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viernes, noviembre 22, 2024

Bebé-maniquí que estalla y se pulveriza

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Paranaländer se emociona ante uno de los tótem del dadaísmo, el libro «Bebuquin» (1912), recién traducido al español exactamente después de un siglo.

 

Por: Paranaländer.

 

“Bebuquin o los diletantes del milagro” de Carl Einstein fue publicado fragmentariamente por la revista Opale de Franz Blei en 1907, leído por su autor en el Cabaret Neo-Patético berlinés de Kurt Hiller en 1911 y en forma facsimilar, primero, editado íntegramente ya en la revista semanal Die Aktion (fundado por Franz Pfemfert) en 1912 y, luego, en volumen independiente. Existe también un inconcluso “Beb II” conservado entre sus manuscritos de Pariser Nachlass. La primera edición en español es del año 2011 y pertenece a la editorial madrileña Machado Libros (El plagueo de siempre aquí: pasaron, bajo el puente (ka’i) de Avignon del tiempo, 100 años para que pueda ser leído por el público de lengua española este texto central del dadaísmo alemán y texto de cabecera de los expresionistas. No solo no crea la lengua española, también tarda en abrevar en las creaciones humanas).

Hay una dimensión mesiánica (chamburreada con elementos grotescos y blasfematorios) en la “novela” cercana al dadaísta Hugo Ball, nos cuenta el malogrado ensayista franxute Jean-Michel Palmier.

Aquí, sensu stricto, no se trataría de novela (o novelita), es narrativa experimental quizá, donde unos personajes (Euphemia, ramera conversa; el pintor Lippenknabe; Böhm, el muerto:  Fredegonde Perlenblick), empezando por el del título, Giorgio Bebuquin, se pasando monologando como en un escenario (variable, a veces en un burdel, otras en 8n cabaret, en un circo, etc.). Entre los expresionistas realmente solo le estimaron Ludwig Rubiner y el círculo de Die Aktion. Y su amigo Gottfried Benn (hasta la disyuntiva nazi), quien definió el libro así. “con su peculiar recherche de l’ absolut puso radicalmente en solfa todo el unitario colorido de la literatura alemana desde Goethe hasta Hofmannsthal”.

Tampoco sería dodecafónico, pues Einstein detesta el exceso de composición. “Su texto se precipita, se suicida, más que construirse”, remata García Román, autor del prólogo que se autoinmola de Machado Libros. Es un libro que “no deja la flor en el tallo, sino que le arrebata su capacidad de crecer” (tal como se refirió el propio autor reseñando el “Vathek”). A veces su deseo de destruir o estallar es tan fuerte como el anhelo del milagro o del Om. Destruir la razón, el principio de causalidad, despreciar la simetría, hoy pueden sonarnos un poco a esas filosofías deconstructivistas y otros posmodernismos variopintos en boga, que, abdicando de la razón y, por ende, de la crítica, ya no pueden ya fundamentar nada y aceptan todo, como ese padre que es castigado por su hijo, llevándonos a un mundo de relativo total que no es el del espíritu de este libro. Aquí aun hay verdades, como la búsqueda del más allá de la realidad, de la muerte, del milagro, de la excepción…

 

“Todo éxtasis es obsceno”.

“Su manía por la originalidad nace de una vergonzante vacío”.

“El principio de causalidad conduce a lo no causal”.

“El mundo es un medio para el pensamiento”.

“Usted es fantasta debido a su impotencia”.

“La destrucción es confortable”.

“Ya no hacemos sacrificios”-

“La nada debe encarnarse”.

“Lo que nos faltan son las excepciones”

“La razón lo estiliza todo, ha arruinado la idea de Dios”.

“Necesitamos el diluvio”

“Matemos la razón”.

“La simetría es una calma muerta”.

“El alcohol hablaba igual que Dios por la boca de los profetas”.

“Arránquese los ojos y las orejas y habrá logrado al fin su platonismo”.

“El todo es un reformatorio”

 

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