Lobo de mar (añosluz, 2020), de Olivia Milberg (CABA, 1992) es un libro de poemas que se aleja sensiblemente de los temas de representación que exige la época: los abusos, la trata, la perspectiva de género, etcétera, y se constituye en un libro de poemas “que se puede leer”.
Por: Derian Passaglia.
Hace tiempo estoy un poco alejado de la poesía que se escribe en la actualidad, en general, porque resulta un ambiente demasiado endogámico y para estar al tanto de las novedades, de lo que se está escribiendo, hay que pertenecer. Lobo de mar (añosluz, 2020), de Olivia Milberg (CABA, 1992) es un libro de poemas que se aleja sensiblemente de los temas de representación que exige la época: los abusos, la trata, la perspectiva de género, etcétera. El cambio se da en la perspectiva.
Milberg construye un libro de poemas que se puede leer, como el Martín Fierro, La ilíada o los grandes poemas, como una historia; en este caso no una historia nacional, épica, sino familiar, íntima, en torno a una nena de cinco años que vive en un pueblo costero de pescadores.
La poeta recrea un mundo entero con pocas palabras, con dos o tres significados que se repiten a lo largo de los poemas. No hay nostalgia por ese mundo, sino recreación, puesta en presente de la mirada de una niña que observa el mundo: “¿Dale que éramos gatitos recién nacidos? / Dale / Fruncimos los ojos y maullamos despacio”.
El no entender, entonces, aquello que una niña de cinco años no sabe, que escapa a la comprensión por pertenecer a la lógica y la dimensión de los adultos, se vuelve fundamental para captar la belleza que irradian los versos: “Papá se va de viaje dos meses a la India./ Le cuento a todos, pero no sé bien qué es la India / ni cuánto duran los meses”. Es en esa dislocación espacio/temporal donde Lobo de mar construye su fábula familiar.
Los animales del libro se transforman. A los cangrejos les falta una pata, las toninas se vuelven rosadas, y una perra “lamió y lamió y lamió / hasta transformar su herida / en cría”. Como en la mitología antigua, la metamorfosis es el recurso fantástico que llena de misterio y realidad a las criaturas de la poesía de Milberg. En algún sentido, ese yo poético que mira el mundo con ojos inocentes es también una criatura.
¿Dale que éramos gatitos recién nacidos?
Dale
Fruncimos los ojos y maullamos despacio.
Me lamí una mano y me la pasé por la cabeza.
Ani se rió y yo me enojé porque me dio vergüenza.
No te podés reír si sos un gatito recién nacido.
Miau.
Mau mau mau.
Y yo había nacido enferma y capaz me moría.
Dale, las dos, y yo dormía en una cucha que era una nube y
si quería me podía transformar en otros animales.
Mau mau mau.
Acurrucada en el piso simulé que temblaba. Me salieron
lágrimas de verdad.
***
Vivo adentro del lobo.
Adentro y afuera del lobo.
El vértigo me mantiene
unida a las lunas
como una telaraña
que se tensa, se vence, se tensa.
***
Acá se le pone nombre a las cosas. A los ranchos, las barcas,
los caminos. Incluso a algunas rocas, La roca del Muerto, El
Culo Limpio, La Ballena.
Le pregunto a Elsa cómo se llama la oveja y me mira con
cara de nada: ¿Lo qué? ¿la oveja? Oveja, nomás.
Todos los días le doy la mamadera.