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viernes, noviembre 22, 2024

La última rebelión indígena del Paraguay colonial

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Paranaländer desgrana el rosario de rebeliones indígenas: Cacique Aracaré (1543), el cacique Taberé, don Pablo y don Nazario (1560), Overá y Guyraró, Paytara (1616), el cacique Guyraverá, hasta llegar a la última, la del pueblo de Arecayá (1660).

 

Por: Paranaländer.

 

En Paraguay hay dos títulos de libros de historia que me gustan mucho (porque me recuerdan a los actuales libros de historia europeos): uno es “Historia de los pobres del Paraguay” de Margarita Durán, o.p. (Colección “Oñondivepa” 2, Asunción, 1972), y el otro es “Historia General de las Rebeliones Indígenas del Paraguay”. El primero, lamentablemente, es decepcionante, por su visión parcialista a favor de los conquistadores espirituales (franciscos o jesuitas). El segundo, nunca se escribió pero quedó impreso al menos un ensayo en la Revista Paraguaya de Sociología (del Centro Paraguayo de Estudios Sociológicos), año 1, número 2, enero-abril 1965, Asunción, Paraguay. Se encuentra en la página 21, y se llama “Rebelión de los indios de Arecayá, en 1660. Reacción indígena contra los Excesos de la Encomienda en el Paraguay”, de Rafael Eladio Velázquez.

La revista, que salía 3 veces por año, era publicada “bajo los auspicios del Congreso por la Libertad de la Cultura” (sic). En un inciso rápido, intentaré no robar espacio al fascinante texto, explicando esta nota discordante, entonces y aún hoy día. Eligio Ayala 971 es la dirección que dan en la revista del Centro. Coincide con la dirección del ILARI (Instituto Latinoamericano de Relaciones Internacionales), una organización transnacional que recibía financiación encubierta de la CIA. Mientras el Congreso por la Libertad de la Cultura (CLC) -del cual el ILARI, creado en 1965, era un desprendimiento- promovió y financió la creación del Centro Paraguayo de Estudios Sociológicos (CPES). “El CPES fue fundado por el sociólogo D. Rivarola. Su revista reproducía investigaciones auspiciadas por el ILARI. RPS, n° 1 (sep-dic. 1964), p. 6.” (Fuente: Karina Janello, 2018). “Según se puede leer en las primeras páginas de los N° 1, 2 y 3 de la Revista, estos fueron auspiciados por el Departamento Latinoamericano del Congreso por la Libertad de la Cultura (CLC). Esta instancia tuvo su origen en los EEUU a mitad del año 1950, como reacción al Congreso Mundial por la Paz, el cual agrupaba a artistas e intelectuales afines al movimiento comunista y a la URSS. Según Juan Bozza (2009), el CLC fue creado y financiado por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y luego por la Fundación Ford, para contrarrestar el avance de las ideas y a los valores del comunismo, concibiéndolos como una amenaza para el liderazgo del país norteamericano y los valores occidentales promovidos” (Fuente, María Lilia Robledo Verna, 2010).

Arecayá era un pueblo de indios que estaba ubicado al Norte de Asunción, debajo del río Jejuí. Entre este río y el Ypané, se encontraba San Francisco de Atyra, y más arriba, después del Ypané, se hallaban las reducciones del Pety, que eran las de Todos los Santos de Guarambaré y San Pedro de Ypané. Los indios se hallaban sometidos al pago de un tributo al Rey, como súbditos que eran. La corona podía ceder el usufructo de estos tributos, encomendando los indios a un vecino. Ahí surgía una relación triple, del Rey, el encomendero y el indio tributario. El indio debía pagar su tributo al encomendero en dinero o especies, y además por turno o mita, debía concurrir a la ejecución de determinados trabajos de interés para la sociedad española y criolla, tanto en minas como en otras faenas, por los cuales se les abonaba un salario. También estaba la yanacona, servidumbre de los encomenderos. Otra institución similar era la naboria, del siervo indígena para el servicio doméstico del encomendero de sus padres. Aun cuando el pago del tributo en forma de servicio personal quedó suprimido por las Leyes Nuevas (1542 y 1543), en el Paraguay se lo practicó como sistema único. La encomienda generalmente se concedía por dos vidas, la del primer titular y la de un sucesor. Para la sucesión en una encomienda, se consideraba el hijo varón en primer término, después a la hija mujer y en último caso a la viuda.

Los casos de rebeliones y, sobre todo, la última de los guaraníes coloniales de Arecayá, demuestran que ni los guaraníes aceptaron siempre amistosamente la presencia europea, y ni una vez afirmada ésta, admitieron sin lucha la sujeción a encomienda y servicio personal. La resistencia guarani al servicio de obras públicas provocó la revuelta de Nuestra Señora de la Concepción de Arecayá (pueblo de indios establecido en 1630), surgida en el centro de las actividades yerbateras. El 29 de octubre de 1660, al amanecer, “repentinamente embistieron los dichos indios, con macanas, flechas y chuzos, y otros pegaron fuego a la casa en que estaba alojado Sarmiento de Figueroa, el gobernador”. Hubo 4 muertos y 22 heridos entre los españoles sitiados. La represión empezó el 5 de noviembre, montando una causa criminal a todas luces no muy acordes con las normas procesales. Fueron capturados 95 “indios de guerra con sus respectivas mujeres e hijos”. Los principales inculpados fueron: Mateo Nambayú, Corregidor, los caciques Gaspar Tayaó, don Marcos Yacairé, don Martín Yaratií y don Bartolomé Tié, hijo del Corregidor ahorcado en 1650, y los mitayos Mateo Ortiz, Juan Barbado, Gabriel Uza y Ambrosio Tacay. De las confesiones aparecieron comprometidos el mulato Domingo, del servicio del gobernador, Gabriel Cheve y Vicente, indios de Yaguarón, Marcos y Cristóbal, indios de Tobatí, otro Cristóbal de Terecañy Santiago de Asunción, Agustín de San Miguel, y los indios de Arecayá Antón Guaramey, Francisco Guazu, Sebastián Varaque, Andrés de Aranda, Marías Pucú, Luis Pucú, Juan Pindora, Bartolomé Pucú, Luis Quiritó y Francisco Pucú. El 6 de diciembre salía la sentencia que condenaba a la pena de muerte a los 14 ya ahorcados, además de a otros 10. En cuanto a los demás naturales del pueblo, fueron condenados a servidumbre perpetua. El 7 de diciembre, 6 de los condenados terminaron en el garrote, ahorcados del pescuezo y la cabeza de Cristóbal de Terecañy cercenada y puesta en la picota. El 14 de diciembre, fueron ejecutados 4 más, entre ellos Rodrigo Yaguariguay. El doctor Adrián Cornejo, natural de Córdoba, fue el único que salió en defensa de los habitantes de Arecayá. Velázquez lo pone a la altura De las Casas y Fray de Montesinos. Rechazó el cargo de idolatría de los arecayenses. El obispo Cornejo ejerció 7 años en el Paraguay y luego volvió a su patria donde murió en 1677. Por Cédula Real del 7 de febrero 1663 se abrió una investigación que llevó a la reparación de los hechos en 1665 y la rehabilitación del pueblo de Arecayá.

 

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