Derian Passaglia escribe sobre la condición mortal del escritor y el tipo de lectura que la misma supone.
Por: Derian Passaglia
En realidad solo quería escribir una nota que tuviera ese título, pero ya que estamos en esta vamos con esta. Cuando uno está en la escuela piensa que todos los escritores están muertos. Lo veo en los chicos de la escuela: los escritores están todos muertos y a veces hablan de los libros de manera impersonal, como si no hubieran sido escritos por nadie, o como si hubieran sido escritos por muchos. “Al personaje lo describen…”, “no te dicen cómo se salvó…”, etc. ¿Por qué usan la tercera persona del plural para hablar de relatos que en general tienen narradores en primera o tercera persona del singular? ¿A quiénes invocan cuando analizan textos, cuál es el referente?
Esto no tiene nada que ver con lo que quería decir, pero hay un supuesto en la base de creencias de los estudiantes y adolescentes que leen cuentos y novelas para la materia Lengua y literatura en colegios secundarios: los libros existieron siempre, fueron escritos por todos y por nadie, simplemente estuvieron ahí desde antes que ellos nacieran y los autores no tienen ninguna importancia.
Ese cambio radical del modo en cómo funciona la literatura en el mundo adulto, donde el autor muchas veces es más importante que el libro, no habla de un desprecio por la particularidad de quien escribe, sino quizá de una idea borgeana: un hombre es todos los hombres, un libro es todos los libros, la literatura como un conjunto uniforme de textos y argumentos y palabras donde todo tiene el mismo valor. Para el adolescente, claro, es igual a cero.
La literatura es un diálogo con los muertos. A veces me sorprendo pensando, mientras leo, que sé lo que el autor va a decir porque lo vivo leyendo. Me pasa con Borges, con Aira, con Kafka a veces, con la poesía de los noventa, con los poetas chinos, con Juanele, con César Vallejo, con Rubén Darío, con Walser, con Levrero, con las comedias adolescentes. Otras veces me sorprendo porque no me esperaba un verso del autor, una salida ingeniosa, un chiste interno que me dedicó a mí y solo a mí: sé cuándo se estaba riendo al momento de escribir.
Concebir la literatura de esta manera hace que uno invite a su casa a los muertos y que los libros no sean solamente un objeto material, sino el espíritu de una persona que alguna vez vivió, tomó café, caminó por el parque, se enfermó, se enojó porque su equipo se fue al descenso. Concebir la literatura como una conversación con alguien que ya no está me hace pensar en mi abuela. De ella me acuerdo casi siempre en el mismo momento: cuando estoy en la cocina, cuchilla en mano, dispuesto a cortar morrón y cebolla para una salsa de invierno.
*Imagen de portada: Brueghel el Viejo, Triunfo de la muerte