27.3 C
Asunción
sábado, noviembre 23, 2024

El ysoindy dildo de la era del kangylon postaurático

Más Leído

¿Es aurático (aún) o ya definitivamente postaurático el canon parawayensis que porta la bendición otorgada por la entente Museo del barro?, se pregunta Paranaländer en relación a «Aura Latente. Estética/Ética/Política/Técnica» ( 2020) de Ticio Escobar.

 

Por: Paranaländer

 

“Si se llegara a morir mañana Ticio Escobar, el ensayo arty del Paraguay moriría con él”, me propinaba por celular un histriónico colega (de Ticio, dios me guarde, yo no tengo colegas, soy un steppenwolf avá, un steppenyagua) hace poco. Que Escobar había tomado la posta de Josefina Plá en ese campo tan poco frecuentado al menos con asiduidad y perseverancia, y no se vislumbraban figuras epigonales de fuste para tal legado nunga, era la gran preocupación del ñato. Qué se mueran (es nuestro sino, qué más da), le retruqué al llorón, ¡Escobar y el ensayo arty!

Aura Latente. Estética/Ética/Política/Técnica (museo del barro, 2020) de Ticio Escobar es un libro de 309 páginas que se inscribe (palabra franxute snob) dentro del ensayismo arty ciertamente, aunque en general omite el tema local, está pensado como disquisición sobre un tema cosmopolita para un público internacional (una prueba de esto es que se anuncia una segunda edición argenta). Su tesis, que el tiempo clásico del aura triturado por el catastrofílico Walter Benjamin ha sido sustituido por un tiempo de impotencia que él llama de postaurático (el post implica que aún hay aura, michimi, apenas la luz del ysoindy didi-hubermaniano o el del izói-tamoi riesteriano, que el artista y el teórico deben descubrir o develar, esto es, erotizando objetos), tiempo-espacio de una neo pequeña muerte del arte invadido -para suplir tal poscoitum kangylon- por una suerte de dildos de la industria cultural del tecnocapitalismo planetario.

Decía internacional, pues se centra en un tópico benjaminiano, aura, y otro hegeliano, la muerte del arte (clásico). De Paraguay, nanay. Todo bien, pero que nos enliste las obras postauráticas parawayensis. Quiénes son los ysoindy santos en el arte parawayensis y quiénes representan la luz cegadora del poder en Paraguaylandia.

Ok, suponiendo que este mito del falo del arte blanco e impotente realizara el retorno de lo reprimido a través del arte popular e indígena (nimbados de aura plebeya aquí), los dos ejemplos positivos que da el autor de que la ilusión (del arte) no descansa (aún), no veo allí más que una vida fantasmática de una entidad colonizando again “oquedades y pliegues” con su agua bendita llamada “arte”, ese complot como decía Baudrillard.

¿Es aurático (aún) o ya definitivamente postaurático el canon parawayensis que porta la bendición otorgada por la entente Museo del barro?

Una de las páginas más pavorosas es esa donde se codean Duchamp y… ¡Salerno! Homologando, precipitada y cándidamente, un gesto dada-punk avant la lettre, convertir un museo o galería en escenografía de un mingitorio (un lugar lleno de heces sin donde echar pis), con la mimetización de un cuerpo burgués itapuense parawayensis estronista que se desea perseguido y torturado en efigie. La diferencia de gesto es rotunda: uno quiere triturar un espacio en ruinas, el otro quiere conjurar -con tinta- el miedo del yo a los rigores de la época, embalsamar su cuerpo con su copia para no sufrir en carne.

Lo local aparece al fin en el libro de dos maneras: gracias a Suely Rolnik y por el último ensayo del libro (Aura diferente), que orbita en torno a ciertos ritos de los guaraníes (chiriguanos) y chamacocos. Lo guarani-guattariano de la psicoanalista brasilera (quien en el prólogo de su libro “Esferas de la insurrección” se pierde tras el sentido último de unos conceptos guaraníes: teko porã, ñe’ë raity) y el uso del ta’anga ranga entre los guaraníes bolivianos.

La paranoia de está teoría que acosa objetos y entidades -dormidas en su sueño lovecraftiano de cuasi-cosas opacas- para encender sus rescoldos latentes apagados por la tempestad que forman las imágenes-fotones de la telemática actual y el resplandor obnubilante del poder.

Dos cosas sobre ese capítulo: “Las palabras se abren en cuanto son flores” según lo escribe Cadogan, pero yo addendaría aquí, las palabras se abren en cuanto son flores…del mal. Este touch baudeleriano, de convertir en flores el mal, en una alquimia diría antientrópica, despojaría a las palabras de su mítico poder que sabemos en el fondo es pura inanidad. Repitiendo a Baudrillard, el arte es casi el crimen perfecto, vive casi sin decir nada, al borde del chantismo, siempre.

Y terminar con la transcripción de un fragmento de Riester evocando el bestiario espectral y de ultratumba del Areté Guazu. que me recuerda mucho a la apertura de los sidh durante la gran fiesta céltica de Samain:

“El alma habrá de cruzar un río infestado de monstruos sobre el lomo de un caimán o sobre dos troncos que se deslizan en dirección contraria: deberá sortear el encuentro con el izói-tamói, el Abuelo Gusano, que puede dividirlo en dos; tendrá que cruzar entre dos rocas que, cual Escila y Caribdis, se entrechocan con fuerza mortal y habrá de atravesar la oscuridad donde acechan los temibles murciélagos primigenios; deberá, después, permanecer serio ante las muecas de los monos que provocan la risa; hacer oídos sordos  a las seductoras palabras del Árbol Hablante y andar sobre el pasto multicolor evitando ser enceguecido por sus luces potentes, solo entonces podrá purificarse en el Arroyo de la Muerte y llegar a la región serena donde se es feliz para siempre”.

Más Artículos

Últimos Artículos