citas a textos antiguos, al Martín Fierro, a la Biblia, a las sagas islandesas, a Lugones y a Groussac, a Stevenson y Schopenhauer? Borges nunca dejó de ser barroco. Lo único que cambió fue el estilo, pero no su modo de representación, donde un hecho fantástico pasa siempre en un libro, en la página de un volumen olvidado, en un escritor ficticio. Su barroco está vacío de estilo, es un barroco sin maquillaje, expuesto ante el lector sin mediaciones.

Rubén Darío es el primer poeta que me cambió en la adolescencia. No entendía nada de lo que leía, pero quería creer que sí, que lo que me fascinaba de su poesía era algo que yo entendía, pero en realidad no entendía nada, no podía dejar de leerlo por ese suave ronroneo de las palabras al que te somete su poesía. En ese momento yo no sabía esto, lo sé ahora, porque hasta el día de hoy no entiendo la poesía de Rubén Darío. Esa resistencia también es parte del barroco clásico, el de Lope, Góngora y Quevedo. Y también la resistencia del barroco del siglo XX, la resistencia de Osvaldo Lamborghini a volverse una institución de la literatura, a la pertenencia a los márgenes, a la etiqueta de “escritor maldito”. Antes que Lugones, quizá el barroco argentino por excelencia sea el de Osvaldo Lamborghini, que usó la violencia estatal y la pornografía en su obra para buscar un efecto de rechazo y de extrañeza, de legítima resistencia.

Después vino el neobarroco de la infancia de Arturo Carrera y el neobarroco político de Néstor Perlongher. Ellos practican un barroco transformado en una materia nueva. El barroco que me interesa, el verdadero barroco que busco en el arte es el que no sugiere, el que muestra, el que se entrega al delirio de las palabras y las imágenes, el que no tiene miedo de decir. Aunque no lo parezca, Aira es un barroco, no solo por la frase que a veces retuerce el pensamiento hasta encontrar una salida inédita incluso hasta para sí mismo, sino porque su literatura está jugada al exceso. Los sentidos proliferan, no se escatiman, no retacea información, siempre hay un adjetivo, un verbo, una frase de más, incluso mal escrita, pero no importa, él sigue adelante escribiendo. Es un barroco pop, un barroco extranjero que cualquier vanguardia de principios de siglo XX hubiera envidiado.

Leo a Lezama Lima y no entiendo nada. Me encantan los títulos de sus libros: Enemigo rumor, Aventuras sigilosas, La fijeza, Dador, Fragmentos a su imán. Toda la poesía de Lezama Lima es un gran WTF. ¿Qué dicen sus poemas? ¿De qué habla cuando habla Lezama? No se entiende nada, pero no se puede dejar de leer, porque a cada palabra misteriosa le sigue otra igualmente misteriosa, cuyo sentido se va desplazando por un verso que tampoco se fija a una coherencia léxica o sintáctica, o bien, su coherencia léxica o sintáctica remiten únicamente al nombre de Lezama. Para Lezama, el barroco son las imágenes, y Aira parece haber tomado esta sentencia al pie de la letra en novelas donde los sentidos explotan y proliferan.

Me gusta que el barroco sea algo nuestro, de nuestro idioma, que lo ignoren los yanquis, que lo vean con sospecha en el resto de la Europa no hispana. Quizá eso diga algo sobre un pueblo, o sobre una comunidad, o sobre las formas que tiene una comunidad de representarse el mundo, que no está en otro lado, que no lo tiene otro arte, o que si lo tiene, solo se lo puede percibir a través de una mirada desde un lugar del mundo en específico, porque el barroco es eso, una forma de percibir las cosas.

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