Paranaländer, lector de Rubén Darío desde sus días de colegiante en que recitaba de memoria los versos del viejo marinero de bíceps de atleta, rescata un poema a una rusa que vivió en la calle Sebastián Gaboto.
Por: Paranaländer.
Elegía pagana (Rubén Darío)
¿Sabéis? La rusa, la soberbia y blanca rusa
que danzó en Buenos Aires, feliz como una musa
enamorada, y sonrió mucho, y partió luego
a dar sol a sus rosas al Paraguay de fuego;
la rusa más hermosa de las rusas viajeras,
manzana matutina, flor de las primaveras,
diamante que tenía su ramo de azahares
fresco para la fiesta nupcial, Mima, no existe…
Que Menalcas, llorando, rompa la flauta triste;
que en desagravio a Venus se maten mil palomas:
rómpase el vaso alegre y los frascos de aromas;
y vierta el dulce Véspero su elegía nocturna,
su elegía de oro doloroso, en la urna
en que descanse aquella gentil carne divina.
No descansa. En el lago de la muerte patina
la regia rusa, brillan sus patines de plata
al halago lunar. Mágica serenata
hace soñar un ruiseñor en lo invisible,
y Mima es ya princesa del imperio Imposible.
La llamaron las voces de un coro de rusalcas:
partió, y echó en olvido la flauta de Menalcas,
los azahares y las tórtolas sonoras.
¡No recuerdas un día, amante que la lloras,
en que gozosa y orgullosa fue mi rima,
encuadernado el libro con un guante de Mima?
Propiciatoriamente, yo invocaba a Himeneo…
Aún veo el libro, todo blanco y oro. Aún veo
una noche a la eslava que tú adoraste ciego,
digna de amor latina, como de culto griego,
pues la petersburguesa, parisiense y latina,
tuvo todas las gracias, y además, la argentina.
Como la Diana de Falguière, ella ha partido
virgen a lanzar flechas al bosque del Olvido.
Como la Diana de Falguière, blanca y pura,
a cazar imposibles entre la selva oscura.
En 1891 llegaba a Asunción del Paraguay una singular belleza eslava: María de Grotkofsky. Era llamada familiarmente Mima. El padre arrendó -cuenta Tuní Rodríguez- una de las mejores fincas de la capital, situada en la calle Sebastián Gaboto entre Estados Unidos y Tacuarí, y la adornó con suntuosos muebles europeos, finos tapices y valiosos cuadros, y muy pronto la familia se vinculó a nuestra mejor sociedad. Mima frecuentó el Instituto Paraguayo, asistía a las sabias conferencias de Cecilio Báez y Manuel Domínguez y a los conciertos de la orquesta de Nicolás Pellegrini. En Buenos Aires conoció a Darío (amigo de su prometido Manuel Argerich, a quien dedica también el poeta nicaragüense, en la misma revista “Buenos Aires”, el poema “Orquídea”, en 1896). Ella admiraba su poesía, él su belleza exótica. Cuando aparecieron las celebradas “Prosas profanas”, Mima reclamó al poeta un ejemplar dedicado. El poeta requirió a la dama uno de sus guantes y, días después, él enviaba el libro encuadernado en la fina y blanca piel de la prenda. Mima gustaba de mostrar orgullosa a los jóvenes poetas paraguayos aquel fetiche, que circulaba de mano en mano como verdadera reliquia. Mima falleció repentinamente, un mes antes de su planeado casamiento con Argerich. Los diarios asuncenos la homenajearon. El homenaje mayor fue el poema de Darío copiado ut supra, publicado en la revista “Buenos Aires” el 17 de octubre de 1897, que no figura en ninguna de sus colecciones de poesía editadas en vida. Póstumamente sale en “Baladas y canciones”. Y Méndez Plancarte, editor de sus obras completas, lo incluye en “Del chorro de la fuente”.
Fuente: “Jornadas paraguayas en el Sena”, H. Sánchez Quell (Paris, 1962)