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sábado, noviembre 23, 2024

Una lectura testimonial de “El jardín de las máquinas parlantes”. Parte 17

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Derian Passaglia escribe la parte número 17 de sus ensayos sobre “El jardín de las máquinas parlantes”, obra de Alberto Laiseca.


¡Jettatore!
, de Gregorio de Laferrere, es el antecedente argentino directo de El jardín… Carlos y Lucía confabulan en secreto para instalar la idea de que don Lucas es un Jettatore, un yeta, un mufa, alguien que trae mala suerte. Don Lucas se quiere casar con Lucía y le pide la mano a su madre, doña Camila. Lucía no quiere saber nada con don Lucas, lo quiere a Carlos. Enrique, un amigo de Carlos, se hace pasar por médico por pedido de su amigo para hacerle creer a don Lucas que tiene poderes curativos telepáticos.

La representación de la obra gira en torno a la actuación misma, es una puesta en escena sobre el hecho de actuar, de representar un papel frente a un público. Enrique no es médico y Lucía finge sentirse mal cuando don Lucas la toca, lo mismo Carlos, que se encarga de pasar la mentira por una verdad. El espectador sabe que se trata de una gran farsa, el montaje de un Romeo y Julieta autóctono donde la tragedia se vuelve grotesca. La escena entre Enrique y don Lucas es una de las mejores de la obra:

Enrique: No es eso, precisamente. La telepatía me permite ponerme en contacto mental con el paciente. Curo por la sugestión… el poder de la voluntad transmitido con el pensamiento.

Don Lucas: ¡Ah!

Enrique: Sí, señor; trasmito fluido al paciente y por ese medio lo domino, me apodero de su voluntad, le ordeno que se cure… y, tratándose de enfermedades nerviosas, el éxito es infalible.

Don Lucas: Entiendo, entiendo… la voluntad suya sobre la otra voluntad… después la trasmisión de pensamiento… y el enfermo se cura. ¡Es maravilloso! Y ese extraño poder, ¿puede usted ejercitarlo sobre todas las personas?

Enrique: Sobre la casi totalidad. Hasta ahora, solo he encontrado seis capaces de resistirme… y dos que resultaron con más fluido que yo…

Don Lucas: ¿Con más fluido que usted?

Enrique: Sí, eran más fuertes, tenían más poder y me dominaban… Un ruso y un inglés… Los dos han muerto.

Don Lucas: ¡Demonio, demonio! ¡Es original! ¿Y si no se trata de enfermos?

Enrique: Es exactamente lo mismo, la sugestión siempre.

Don Lucas: Entonces, ¿usted podría… por ejemplo… sugestionarme a mí… trasmitirme su pensamiento?

Enrique: Sin duda alguna.

La escena que sigue parece ridícula en su constatación científica de los poderes de Enrique y se lo plantea casi como un juego, esos con los que nos divertíamos cuando éramos chicos, como el veo veo o la popa. Enrique le ordena pensar un número a don Lucas para mostrarle que él puede “por medio de la mirada” sugestionarle el pensamiento, introducirse en su mente hasta controlarla. No hay esoteristas, magia ni terapias alternativas, Enrique es un médico a los ojos de don Lucas, una autoridad del saber científico. Para el espectador no hay ambigüedad posible, porque en todo momento existe la certeza de que Enrique es un trucho, ni siquiera es médico y el verso de la telepatía se interpreta como una ocurrencia del momento, uno de los saberes que tenía a mano para zafar…

En El jardín… la ambigüedad se mantiene. Sotelo aprende la magia esoterista, De Quevedo es un maestro verborrágico que quiere sacar bueno a su alumno. “Toda la magia se basa en la infraestructura de la duda”, dice el narrador que para esa altura, en la página 483, ya no se sabe si es Alarelena, un omnisciente juguetón, el Dios Supremo de los esoteristas o una Súper Máquina la que cuenta la historia.

 

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