32.9 C
Asunción
domingo, noviembre 24, 2024

Una lectura testimonial de El jardín de las maquinas parlantes. Parte 3

Más Leído

 Derian Passaglia presenta la tercera parte de una serie de artículos sobre El jardín de las máquinas parlantes (1993), célebre novela del escritor argentino Alberto Laiseca.

 

Cuando descubrí que la palabra dorado, el oro, el oro etéreo, etc, en la poesía de Juan L. Ortiz refiere al sol me explotó la cabeza. Los versos se abrían de una manera nueva, clara, como un campo abierto y húmedo del amanecer en un otoño brumoso del litoral. Daniel Durand traduce un verso de Tu Fu: “la luna brilla fría sobre los huesos blancos”. El mismo verso, pero en traducción de Octavio Paz: “la luna brilla, fría, sobre los huesos mondos”. La traducción de Durand no necesita de comas que ralentizan la lectura y no dejan ver la imagen entera de un solo golpe.

Por otro lado, los huesos no son “mondos”, palabra que busqué en el diccionario y me di cuenta que ya la conocía: mondar los dientes, limpiarlos. Los “huesos blancos” es más eficaz que los “huesos mondos”, porque se trata de la misma idea, pero lo que cambia es la imagen. La de Octavio Paz quizá se ajuste poéticamente más al sentido tufuniano; pero la de Daniel Durand es más dramática y produce un reflejo entre dos elementos: tanto la luna como los huesos son blancos. Anoche, en el fondo de la casa de la Bichi, miraba la luna. Su luz era como la de un tubo fluorescente de cocina.

El narrador llama a las máquinas parlantes “los chichis”, y a veces me olvido que se refiere a las máquinas y me traen la idea de mujeres, pero el artículo masculino me desorienta. “Los chichis” parece que fueran chicas y chicos al mismo tiempo, o sea, su género está desestabilizado, inquieta. “Chichis” proviene del lenguaje oral y era muy común hace treinta años hablar de las mujeres así, no tengo claro del todo su uso en contexto. No desapareció del todo. En mi grupo de amigos de la secundaria, alguien para saludar a todos los integrantes escribe: “Cómo andan las chichis???”.

Los primeros cuatro capítulos transcurren en la casa del narrador. Cae un astrólogo de visita, Isidoro. Alarico Alaralena prepara mate y compara la infusión con el té, con lo que representa el té para los japoneses y se entretiene pensando que se podría escribir un tratado: El mate como disciplina zen del sudamericano. Hay una referencia reconocible, que nos ancla a un lugar: “Y yo nací en Sudamérica, aunque viva aquí”. Otra vez, como en los chichis, lo que desestabiliza el lenguaje es el deíctico aquí, porque el “aquí” parece señalar la totalidad de El jardín de las máquinas parlantes, como si el mundo del narrador fuera uno muy parecido al nuestro con reglas distintas.

Más Artículos

Últimos Artículos