24.1 C
Asunción
sábado, noviembre 23, 2024

El efecto «trumbol» y la guerra de la centro izquierda chilena por conquistar a los algoritmos

Más Leído

El filósofo César Zapata analiza reflexiona sobre la relación de los algoritmos, la filosofía y la política, con el fin de pensar la coyuntura chilena, próxima a elegir nuevo presidente.

Imaginen a un humano antiguo contemplando a su maestra infalible: la naturaleza, aquella que convierte en árbol a una semilla, aquella que puso al cielo arriba y dejó a la tierra como soporte y registro de sus animales.

Heráclito (aprox.2500 ap) como muchos de sus contemporáneos,  tuvo plena consciencia de que,  si bien la naturaleza (Physis) hace que todo ocurra cotidianamente, esto no significa en modo alguno que comprendamos su lógica.  Aun así, “el Oscuro” logró descubrir un patrón, un código, un logos, interrogó a la physis y ella contestó: todo está en perpetuo cambio, todo se mueve permanentemente en el mar del devenir, ni siquiera un instante puede bañarse dos veces en el mismo rio.

Imaginen, ahora, a un habitante del siglo XXI, embriagado en la voluptuosidad de las pantallas, intentando descubrir  algunos de los  algoritmos que regulan a la naturaleza. Es más difícil que lo anterior, ¿verdad? Pues probablemente estamos seguros de que nuestro humano actual no quiere en verdad descubrir nada, sino que desea obtener algo mucho mas operacional, le interesa el funcionamiento, el control, para capitalizarlos como beneficios y ganancias en cualquier terreno, lo cual incluso puede ser natural, como lo pensó el pragmatismo filosófico de los grandes  gringos del siglo pasado[1], pero lo detestable, es que el beneficio a quedado enclaustrado en la individualidad personal y de especie. Tanto es así que para la mayoría de los actuales, la naturaleza ha quedado enmudecida por el murmullo ensordecedor de nuestra histérica especie.

Pero el humano contemporáneo tiene una arma elaborada por su propia humana inteligencia: la simulación, la simulación de la naturaleza o la simulación de la realidad, y eso lo enloquece, como no lo ha de ser, pues parece ser la única realidad que le permite el control total, o el casi control total.

Hablamos de la realidad virtual, un sucedáneo de la naturaleza, una feliz copia del edén, aunque cual Golem[2] es tan patética como su creador, y esta condición ya queda registrada en su nombre: realidad virtual, algo que existe en virtud de otra cosa, no se trata de una realidad posible como la potencia de Aristóteles, sino de algo parasitario a la realidad verdadera (si es que existiese una). Una realidad dependiente, perpetuamente adicta a una matriz insoslayable. En cualquier caso una realidad prometedora que antes de iniciar el siglo XXI devino en internet, y con eso dio un paso importante para su estatus ontológico, pues la tela de araña no solo creó interacción, sino que además, confirmo que ahora ella misma se autocrea a la velocidad de la interacción.

Llegaron los sitios, los buscadores, los bloglas…y las redes sociales, como auténticas joyitas de la inmaterialidad social, pero como toda carne necesita huesos que la sostengan, fue así como se hicieron visibles los algoritmos, programas capaces de resolver problemas, pero ¿qué problemas? Bueno, entre otros, la organización de la comunicación y es aquí donde comienza la guerra.

Pero, antes de hablar de la guerra, digamos lo siguiente y ojo con esto: la virtualidad no es un logro de la brillante actualidad humana, del glamour de las pantallas, no, no lo es. El lenguaje de los humanos es la plataforma esencial de la virtualidad, al decir en cualquier idioma la palabra  montaña, por ejemplo,  decimos a todas las montañas que fueron, son y serán, y  con ello dejamos fuera a todas las materialidades  concretas. Los filósofos medievales captaron muy bien esto y le llamaron el problema de los universales. No es descabellado decir que la realidad virtual es una prerrogativa de los humanos, habilitada por el hecho de tener interioridad e imaginación, expresado de otra manera desde que el humano tuvo interioridad, internet estaba observándolo desde la montaña.

LA GUERRA

No suelo escribir sobre temas contingentes, porque creo que no tengo talento para comprender la realidad en su despliegue inmediato. Prefiero leer a mis amigos u otras personas capaces de explicar la fugacidad del presente desde sólidos soportes hermenéuticos. De hecho hace unos meses atrás entrevisté a mi amigo y filósofo Cristian Daza (Chile 1966) en El ojo del topo, filosofía y cultura [3] y él manifestaba, en el contexto de un análisis del devenir de la actualidad digital, que en Chile y el mundo iban a ocurrir cosas muy extrañas.

Chile, es un país demente!!!  Me dijo una amiga que había visitado mi patria (matria) hace poco. Y bueno, lo cierto es que después de un brillante experimento socialista, encarnado en la figura de Salvador Allende, Chile pasó a una dictadura militar que devino en una democracia tecnocrática y neoliberal que terminó literalmente estallando el 2019, en una revuelta social de proporciones, que si bien no derrocó al gobierno, produjo un plebiscito para cambiar la constitución de la república, que fue votado por una mayoría abrumadora, dando forma a una convención constituyente encargada del magno proyecto. Todo bien, nada parece tan fuera de lo esperable, pero en noviembre del 2021 en la votación para elegir presidente de la república, gana en primera vuelta (falta la segunda) el candidato de la ultraderecha. Hay muchas explicaciones que vuelven coherente esta aparente demencia, y yo no soy experto, para realizar dicho análisis.

Aquí me interesa resaltar solo un hecho, al otro día de la elección se volvió a posesionar con fuerza lo que podríamos llamar el pánico Trump y Bolsonaro o simplemente el efecto Trumbol[4] y rápidamente se volvió a insistir en identificar a las redes sociales como las culpables de esta ola ultraderechista que llegó a gobernar EEUU y hoy gobierna a Brasil.

Es el algoritmo, que posibilita que lo repetido retorne y retorne, pues mientras más reacciones de repudio, gusto o risa respecto de un tema, más posición en el escenario, por  tanto más influencia, y es así como la gloriosa centro izquierda chilena, aún aturdida por el golpe, declara al candidato de derecha como el “innombrable “ pues con eso lo hace invisible en las redes, incluso ni siquiera hay que tacharlo de innombrable, es mejor hacer como si no existiera, restarle toda presencia frente a los voraces Golem. Por otro costado, esta estrategia pretende recontra nombrar al candidato de la centro izquierda, para hacerlo tendencia en el voluble oído del pueblo. Y es así como se gana la guerra a los algoritmos, usándolos como lo que son, mecanismos descerebrados que siguen la corriente, por cierto increíblemente parecidos a algunos votantes. ¿Es que acaso las redes sociales construyeron un nuevo sujeto masa mil punto cero?

El algoritmo de Facebook, es en realidad un programa, no es una poderosa inteligencia artificial, pero su importancia radica en que de una u otra forma, toma el pulso de la actualidad, por mas que se puedan comprar like, y hacer otro montón de enjuagues, que alimentan su Golem-cerebro. Los algoritmos hacen visibles las tendencias que cruzan la contingencia.  Y cualquier chileno, en guerra, asustado por el efecto Trumbol, sabe que la verdadera victoria, sigue siendo a la antigua, conquistando el pensamiento, las redes sociales son solo el arma de moda, y por cierto han mostrado su influencia.

Solo me resta tomar partido desde Paraguay en el balotaje: todos con Borik carajo!!!

Referencias

[1] Willams James, Charles Peirce y John Dewey.

[2] Piénsese sobre todo en el maravilloso poema de Borges.

[3] Programa radial del ISEHF, que tengo la oportunidad de conducir.

[4] Simpático neologismo, que no sé si he creado o ya existe, pues tiene una reminiscencia a trombosis.

Más Artículos

Últimos Artículos