El abogado y teólogo Eduardo Sánchez refuta en este artículo a los que sostienen que el dogma calvinista es el origen del denominado «evangelio de la prosperidad», propio de muchas iglesias neopentecostales de la actualidad.
(artículo publicado previamente en en blog del autor: https://shadow.sombragris.org/?p=1213&lang=es )
El evangelio de la prosperidad es uno de los cánceres agresivos que aquejan a la iglesia de hoy. Inspirado en el New Thought del curandero Phineas Quimby, mediado por E.W. Kenyon y luego popularizado por el predicador neopentecostal Kenneth Hagin y sus discípulos, es una mezcla de misticismo oriental con trascendentalismo norteamericano, que enseña, entre otros distintivos, lo siguiente:
- La prosperidad financiera es un imperativo del cristiano.
- El bienestar financiero de una persona es función de su relación con Dios y su nivel de «fe».
- La pobreza o carencia de medios es señal de una mala vida espiritual o falta de fe.
- El cristiano puede acceder a nuevos niveles de espiritualidad y prosperidad mediante visualización, palabras de fe («decreto que…», «declaro que…»).
Demás está decir que esta enseñanza tiene muy poco de cristiana y ha sido justamente señalada como herética. Hoy no vamos a volver sobre estos puntos, ya que han sido tratados suficientemente en otras partes (aquí, por ejemplo).
Pero ahora está de moda acusar al calvinismo de ser promotor del evangelio de la prosperidad. Estos detractores usan las tesis del sociólogo Max Weber (1864-1920) en su libro La ética protestante y el espíritu del capitalismo (1905). Según Weber, el protestantismo en general, y el calvinismo en particular, fomentaron la acumulación de riqueza en el norte de Europa, lo cual fue determinante para el inicio del capitalismo.
Dicen estos detractores que Weber señalaba que una de las ideas que prendió en las comunidades calvinistas era la necesidad de cada persona de demostrar su carácter de «electo» o «predestinado» mediante la ganancia de riquezas. Cuanto más riqueza se gana, más seguro se está de ser «electo». Por tanto, siguen diciendo nuestros detractores, que esta idea del protestantismo-calvinismo tradicional es comparable a los puntos 2-3 del actual evangelio herético de la prosperidad. Tanto el creyente en el evangelio de la prosperidad como el calvinista del siglo XVIII en los Países Bajos, Inglaterra, Escocia o Alemania debían señalar su buen relacionamiento con Dios mediante la obtención de ganancias. La conclusión es, entonces, que el calvinismo es algo tan nocivo como el evangelio de la prosperidad, y que la crítica al evangelio de la prosperidad hecha desde el calvinismo es ingenua e hipócrita. Al ser así de nocivo o hipócrita, el calvinismo debe ser desechado como falso o herético. ¿Es así? Bueno, veamos…
Primeramente deseo aclarar que aunque me confieso adherente del calvinismo, respeto mucho a quienes no lo profesan o, inclusive, a quienes lo han abandonado después de haberlo profesado anteriormente. Nadie tiene la obligación de creer lo mismo y mucho menos de perseverar en una opinión determinada si considera, después de una buena reflexión, que la misma no es correcta. Así que no tengo problemas con quienes se definen como arminianos, no calvinistas, o cualquier otra postura diferente… mientras no caigamos en la herejía.
Habiendo dicho esto, deseo indicar que esta supuesta semejanza entre el calvinismo y el evangelio de la prosperidad es incorrecta y me temo que ha sido formulada de manera o bien ignorante o deshonesta. Lo segundo no sería aceptable, pero estamos en la era de Internet en donde la verdad y la honestidad son las primeras bajas en varias polémicas.
Se debe reconocer que Max Weber tenía razón; y de hecho su trabajo es una obra pionera de la sociología, y referencia obligada para cualquier historiador de la Iglesia de la modernidad. Considero incuestionablemente cierto que la población protestante del norte de Europa se volcó a la tarea de obtención incesante de riqueza económica con un motivo que, más allá de la necesidad del lucro o del sustento, fue señalar su situación espiritual. Y como señala Weber, se usó la obtención de riquezas como indicador de la situación espiritual. «Dios me bendice, esto indica que estoy dentro del número de los elegidos y no de los réprobos» fue una noción poderosa que impulsó a sociedades enteras al trabajo y la producción. Esto implicaría una identidad aparente con los postulados 2-3 del evangelio de la prosperidad que he señalado más arriba.
Sin embargo, una lectura más detallada de Weber (y de hecho un conocimiento de la sociedad protestante de la época) nos indica que tal identidad es dudosa o bien inexistente.
El calvinismo no fue la única fuerza impulsora
Primeramente, se debe entender que si bien el calvinismo fue una fuerza impulsora importante de esta noción, no fue la única. También estuvo plenamente vigente en varias comunidades no calvinistas e inclusive arminianas, como los luteranos, los metodistas wesleyanos, y aun en el anabautismo mennonita. De hecho, hay citas significativas de Wesley en el escrito de Weber y nombra a éste y al metodismo como uno de los fundamentos significativos del ascetismo laico generador de la ética protestante. ¿Cómo podría achacarse al calvinismo algo en cuya génesis el metodismo wesleyano arminiano tuvo un papel tan importante?
La praxis del dogma tiene consecuencias sociológicas condicionadas
En segundo lugar, se debe entender un hecho fundamental de la sociología de la religión y especialmente de su análisis del protestantismo: la praxis del dogma tiene consecuencias sociológicas. En el caso del calvinismo de la modernidad –compartido con otras corrientes prevalecientes en el norte de Europa– el dogma calvinista, especialmente el resumido en los Cánones de Dordt (1619-1620) por supuesto que fue determinante para configurar el impulso a la acumulación de riqueza como señal de elección del creyente. Es cierto y lo admitimos.
Ahora bien, que esta circunstancia sea cierta no implica que tal consecuencia sea inevitable, que se deba dar siempre, y que sea una consecuencia necesaria. Es un producto del dogma, sin duda; pero no solamente del mismo, sino además de un conjunto específico de circunstancias históricas, políticas y sociales propias de un tiempo determinado que ya está en el pasado. Hoy día, este dogma calvinista dudo mucho que pudiera producir las mismas consecuencias.
Es necesario que entendamos esta realidad: cada dogma tiene consecuencias en la doctrina y la vida cristiana; y también en el entorno más amplio configurado por la cultura, la civilización, y el ordenamiento social. No siempre estas consecuencias son deseables. En el pasado, el calvinismo pudo generar un énfasis quizá excesivo en la acumulación de riqueza para demostrar elección. Hoy día podríamos decir lo mismo pero de un impulso malsano que si no se controla, puede degenerar en libertinaje o legalismo, hipocresía, murmuración y congregaciones altamente tóxicas.
El arminianismo tiene el peligro de degenerar en un semipelagianismo práctico o una inseguridad de salvación extrema, y cada arminiano lo sabe. Pero esto no quiere decir que acusemos a los arminianos de pelagianos o semipelagianos. Tampoco nadie necesariamente acusa al calvinismo de generar necesariamente congregaciones tóxicas, o miembros libertinos. Conocer estas consecuencias indeseadas nos conserva humildes, e impulsa a nuestros pastores y ancianos a estar siempre atentos a su grey cuyo cuidado el Señor le ha encomendado para no caer en estos excesos. Entonces, tampoco podemos sostener que el calvinismo indefectiblemente degenera en una versión amargada del evangelio de la prosperidad, como estos detractores pareciera que quieren dar a entender.
De manera similar, no se ve en las dogmáticas reformadas ortodoxas de la época una enseñanza clara en este sentido, de manera contraria a cómo los actuales predicadores del evangelio de la prosperidad proclaman su herejía. Por tanto, se debe entender que el énfasis en la acumulación de riquezas no tiene un respaldo dogmático explícito sino, en el mejor de los casos, implícito; y la base de su impulso es más sociológica que dogmática. Por tanto es difícil, nuevamente, achacar al calvinismo algo que nunca enfatizó explícitamente en su dogmática.
Más que semejanzas, hay diferencias
En tercer lugar, se debe entender que aun concediendo semejanzas, hay enormes diferencias. Más allá de las diferencias de doctrina general, que son enormes y fácilmente discernibles, entre el neopentecostalismo de la prosperidad y la fe reformada, hay diferencias profundas entre los impulsos de prosperidad observables en ambos casos.
Especialmente sobre el punto 1 mencionado arriba, se debe distinguir claramente entre la enseñanza neopentecostal y la enseñanza calvinista. El neopentecostalismo de la prosperidad enseña: «si no tienes dinero no eres buen cristiano». El calvinismo (y el protestantismo noreuropeo en general, inclusive el metodismo wesleyano arminiano y el anabautismo mennonita) nunca han afirmado tal cosa. ¡Nunca! Pero sí han dicho que las riquezas no son intrínsecamente malas. En reacción a la glorificación de la pobreza proveniente de la falsa distinción entre preceptos/consejos evangélicos del catolicismo romano tradicional, han indicado que las riquezas, bien empleadas para la gloria de Dios, son buenas, y que si bien ser acaudalado y ser creyente es difícil, no es imposible. Las riquezas no son nada de qué avergonzarse, si se han ganado honestamente y se emplean para el sostén de la propia casa y del ministerio divino.
Quizás ahora esto no sea tan revolucionario (aunque en Paraguay todavía lo es, Eclesiastés 4:4), pero en la primera modernidad era algo inaudito. Calvino afirmaba: «el uso de los dones de Dios no es desarreglado cuando se atiene al fin para el cual Dios los creó y ordenó, ya que Él los ha creado para bien, y no para nuestro daño. Por tanto nadie caminará más rectamente que quien con diligencia se atiene a este fin.» (Institución de la Religión Cristiana III:x,2).
Más aún, el evangelio de la prosperidad indica que se debe decretar, reclamar y exigir la prosperidad mediante palabras de fe que tiene un poder mágico, como si de un conjuro se tratara. El calvinismo jamás siquiera insinuaría tal cosa. ¿Es entonces el calvinismo igual al evangelio de la prosperidad…?
Ostentación frente a sobriedad
Finalmente, se debe entender que existe una enorme diferencia práctica entre el actual evangelio de la prosperidad y el énfasis calvinista/protestante en la acumulación de riquezas en la modernidad. El actual evangelio de la prosperidad es en realidad un esquema manipulador de conciencias en la línea de 2 Pedro 2:3 y por tanto, en este esquema herético la ostentación es fundamental. El devoto de esta creencia debe indicar su estatus espiritual mostrando su riqueza del modo más chabacano y obsceno posible; ropas de diseñador, automóviles caros, relojes costosos, joyas grandes, mansiones… todo lo típico del nuevo rico. En cambio, la ética protestante de la modernidad pudo alentar, sin dudas, la obtención de riquezas; pero desalentó su dispendio y ostentación. Calvino es sumamente claro en este aspecto:
Muchos se deleitan tanto con el mármol, el oro y las pinturas, que parecen trasformados en piedras, convertidos en oro, o semejantes a las imágenes pintadas. A otros de tal modo les arrebata el aroma de la cocina y la suavidad de otros perfumes, que son incapaces de percibir cualquier olor espiritual…
[A]unque la libertad de los fieles respecto a las cosas externas no debe ser limitada por reglas o preceptos, sin embargo debe regularse por el principio de que hay que regalarse lo menos posible; y, al contrario, que hay que estar muy atentos para cortar toda superfluidad, toda vana ostentación de abundancia — ¡tan lejos deben estar de la intemperancia! —, y guardarse diligentemente de convertir en impedimentos las cosas que se les han dado para que les sirvan de ayuda.Calvino, Institución de la religión cristiana, III:x,3-4
Weber señaló correctamente (en mi opinión) que una vez producida la riqueza, pero quedando esta sin ser disipada en lujos y ostentaciones, se debió ver modos de emplearla de manera provechosa; y esto dio nacimiento al capitalismo, como una respuesta a la pregunta: «¿Cómo puedo hacer trabajar bien mi plata?». De este modo, las sociedades de los países protestantes noreuropeos pudieron financiar varias empresas de gran envergadura, tales como la exploración y comercio con los países de Asia, o la financiación de obras públicas, el mercado secundario de capitales, o el fomento y apoyo a la investigación científica; lo que finalmente se tradujo en progreso y prosperidad para todos.
En conclusión
¿Es entonces el calvinismo el padre del evangelio de la prosperidad? ¿Son acaso incoherentes los calvinistas en criticar esta herejía? Creo haber indicado claramente por qué no es el caso, y una somera lectura de Weber nos confirma en esta convicción.
Insisto en que cada persona tiene derecho a su convicción, y a desaprobar posturas que no coinciden con la misma. Pero creo que para ello es importante usar de la honestidad cristiana en la caracterización de la postura desaprobada, y que la crítica se dirija a esta postura y no a un a caricatura, un hombre de paja, un espantapájaros.
Sin embargo, esta oleada de críticas nos señala un peligro pastoral inherente a toda versión de cristianismo. Nuestros énfasis específicos tienen consecuencias sociológicas particulares. Los calvinistas estamos expuestos a caer en severas distorsiones de la fe cristiana si no somos cuidadosos; y adherentes de otras expresiones del cristianismo, también. Debemos ser cautos y humildes (1 Corintios 10:12). Por lo que al calvinismo se refiere, no olvidemos nunca, en consonancia con la primera pregunta de nuestros Catecismos, que estamos ante una doctrina que debe ser de consuelo y esperanza (Hebreos 6:18-19). Que Dios nos bendiga y les deseo una bendecida Semana de la Reforma.