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viernes, noviembre 22, 2024

El filosofar moral del eterno retorno de lo mismo. Segunda Parte

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Luego de presentar una introducción general al concepto de eterno retorno de lo mismo en Nietzsche, el filósofo César Zapata profundiza la noción con una lectura moral de la misma, atenta a la singularidad del individuo.

Por: César Zapata

Padecer y eternidad.

Durante el 2020 a pocos meses de que en Paraguay y el resto de Latinoamérica se tomaran una serie de medidas para enfrentar la pandemia, la SOPFIL [1] organizó dos conversatorios con el objetivo de pensar, usando elementos propios de la filosofía, aquello que nos afectaba. Coparticipé en uno de ellos con una ponencia, lo cual me dio la oportunidad de trabajar con Lucas Diel, doctor en filosofía (UNNE- Argentina) experto en Nietzsche.

La tarea que nos propusimos fue ayudar, en la medida de lo posible, a los padecientes de la pandemia, desarrollando dos conceptos capitales del filosofar moral de Friedrich: la enfermedad, tema que abordó magistralmente Lucas y el eterno retorno de lo mismo, que tuve el atrevimiento de exponer.

Creo que en ese tiempo aún no dimensionábamos la gravedad del problema. Hoy el otoño del 2021 aterriza sobre un Paraguay devastado; mala gestión de los recursos en un país rico, pero empobrecido, sumado a indecisiones y malas decisiones (por lo bajo) de parte del gobierno nos ha llevado a un colapso sanitario serio. Vivimos en la habitación del miedo, la resistencia y la incertidumbre. Y la pregunta sigue interrogándonos ¿Podemos encontrar en el filosofar del martillo alemán algo que, desde su logos, nos interpele y haga brotar en la intimidad de cada cual una bocanada de oxígeno en medio de nuestro pandémico padecimiento?   

La respuesta es curiosa, pues creo que es afirmativa, pero está “oxigenación” no está vestida de consuelo o esperanza, sino de introspección, voluntad y aceptación.

Pues bien, intentaremos explicar esta respuesta, pero antes hagamos una breve recapitulación de la primera parte, en donde tuvimos la pretensión de expulsar al tiempo cíclico de la interpretación del eterno retorno de lo mismo y en su lugar proponer un tiempo circular  ¿Por qué esto sería importante?

Porque pensar el eterno retorno desde un tiempo cíclico nos aleja del sentido individual que, estimamos, es el espíritu de lo que quiso entregar Nietzsche.

«Todo se rompe, todo se vuelve a ensamblar, eternamente se construye a sí misma la casa del ser, todo se separa, todo vuelve a saludarse, eternamente permanece fiel a sí mismo el anillo del ser».[2]

El uróboros simboliza la naturaleza cíclica de las cosas. César Zapata critica la lectura cosmólogica del eterno retorno porque borra la singularidad del individuo.

En la concepción del tiempo dominada no por los ciclos cosmológicos, sino por el círculo, el presente es el punto en donde pasado y futuro se presencian o escenifican. Esto en un sentido muy preciso, convierte al presente en eterno, pues es la zona donde sucede el encuentro entre un pasado eterno y un futuro eterno.

Sin embargo, la eternidad “efímera” del pasado y el futuro solo se puede constatar en la permanencia del presente. El presente es “el anillo del ser” o lo eterno propiamente tal, en cuanto que no gira como el pasado ni el futuro. Expuesto de otra manera, la eternidad del pasado y el futuro no está en ellos, sino que en su constante movimiento de encuentro: el presente.

Si usted a través de la fuerza de una imaginación total (episteme) puede situarse en un presente eterno, entonces podrá ver, oler, tocar, escuchar y sentir con toda la inmensidad del cuerpo que su vida se repite eternamente con cada uno de sus instantes.

La moral de la doctrina del eterno retorno.

Pues bien está modificación en la manera de vivenciar el tiempo propuesta por el círculo desencadena en el individuo una metamorfosis moral, una suerte de movimiento sísmico en las placas subterráneas que determinan la manera en que valora aquello que le acontece en la vida.

De qué trata este cambio, la verdad es difícil saberlo si es que no se experimenta en la intimidad. Pero Fritz, el preferido de las vendedoras en cualquier mercado de frutas y verduras (Ecce Homo), el perro ruidoso que ladra y calla a intervalos en la sinfonía de la noche (Zaratustra), vivenció y testimonió esta transformación de la siguiente manera.

Su vida se convirtió en una afirmación total: todo lo que le sucedió, lo doloroso, lo infame y sublime, todo fue redimido por el poder del círculo y su presente eterno. Nada importa, nada tiene sentido, todo se repite; todo es eterno y al mismo tiempo todo importa, todo tiene sentido pues la eternidad en sí misma no se repite, la eternidad en sí misma es puro instante, es el lugar frio de la flama, es la inmovilidad del movimiento, es la jovialidad en medio de cualquier contingencia, por más penosa que esta sea[3].

“¡Mira ese portón enano!, seguí diciendo, tiene dos rostros. Dos caminos coinciden aquí, y nadie los ha recorrido hasta el final.

Toda esa larga calle hacia atrás dura una eternidad. Y esa larga calle hacia adelante es otra eternidad.

Estos caminos se contraponen; y chocan precisamente de cabeza: y aquí ante este portón, es donde coinciden. El nombre de este portón está escrito arriba: «instante».”[4]

El  cuerpo del instante exhala lo más ansiado por el solitario y resentido Fritz (enemigo del resentimiento), exhala un absoluto. Nietzsche descubre que admitir que el absoluto ha muerto, implica que puede volver a vivir. Por lo tanto decide decirle sí al absoluto, o más bien a la única máscara que un humano puede conocer del absoluto: el instante. El instante no se repite pues es eterno, es un absoluto (su viejo enemigo muerto). El presente es el absoluto que, dominado por la doctrina del eterno retorno, dice que sí a todo lo que nos puede suceder en la vida. Ya se lo dijo Lou Von Salome en su oído de topo (Aurora) miope: vida si no tienes más que entregar, dame al menos dolor…

Friedrich Nietzsche y Lou Salomé

Digamos todo lo anterior de otro modo:

Friedrich piensa que para vivenciar la doctrina del eterno retorno, nos debemos entregar a la aceptación profunda de que todo aquello que nos ha sucedido nos va a suceder eternamente, una y otra vez. Por lo tanto, no nos queda mejor posibilidad que comenzar a enamorarnos de lo que acontece en nuestra vida, de lo que sucedió y de lo que va a pasar.

El amor al destino de los estoicos cobra un nuevo brillo, no es la aceptación de un destino en cuanto fatalidad, sino que es el enamoramiento por la vida que eternamente dice que sí a todo aquello que le acontece.

Para finalizar, intentemos recapitular el camino que hemos seguido.

La lectura cosmológica, que implica un tiempo cíclico, es seductora, pero demasiado distante del individuo, al cual Friedrich defiende a toda costa[5].

La lectura del tiempo circular restituye la individualidad desde una intimidad interpelada por el logos de Fritz, no obstante el propio Nietzsche está encapsulado en su particular vivencia del eterno retorno. No puede no estarlo, pues si no lo estuviera se convertiría en un cadáver del absoluto.

El eterno retorno no puede ser, en consecuencia, el mismo en todas las individualidades, pues si bien es un absoluto, en cada uno se deposita con diferentes susurros.

Si la lectura de estas breves palabras no ha sido por sí misma una terapéutica vital, entonces solo queda a quien lee preguntarse lo siguiente: ¿Usted podría imaginar que esta pandemia se repita en su vida, una y otra vez en idéntica sucesión de hechos, por toda una eternidad?

Si su respuesta es positiva no es suficiente, pues el optimismo es tan frágil como la esperanza judeo cristiana. Si su respuesta es negativa, todo sigue igual. Si su respuesta es afirmativa y usted es capaz de decir que sí a la vida, entendiendo que la vida no tiene moral, que no es cruel ni justa, pues esas coordenadas tienen que ver con los humanos y sus construcciones morales, no con la vida misma, fuerza incontrolable e inaprehensible, entonces tal vez, usted, se convierta en un discípulo de la doctrina del eterno retorno.

Referencias

[1] Sociedad paraguaya de filosofía.

[2] Fragmento de «El convaleciente», Así habló Zaratustra .

[3] En la canción del noctámbulo (Zaratustra) Nietzsche señala algo muy interesante: es el placer quien quiere eternidad, el dolor quiere pasar. Esto se podría interpretar como que la afirmación enamorada de la vida, en el fondo y frente a cualquier circunstancia, tiende siempre al placer.

[4] Así habló Zaratustra.

[5] La interpretación ritual mitológica del eterno retorno propuesta por Mircea Eliade, tiene un poderoso carácter cosmológico, pero creemos que nada tiene que ver con lo propuesto por Nietzsche. Por otra parte la lectura de Deleuze del eterno retorno como “el valor que valora todos los valores” restituye lo individual, pero en nuestra opinión expulsa la mística impregnada en la proposición del martillo alemán.

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