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viernes, noviembre 22, 2024

Gómez Centurión o la palabra transustanciada

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Paranaländer inicia una serie sobre las ideas de la poesía del Paraguay de los siglos XX y XXI, con la obra “neoplatónica” de Gregorio Gómez Centurión, del ñe’ë vuelto carne.

 

Por: Paranaländer.

 

¿Cuáles son las ideas de la poesía más importante del Paraguay de los siglos XX y XXI? ¿Cuáles son las ideas de la poesía de Gregorio Gómez Centurión, Jorge Kanese, Joaquín Morales, Edgar Pou, Aravo’í, Meza, el Ayvu Rapyta…?

Las ideas de Kanese las desarrollaremos próximamente, usando para ello la versión a la Kanese hecha por Adalberto Müller (su traductor al portugués) de un famoso poema de Ortiz Guerrero (“El endoso lírico”).

El Ayvu Rapyta lo incluimos como parte del siglo XX pues fue publicada en 1959, arduo y largo trabajo de recopilación que comenzó Cadogan unos 20 años antes. Aravo’i por su poema laudatorio a Itaipú, rara avis de la poesía local. Meza, cotejando sus versiones inglesas con las originales, nos parece mostrar una cara rozagante y ambrosíaca. Pou, por su inaprensibilidad, que reactualiza un chamanismo profano. Morales, como un nuevo Eliot, divide su vida con una frontera de hierro: la rutinaria del civil gris y la de sus libros de poemas (escasos pero contundentes).

Hoy empezamos con las ideas de Gregorio Gómez Centurión (Guasu Corá, Villeta, 1938): la palabra transustanciada. La originalidad que trasudan los poemas del Sabio de Guasu Corá crece en la medida que lo cotejamos con ideas que han tenido la hegemonía en la tradición europea.

Usaremos el poema “Ñe’ë”, compuesto por Don Gregorio en el año 1975 según propia relación. Publicado primeramente por la revista católica “Sendero” y más tarde en “Ñemity”, la revista bilingüe de Tadeo Zarratea. Las circunstancias de la composición implican a la voz del coloradismo, las ligas agrarias, su clandestinidad pasajera, monseñor Ismael Rolón y monseñor Aníbal Maricevich. Es una réplica a ese lenguaje retórico, altisonante, vacuo, que se perifoneaba entonces por la radio oficial. Quiere oponerle un ñe’ë de carne y hueso, casi pentecostal. “Ñe’ëko hete, ijuru, hesa. Ñe’ë ikorasõ, hi’anga, ipyapy” (El habla no es simple chirrido. Tiene cuerpo, boca, ojos. Porta corazón, alma, espíritu).

Pertenece, por un lado, a la tradición neoplatónica del Evangelio de San Juan: en el principio era el Verbo. El final maravilloso de Offret (“El sacrificio”, 1986) de Tarkovski. El niño, mudo a lo largo del filme, sentado bajo el árbol japonés mientras el padre es silenciado por la camisa de fuerza (metáfora explícita del régimen soviético que tenía secuestrado al hijo del cineasta), habla por primera vez, y lo que dicen sus primeras palabras es nada menos que la primera frase del Evangelio de San Juan. En el principio era la palabra. El logos fecundante pletórico de simientes. La posta de la lengua entre el loco y el mudo, el padre y el hijo. Y por encima de todo, es un remanente de esa idea del guaraní amerindio, precolombino, de la divinidad del habla, ayvu. El guarani no quiere vivir, quiere ser dios, como muy bien lo destaca Clastres. Hablar le recuerda que es parte de una divinidad, que volverá junta a ella, mientras cante sus bellas palabras-almas.

Esta idea de la palabra que se encarna, actualiza y materializa, palabra-gesto, no solo fonación y ruido oral, es la contrapartida de la idea muy extendida en la Europa medieval y aún después, de que la palabra es solo flatus vocis, es decir, mera flatulencia vocal. Privilegiaba el pensamiento antes que la voz, el habla. Insinuaba un jerárquico mundo dividido en la mayoría hablante y la minoría pensante. En cambio, para los guarani y don Gregorio, e incluso Gadamer, el lenguaje en sí ya es pensamiento ab initium.

 

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