Utilizando el formato epistolar, Derian Passaglia escribe sobre la novela «Los Alpes marítimos» del escritor Vicente Monroy, publicada en octubre de este año.
Querido Vicente,
leí Los Alpes marítimos de cuatro sentadas. Pensé que lo iba a empezar en las vacaciones próximas de enero (como cualquiera de mis eneros, tumbado en la cama de mi infancia, en Rosario, abajo del toldo en los sillones del fondo mientras cae la tarde en el sur de la ciudad o en las siestas que no duermo metido adentro de la Pelopincho), pero al final, en este final de diciembre que me arrastra a una ansiedad apocalíptica que desemboca en Navidad, me lo devoré mucho más rápido de lo que esperaba. Solo esa es la condición de los mejores libros, de los únicos que valoro: que me permita seguir leyéndolo, que necesite crear un vínculo inseparable conmigo hasta el punto en que se meta adentro mío, que viva en mí. Tu escritura me llevó a tu ser. ¿No nos pasa eso con los verdaderos autores?
Es la primera vez que hago anotaciones al margen del libro con pluma. No sé si te conté, pero desde este año empecé a escribir con pluma. Hay que acostumbrarse. Al principio es raro, porque la punta parece frágil y uno tiene miedo de quebrarla, de apretar demasiado fuerte y que se abra y se rompa. A medida que el trazo avanza, en algunas páginas del cuaderno donde escribo, me parece que estoy pintando un cuadro compuesto por letras. Hasta exagero el trazo, los efes se vuelven más largas y cruzan el renglón, y lo mismo las tes, las eles. Particularmente me gusta cómo me salen las zetas. Siempre anoté libros con lápiz y hace no mucho me dije: qué valiente la gente que subraya libros con birome, ¿cómo logra esa relación desprejuiciada con el libro? Anoté Los Alpes marítimos con pluma, lo que escribí ya no se va a poder borrar.
Esta primera novela tuya publicada te convierte en Escritor. Es difícil llegar a ese punto, pero no es más que un punto de partida, porque a partir de ahora podríamos pensar qué significa y qué implica convertirse en Escritor. Uno es escritor cuando escribe, pero ser Escritor parece algo más que escribir en el momento mismo en que se escribe. El Escritor está lleno de responsabilidades, algo de lo que trato de huir constantemente, pero que en realidad lo asocio a una enseñanza que aprendí de solo ver a mi papá llegando a casa del trabajo cuando era chico.
Una de las cosas que más disfruto leyendo es buscar referencias, hacer asociaciones. Lo hago inevitablemente, mi cabeza funciona así. Los Alpes marítimos es la obra de un Cesare Pavese criado a jamón ibérico y tortillas de papa, después de haber visto Call me by your name. Encuentro cositas de Almodóvar en la relación de Santos con el narrador, Sebald en las imágenes y la memoria, en lo real de las imágenes (mucho no me interesa Sebald pero sí cómo aparece acá) y los Mary Pickford me hacen sentir que Hemingway es uno de los mejores escritores del siglo XX, el que más influencia ejerció en toda la literatura posterior. Más que pavesiana, en el fondo es una novela hemingwayana: un grupo de amigos de visita en una ciudad extranjera es la marca melancólica de The sun also rises, que por alguna razón se tradujo como Fiesta. Vi hasta la película, creo que es de los cincuenta. Pero Hemingway no termina ahí, está presente también en el tono distanciado del narrador, que cuenta los hechos como si pasaran adelante suyo, sin implicarse realmente. Además toda la novela oculta una pregunta que me hacía página tras página: ¿por qué el narrador no habla de su propia sexualidad? ¿Por qué no le dice a Darío que también es gay? Esa pregunta es en realidad el centro oculto del relato sobre el que giran las demás acciones. Claro, el lector lo tiene que suponer.
Lo real y lo falso es el motivo de la escritura. Esa tensión permanente entre la realidad y la falsedad cuestiona los límites de toda ideología, quizá hasta podría decirse que es el tema de la novela. No sé sabe qué es lo real: el arte, la identidad, las imágenes, todo está puesto en cuestión, nada se acepta como dado, los personajes se mienten entre sí y se critican (en Rosario decimos «se sacan mano» y en el resto del país dicen «se sacan el cuero»), las performances son una farsa, las imágenes mienten. Es una pregunta que me vengo haciendo desde hace unos años también, ¿qué es lo real? Cada vez me contesto algo distinto, pero lo que sí tengo claro es que la realidad no está oculta, se puede inventar o girar la cabeza para verla.
Mis escenas favoritas: uno de los primeros encuentros del narrador con Darío, cuando van a tomar algo a un bar, se rompe el aire acondicionado y el jefe de obra empieza a putear a todo el mundo, es una escena hermosa y fuera de contexto que bien podría pasar en cualquier lugar de la Argentina; cuando el narrador cocina y su hermanastro le lee pasajes de Arte y anarquía; la escena de la cobra peligrosa, en Sitges; y la familia reunida después del atentado. También me gustó mucho la imagen de una «luna picuda», nunca había pensado en una luna picuda.
Te felicito,
vamos por la siguiente,
con cariño,
Derian
*Foto de portada: Antonio L. Juárez