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domingo, noviembre 24, 2024

El método Robert Walser de escritura

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Derian Passaglia escribe sobre la vida, obra y estilo de Robert Walzer, un escritor de origen suizo que vivió en diferentes ciudades de Europa, afrontó el escaso reconocimiento del mundo literario, pasó por el neuropsiquiátrico y murió congelado en en un campo nevado en 1956.

Por: Derian Passaglia 

La vida de Robert Walser empieza rara desde el nacimiento, porque nace en Suiza. No es que sea raro nacer en Suiza sino que las noticias que tenemos del país, en esta parte del mundo, nos son ajenas, salvo por algunos hechos puntuales que conforman toda nuestra imaginación: el chocolate, las montañas y la nieve, los paraísos fiscales. Walser fue el séptimo de ocho hermanos. Su padre era encuadernador y dirigía una tienda. A los catorce años, lo sacan de la escuela y lo mandan a trabajar a un banco, en el que era un empleado ejemplar, hasta que se cansó, dejó todo y huyó a Stuttgart con el deseo de convertirse en actor. La narrativa de Walser es de maneras finas y exageradas al mismo tiempo, la ironía y la conciencia sobre lo que relata vuelven a sus cuentos y novelas un gran escenario casi de farsa.

Fue a probar suerte a un casting para teatro y lo rechazaron porque era demasiado rígido e inexpresivo. Si uno mira una foto de Walser quizá entienda la razón del rechazo. La mirada aparece siempre en la lejanía, como perdida, el pelo revuelto, sucio. Cuando dejó el sueño frustrado de convertirse en actor, se dedicó a escribir y publicar sus primeros poemas en la editorial de Rilke y Hofmannsthal. Su obra empezó a tener cierta repercusión, pero Walser no se llevaba bien con el reconocimiento y la vida en la ciudad. Después de unos pocos tragos se volvía grosero y agresivamente provinciano, entonces poco a poco se fue retirando de la sociedad para llevar una vida solitaria en monoambientes.

En 1913 dejó Berlín y se volvió a Suiza derrotado, como “un autor ridiculizado y sin éxito”, como él mismo dijo. Alquiló un cuarto en un hotel cerca de donde vivía su hermana y se ganaba la vida precariamente como colaborador de suplementos literarios. Después de la Primera Guerra Mundial, el gusto del público por el tipo de escritura que practicaba Walser decae, a la que se la ve como caprichosa y excesivamente literaria. Volvió a mudarse de ciudad, esta vez a Berna, donde consiguió un puesto en los archivos nacionales, pero meses más tarde lo despidieron por insubordinación. Cambiaba de domicilio constantemente, tomaba mucho, sufría de insomnio, escuchaba voces, tenía pesadillas y ataques de ansiedad. Intentó suicidarse y ni eso le salió bien: “ni siquiera pude hacer el nudo adecuado”, dijo.

“Marcadamente deprimido y gravemente inhibido”, decía el informe de la clínica psiquiátrica donde aceptó que lo internaran. Los médicos, pasado un tiempo, no sabían qué mal aquejaba a Walser y si es que ese mal existía, incluso lo alentaron a tratar de vivir solo de nuevo. Pero él eligió quedarse en el psiquiátrico. “No estoy aquí para escribir, estoy aquí para ser loco”, le dijo a un visitante. Se dedicaba a pegar bolsas de papel y seleccionar porotos. Seguía leyendo diarios y revistas pero a partir de 1932 dejó de escribir. En 1956 unos nenes encontraron el cuerpo de un viejito despatarrado en un campo nevado, muerto por congelación. Era Robert Walser.

El “método de escritura a lápiz”, como Walser mismo lo llamó, implicó un cambio radical en su forma de escribir. Según el escritor Coetzee, “Walser necesitaba darle un cierto tipo de ritmo a la mano antes de poder entrar en un estado mental en el cual el ensueño, la composición y el movimiento del instrumento de escritura se convirtieran, en gran medida, en lo mismo”. Cuando Walser escribe avanza menos por la lógica o la narrativa que por el estado de ánimo, el capricho y la asociación. El lápiz le permitía un avance firme, ininterrumpido pero impulsado por el sueño. Según el propio Walser, sus libros pueden leerse como “una larga historia realista sin argumento” o un “libro del yo cortajeado o descoyuntado”.

La ironía es fundamental en este sistema de escritura, ya que el narrador walseriano observa y juzga lo que narra antes de implicarse directamente en los hechos que cuenta. Así, no importa tanto lo que pasa como lo que este narrador tenga para comentar sobre lo que pasa. Los relatos de Walser parecen susurrados al oído por una voz que se distancia de la narración para ser ella, finalmente, la única protagonista, el único hilo argumental posible. “Una pluma -escribe Walser en El bandido– prefiere escribir algo improcedente a tener que descansar siquiera un instante. Tal vez sea éste uno de los secretos de la mejor escritura: hay que escribir según el impulso. Que no acabes de comprendernos, eso es harina de otro costal”.

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