Derian Passaglia presenta la segunda parte de un ensayo sobre el Borges de Bioy Casares. El texto fue leído en las Tertulias Literarias del Centro Cultural Juan de Salazar.
Por: Derian Passaglia.
Se cree que la amistad no juzga. Al amigo hay que quererlo como es, con sus defectos y virtudes. En las buenas y en las malas, el que siempre va a estar ahí para dar una mano es un amigo. El narrador del Borges, el Bioy que Bioy construye de sí mismo, mira a su amigo desde este punto de vista, sin juzgar, comprensivo, atento y cómplice. Borges sale con María Esther, una nueva chica. Borges está tan enamorado que no se baña, “se mantiene invicto” del agua reconfortante de la ducha. Silvina Ocampo está preocupada, porque pronto van a tener casamiento. Hay que bañar a Borges. Tan seguro de sí mismo ahora que la vida dio un vuelco, que encontró al amor, Borges sale con el cierre abierto y todo afuera, en una “situación penosa”. Silvina Ocampo le asegura a su marido que Borges está vanidoso y soberbio, pero Bioy lo defiende, porque le parece que es convincente y halagador para María Esther que se muestre así. El que lo muestra así, en realidad, como un asesor de imagen testigo del morbo, es el propio Bioy.
Para Li Po y Tu Fu la literatura es un chiste interno, una forma de pasar el tiempo con amigos. El verso es una carta, un mensaje, una broma. “Solo tendrás el premio vano / de la inmortalidad”, le escribe Tu Fu a Li Po en un poema. Bioy y Borges escriben juntos libros enteros, leen, traducen, hablan mal de otros, se prestan y regalan libros, se cuentan argumentos de cuentos que todavía no escribieron, recitan versos de memoria, admiran y odian a los mismos escritores. El juego de espejos, la fascinación, es mutua. Bioy se contagia de adjetivos borgeanos como “vastos” y de verbos como “referir”. A Borges lo maravilla la biblioteca de Bioy y comer en su casa. Hay una sola cosa en la que no coinciden: a Borges no le gustan las vulgaridades y Bioy lo cree pudoroso porque a él le encantan las escenas de sexo. Si la amistad se elige, ¿quién de los dos eligió al otro? ¿O fue, como en esas novelas turcas, un amor a primera vista, un flechazo directo al corazón? La idealización es tan grande, cada uno ocupa un espacio tan amplio en la imaginación del otro, que necesariamente deben escribirse, deben volver real en la escritura al Borges y al Bioy que imaginan están viendo en la realidad.
La amistad puede volverse una conciencia revolucionaria sobre una sociedad, el momento que nos toca vivir con otro en una época, al calor de sus modas y sus discusiones, en un mismo ámbito de sentido, alrededor de significados compartidos. Una forma de resistencia, de códigos compartidos, maneras de ser, de vestir, de hablar… El desarrollo del sistema capitalista provocó un consumismo desmedido en las sociedades, que derivó en todo tipo de especializaciones, en un mundo cada vez más técnico, segmentado. Las culturas se volvieron subculturas, y los nombres que desfilan por Aullido, el himno americano de Allen Ginsberg, no son más que efectos de lo que un sistema puede hacer con los cuerpos: degradarlos, someterlos, oprimirlos, marginarlos. Una generación no comparte solamente el tiempo que le toca vivir, las costumbres y las formas de vida en un espacio y tiempo, sino que puede ser un órgano vivo compuesto de muchas partes, como esas mentes destruidas por la locura, buscando pinchazos furiosos, cuya voz se escuche y estalle en el conjunto, y no en la individualidad. Uno solo no tendría potencia, uno solo sería insuficiente y hasta es posible que lo consideren loco. Dos es un número que sirve para la perplejidad y las paradojas, tres invita al ritual religioso, a la liturgia, y cuatro invoca la festividad, promueve la diversidad, las ganas de otros que se unan. La generación implica muchos, una multitud haciendo lo mismo o cosas parecidas, y si lo parecido de la amistad es la literatura, si el motivo de la reunión es la literatura, si el tiempo y el espacio une a las personas a través de la literatura, lo que se comparten son las ideas, las formas de leer y escribir, en una lógica que crea su propio sistema, donde no es posible aplicar las leyes del mundo porque el mundo compartido que se crea es uno propio, privado, inaccesible al resto, donde no existe el plagio, los derechos de autor ni ninguna de las miserias legales de la institución literaria.
La construcción colectiva de la literatura por medio de la amistad es una novedad de las vanguardias pero es una toma de conciencia posterior, cuando los escritores se permiten la influencia de sus contemporáneos, sus propios amigos, y aceptan que se puede aprender de otro, que la literatura no es propiedad de nadie y circula libremente por el mundo, que no tiene derechos y es de todos. Los poetas de los noventa argentinos fueron los que entendieron la literatura como una construcción colectiva, y no solo revolucionaron los modos de leer y escribir en una época donde no parecía haber nada nuevo, también crearon un lector nuevo al crear nuevos modos de circulación de la literatura. Libritos chiquitos, prensados caseramente, repartidos entre amigos que pasaban de mano en mano por fuera de la lógica de las grandes editoriales. La amistad, en la literatura, es capaz de desafiar las instituciones.
El diario escrito por Bioy sobre su mejor amigo abarca cinco décadas de amistad. Para el momento en que empieza a escribir, Borges ya era un escritor importante, y años más tarde se convertiría en el Borges que conocemos, en la marca Borges. La institución literaria eran ellos dos. A veces trabajaban como jurados de concursos literarios. Decidían institucionalmente qué era literatura y qué no, de manera privada y pública. ¿Cómo corroer las instituciones, cómo volverse contra ellas cuando la amistad no resulta una forma de resistir y plantarse ante lo dado? Bioy Casares encontró la forma de destruir las instituciones literarias por dentro. Escribir sobre un amigo sin que lo sepa, anotar obsesivamente cada uno de sus pasos, contar intimidades que harían levantar a Borges de la tumba, hablar sobre las mujeres de Borges sin ningún tipo de pudor, sobre la relación de un hombre con una madre que lo trata como un discapacitado físico y mental… Bioy, podría pensar cualquiera, es un miserable, un sin códigos. Contó lo que nadie se hubiera atrevido a contar, con una sencillez y una frialdad que hasta cualquier otro podría pensar que no lo quería, que en realidad sentía envidia porque el genio máximo de la literatura mundial era su amigo y no él, reducido a ver su nombre siempre al lado de otro, a la necesidad permanente de reivindicación, a que se señalen sus virtudes por sobre sus defectos, cuando lo lindo y divertido de leer muchas veces es encontrar vicios, fallas, reiteraciones, obsesiones, recurrencias de los escritores favoritos, de los mejores. Eso es también una amistad entre vivos y muertos, decirle a una oración, a un párrafo: “te conozco, sé lo que vas a decir, lo que vas a ocultar, cómo vas a terminar, lo que me espera a la vuelta de la página”.