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sábado, noviembre 23, 2024

Meillassoux descuartiza a Borges

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Paranaländer, harto hasta los huesos de las perogrulladas seudo paradojales del ciego de Palermo, Borges, ha recurrido a Meillassoux para propinarle un sosegate.

 

Por: Paranaländer.

 

 

Decir Borges es decir chanta por antonomasia. Es el emperador de las sofistiquerías más aplaudidas acríticamente por una platea fanática rendida de antemano ante cualquier perogrullada escupida por este personaje atrincherado en su imagen de ciego sempiternamente virgen (asexual, es decir, 100 % mental gua’u, separado de los engañosos sentidos que frecuentamos el resto de los mortales). Nosotros, inmunes a tales acrobacias concebidas para torear a crédulos, mientras tanto siempre atenttis a enumerar sus nuevas proezas -meras seudo ideas o seudo paradojas, sin ninguna verdadera potencia intelectiva-. Pero hete aquí que hojeando el libro de Quentin Meillassoux (Paris, 1967), hemos topeado con un argumento que podemos indiscriminada y despiadadamente aplicar contra una de las más famosas chantadas de Borges, esa que aparece en “Otras Inquisiciones” (1952), titulada, ‘Kafka y sus precursores’.

Quentin Meillassoux es hoy día uno de los filósofos más importantes del mundo. Para entender su estatura diríamos que es el equivalente de un Platón, Kant o Heidegger en su época. Es hijo del antropólogo Claude Meillassoux, a quien dedica su obra maestra, “Después de la finitud. Ensayo sobre la necesidad de la contingencia” (Éditions du Seuil, 2006, traducido al español en 2015 por Caja Negra de Buenos Aires, reimpreso en 2018).

Borges se cree muy listo al patentar la anacrónica idea de que Kafka ha sido en realidad el creador de sus precursores y no al revés como se suele estilar en la historia de las artes. Entonces sería legitimo hablar de que Kierkegaard es kafkiano, o incluso, de que Novalis es gideano, o de que Homero es posmoderno (como lo dice Umberto Eco), por no ya hablar de que Claudio Eliano sería borgiano.

Esta manera de supeditar la lectura de los contenidos del pasado a partir de un presente interpretante, es lo que llama Meillassoux retroyección.

Toda la potencia virtual del pasado es mutilada en la normalización de una lectura presente, a nuestra rutinaria edad presente, evitando así enfrentarse a la monstruosidad de su sobre-inmensidad semiótica.

Es un procedimiento muy remanido durante toda la modernidad filosófica, desde el kantismo hasta hoy.

Leamos como lo describe Meillassoux:

“¿Usted cree que lo que viene antes viene antes? Pero no: porque existe una temporalidad más profunda, en el seno de la cual lo previo a la relación-con-el mundo se deriva de una modalidad de la relación-con-el mundo. Una temporalidad a contrasentido. ¿Usted pensaba que los precursores venían antes de aquellos que los suceden? Y bien, no: porque el precursor no es el que viene antes, sino aquel cuyos sucesores afirman luego que venía antes. Entonces el precursor, como precursor, viene después de los sucesores…Sí, extraño saber el de los filósofos, que parece a veces reducirse a semejantes volteretas, a semejantes invenciones de un tiempo dado vuelta, que desdobla en sentido contrario el tiempo de la ciencia”.

Borges para Meillassoux sería un correlacionista. Alguien que redujo literaturas del pasado a formas vulgarizadas, derivadas (de autores del presente, posmodernos, Kafka, etc.). Claro, nosotros hemos incurrido quizá en extrapolar, a la vez, el touch ontológico del filósofo franxute para bombardear con ella interpretaciones que privilegian, al momento de asimilarlas, el presente a la forma bruta, muda, del pasado. Despojándolas de su potencia verdadera.

 

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