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sábado, noviembre 23, 2024

Poetas del sic transit

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Paranaländer nos trae en esta edición un recopilado de poetas “del sic transit”, que dedicaron versos a la muerte o a la temporalidad de la vida. Afirma que la corriente tiene un “ADN hispánico”.

 

Por: Paranaländer.

 

“ha leído en el reloj de sol de un antiguo
jardín una inscripción latina: Una ex bisce morieris
 (Morirás una de estas horas)”

 

De Manrique (“Recuerde el alma dormida, /avive el seso y despierte/contemplando/cómo se pasa la vida, /cómo se viene la muerte, /tan callando…”) a Darío (“En vano busqué a la princesa/que estaba triste de esperar. /La vida es dura. Amarga y pesa./¡Ya no hay princesa que cantar !/Mas a pesar del tiempo terco/mi sed de amor no tiene fin;/con el cabello gris me acerco/a los rosales del jardín…/¡Juventud, divino tesoro,/ya te vas para no volver!/Cuando quiero llorar, no lloro ;/y a veces ¡lloro sin querer…!/Mas es mía el alba de oro”) pasando por los hermanos Argensola, Nervo (“Hay que andar por el camino/ posando apenas los pies;/hay que ir por este mundo/como quien no va por él…/…Serena tu espíritu, vive/tu vida en paz./Si sólo eres sombra que traga/la eternidad,/¿por qué te torturas, por qué/sufrir, llorar?”), el autor anónimo de la “Epístola moral” (“Como los ríos que en veloz corrida/se llevan a la mar, tal soy llevado…/… ¿Qué es nuestra vida más que un breve día?/Qué más que el heno, a la mañana verde, /seco a la tarde?”), José Asunción Silva, Espronceda (“Ni aun quedará reliquia de tu lumbre”), Calderón (“Estas que fueron pompa y alegría/despertando al albor de la mañana/a la tarde serán lástima vana”), Quevedo (“Vencida de la edad sentí la espada/y no hallé cosa en que poner los ojos/que no fuese recuerdo de la muerte”), Sor Juana (“Es cadáver, es polvo, es sombra, es nada”), Rosalía (“Hora tras hora, día tras día,/entre el cielo y la tierra que quedan/eternos vigías,/como torrente que se despeña/pasa la vida”), los poetas del sic transit, así pasa la vida, conformarían no solo una comunidad ideológica, elegiaca, la de una weltanschauung cristiana de desprecio a los bienes terrenales y fe en lo eterno, sino también un ADN hispánico o marca racial de nación. Esto según un fantástico folleto que he encontrado por puro azar estos días (fúnebres y pestíferos): “La brevedad de la lírica en nuestra poesía lírica”, de 1935. Que no es otra cosa que el discurso de un candidato para su ingreso y aceptación como miembro pleno de la academia española. El autor, Ramiro de Maeztu, miembro de la generación del 98 hoy casi olvidado, fue embajador de la dictadura de Primo de Rivera en Buenos Aires de 1928 a 1930 (donde frecuentó a Lugones y al acuñador del concepto de hispanidad). Fue asesinado por una milicia o checa anarco-comunista al ser conspicuo miembro de la Unión Patriótica (partido de Primo) a inicios de la Guerra Civil española y sostener ideas monárquica-cristiano-nacionalistas. Estas milicias para-policiales secuestraban personas, las torturaban en las llamadas checas y luego las sacaban a pasear (Sí, como en esa peli de los hermanos Cohen: “De paseo con la muerte”, 1990), en síntesis, las fusilaban -en cementerios como a nuestro académico.

Además, coteja este corpus de poetas del sic transit con el de otras tradiciones poéticas, como la inglesa, la alemana y la portuguesa. En Alemania solo Gryphius toca esta impronta tan española de la muerte, cuyos poetas al parecer rehúyen la muerte como catarsis al modo de Hebbel: «No quieras ver demasiado; que si percibes primero los muertos en la tierra, ya no verás las flores». Para Goethe es el fondo en donde se realzan los encantos de la vida. Matiza que Darío pasó de poeta del carpe diem (“Gozad de la carne, ese bien/que hoy nos hechiza/y después se tornará en/polvo y ceniza. /Gozad del sol, de la pagana/luz de sus fuegos;/ gozad del sol, poique mañana/estaréis ciegos”) a poeta del sic transit. Para los ingleses, como Milton, la muerte no es sino la puerta de la inmortalidad o está para desafiarla, como alguna vez la reta Shakespeare, seguro de que, muerta su amada, aún brillará su amor en tinta negra, y como Browning, y Donne, que quieren salir de este mundo mirando la muerte cara a cara. Donde ponen más alma los ingleses es en decirnos que los bienes de la vida son tanto más preciosos cuanto más efímeros. El hecho es que el tema de la muerte no produce grandes poemas en lengua inglesa, sino cuando se trata de exaltar la memoria de un héroe. Así el que Walt Whitman dedicó a Lincoln o el que consagró Tennyson a los funerales del Duque de Wellington, y es que el tema de estas composiciones no es tanto la muerte como el héroe, la patria, la vida colectiva, porque la poesía de habla inglesa es de la vida y no de la muerte. Parece que el genio del Norte florece mejor en la embriaguez lírica que inspira a sus poetas el sentimiento del amor, la hermosura de la naturaleza, la llama de la ambición o la pasión patriótica. En fin, los portugueses son los poetas del amor, de la guerra o de la desesperación y del nihilismo, pero la muerte no les dice gran cosa. Quizás la literatura árabe tuvo algún influjo en esta peculiaridad de la lírica española: «¡Hijo de Adán! ¿Dónde está Adán, padre de los primeros hombres y de los últimos? ¿Dónde Noé, jefe de los profetas; Edris, el amigo del Misericordioso; Moisés, etc.? ¿Qué se ha hecho de las naciones que se extinguieron, de los reyes que perecieron, y las generaciones desaparecidas? ¿Dónde están aquellos sobre cuyas frentes se posaron las coronas; los que se ufanaron de poseer numerosos ejércitos y gran poderío?» (Lámpara de los príncipes)

 

 

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