Paranaländer escribe sobre Francesco Petrarca y sus versos dedicados a su musa Laura. Entre ellos se destaca “El triunfo de la muerte”, escrito después de la muerte de la mujer a consecuencia de la peste negra.
Por: Paranaländer
“Lo que morir llamó la gente loca.
En esta se mostró la muerte bella”
Una de las víctimas de la peste negra (“la muerte negra”) que causaba estragos en Europa en los años 1347-1350 fue Laura, la musa de Francesco Petrarca (1304-1374). Aunque muchos sospechan que ni siquiera existió (como su amigo Giacomo Colonna), otros dicen que fue la esposa de un ancestro del marqués de Sade (entre ellos Agamben), por eso se la conoce como Laura de Sade (o de Noves, de donde procedía la dama). La noticia le llegó a Petrarca por una carta enviada por su amigo Sócrates (Ludwig van Kempen o San Luis de Beringen, cantor flamenco) el 19 mayo de 1347 (había muerto el 6 de abril). Casi 20 años de amor platónico si consideramos que conoció a la dama franxute en la iglesia de Santa Clara de Aviñón en 1327, el 6 de abril para redondear la matemática cabalística. El amor no correspondido más famoso de la historia de la poesía. Lauretta, Laura. Los primeros cuatro Triunfos (del Amor, de la Castidad, de la Muerte y de la Fama) fueron escritos antes de 1370. El Triunfo de la Muerte poco después de la muerte de su musa. Todos en endecasílabos con títulos en latín pero escritos en lengua vulgar y tercetos dantescos.
“Laura, ilustre por sus virtudes y largamente celebrada en mis canciones, apareció por primera vez ante mis ojos en el despertar de mi juventud, en el año del Señor de 1327, el sexto día de abril, en la iglesia de Santa Clara de Aviñón, por la mañana. Y en esa misma ciudad, en el mismo mes de abril, en la misma primera hora del día, en el año de 1347, la luz de su vida fue sustraída a la luz del día, mientras yo me hallaba por azar en Verona, ignaro ¡ay de mí! de mi destino. La noticia dolorosa me alcanzó en Parma, en una carta de mi Ludovico, en el mismo año, en la mañana del 19 del mes de mayo. Su cuerpo castísimo y bellísimo fue puesto a reposar en el cementerio de los hermanos menores, el mismo día en que ella murió, en el crepúsculo. Estoy convencido de que su alma ha vuelto al cielo, de donde había venido, como la del Africano del que habla Séneca. He considerado escribir esta nota como acerbo recuerdo de tal pérdida, pero también con cierta amarga dulzura, sobre esta página que a menudo aparece ante mis ojos, a fin de que me llegue la advertencia, por la frecuente visión de etas palabras y por las meditaciones sobre el rápido huir del tiempo, de que anda existe en esta vida en lo que yo pueda ya hallar placer y de que es tiempo, ahora que se ha roto el vínculo más fuerte, de huir de Babilonia. Por la previsora gracia de Dios me será más fácil, si reflexiono con viril perseverancia sobre los inútiles cuidados, sobre las vanas esperanzas y sobre los eventos imprevistos del tiempo pasado” (El poeta escribió esto sobre el primer folio de guarda de su precioso códice de Virgilio, justamente frente a la página que había pintado Simone Martini, por encargo suyo, un retrato de Laura, hoy perdido).
Los triunfos tienen por tema la descripción de un triunfo poético visto en sueños por el autor. En el capítulo 1 la muerte interpela a Laura:
“Un sol parece Laura y su cuadrilla
estrellas, a quien luz aún acrecienta
y da mayor belleza a maravilla”
“¡Mezquino quien confía en lo presente!”
En el capítulo 2 el poeta tiene la visión de la muerte:
“El tiempo es breve, mucha nuestra gana,
tu plática que se modere
primero que se muestre la mañana”