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sábado, noviembre 23, 2024

Vetâlapancavimsati y Lalita-Vistara

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Vetâlapancavimsati y Lalita-Vistara, son dos obras de estirpe budista que han repercutido en el Occidente cristiano, el primero en las danzas macabras medievales con su corifeo de genios funerarios, y el segundo en la leyenda del eremita San Antonio y sus famosas tentaciones.

 

Por: Paranaländer

 

Dos libros orientales que han tenido influjo o tienen homólogos en Occidente cristiano: el Lalita-Vistara donde se narra las Tentaciones del Buda que han repercutido en las Tentaciones de San Antonio, cuya leyenda tiene más de indostánico que de palestino. Y los zombis budista-tibetanos llamados Vetâlas en el libro Vetâlapancavimsati.

Los vetâlas, o genios funerarios, habitan las tumbas y penetran en los muertos dándoles poderes mágicos. Los muertos se despiertan y vuelven a la vida. Aparecen en el Vetâlapancavimsati (texto en sánscrito), las 25 historias de las vetâlas las cuenta un cadáver. “Algunos de éstos se convierten en compañeros de los hombres en sus múltiples aventuras. Estas fábulas, difundidas primero en la India, se desarrollan en el Tíbet, país de grandes brujos quienes elaboran un ritual especial para su conjuración. Los genios se representan en la pintura: sobre el borde de un medallón, se anima todo un cementerio. El poder de los vetâlas consigue levantar a los difuntos quienes, revestidos todavía de su envoltura carnal, bailan una danza macabra”.

Mientras que el libro Lalita-Vistara (traducido del sánscrito al chino en el año 65) describe la iluminación de Buda después de soportar las tentaciones de Mara.

“El Bodhisattva está sentado al pie del árbol de la Bodhi y entra en meditación. Va a alcanzar la sabiduría perfecta y a convertirse en el salvador del mundo. Este es el momento que Papiyan (Mara) escoge para su ataque: lanza primero sobre el Predestinado ‘su ejército de cuatro cuerpos de tropa, formidable, como hasta entonces dioses y hombres no habían visto ni oído hablar’. Vemos allí criaturas dotadas de la facultad de cambiar a su antojo de caras y de transformarse de cien millones de maneras…con vientres, pies y manos deformes…con rostros resplandecientes de un terrible esplendor, con rostros y dientes deformes…algunos tenían cuerpos brillantes…otros llevaban montañas llameantes…otros tenían orejas de elefantes, orejas colgantes. Unos tenían el vientre como las montañas…otros como un cántaro…Algunos tenían cuerpos débiles formados por un montón de huesos. En esta batalla, se reúnen todos los monstruos del Infierno haciendo nacer nubes negras, produciendo una noche oscura y haciendo ruido. Lanzan flechas, piedras, hachas, pero los proyectiles se transforman en flores. Entonces, Mara, para sepultar al Bienaventurado en un diluvio, provoca lluvias, pero el príncipe es protegido por la serpiente Mucilinda que le alberga en sus repliegues y al diablo no le queda más remedio que jugar su última carta: la seducción. Envía entonces a sus hijas que tratan de turbarle con los treinta y dos enredos de la magia femenina, velándose y desvelándose, mostrando sus senos, haciendo tintinear los anillos de sus piernas, descubriendo sus muslos parecidos a la trompa de un elefante. Pero la exposición de sus encantos físicos resulta inútil. El Bienaventurado, viéndolas sucias e impuras y con el cuerpo consumido, frágil y envuelto por el dolor, triunfa de nuevo. Por eso, la representación muestra, entre las seductoras, a una mujer anciana y deformada o a todas las hijas de Mara transformadas en viejas decrépitas. El Bienaventurado se sume de nuevo en sus meditaciones, capta finalmente la concepción secreta de las cosas y se eleva a la última consagración: Bodhisattva se convierte en Buda”.

 

 

 

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