Coetzee ganó el premio Nobel con la novela Desgracia, publicada en 1999. La fecha parece necesaria: fin de un tiempo, comienzo de otro. Por: Derian Passaglia
La novela expone un dilema moral de una forma convencional, realista. En ningún momento se escapa ni quiere salirse del realismo más tradicional, porque lo que importa en la novela es el problema de un individuo que se inserta en el conjunto de la sociedad. David es un profesor de la Universidad que tiene relaciones sexuales con una alumna. Pasado un tiempo, la alumna lo escracha. El asunto se vuelve público. David tiene que renunciar a su puesto. Así empieza Desgracia.
El tema de la novela tiene una actualidad que asusta: David sufre la cancelación de la sociedad a la que pertenece, y ni siquiera cometió un delito. Su momento más kafkiano es cuando debe enfrentarse a los jueces que le piden arrepentimiento. David no quiere, solo quiere firmar los papeles que atestiguan su declinación al puesto como profesor. ¿Qué le están pidiendo? ¿Quieren verlo humillado, quieren meterse en su propia interioridad hasta que confiese, hasta que se arrepienta de sus hechos? Pero David tiene una ética propia, es un hombre de otro tiempo, un poco cínico como eran los hombres a fines de siglo pasado, un poco ingenuo visto desde la superioridad del nuevo siglo. David no se va arrepentir: él deseaba a su alumna, y el deseo es algo que no van a poder arrancarle los burócratas.
La escena del juzgamiento del profesor es una de las mejores de la novela. David tiene algo de “quijotesco”, como escribe Coetzee, algo de loco a contracorriente luchando contra un sistema entero. Lo íntimo, de repente, se revela público. Los límites se difuminan, las esferas se intercambian: sus acciones y sus pensamientos son juzgados. Las conductas humanas adquieren un carácter existencial que refleja a la especie. ¿Es esta moral la que nos limita, la que nos vuelve seres humanos, la que interfiere con nuestros deseos?
Las desgracias se acumulan en Desgracia, y en ese sentido la novela lleva el recurso a su máxima expresión: todo está mal, nada va a salir bien, los personajes están condenados, a la hija de David la violan, queda embarazada. Un desastre todo. Este peregrinaje de desgracia en desgracia es lo que la novela promete, y lo que da. La tragedia es constitutiva al ser humano desde el momento mismo en que nuestra única certeza es la muerte, y también es una de las formas literarias clásicas desde la antigua Grecia. Coetzee se inscribe en la gran tradición, aspira a ser clásico.
La novela se ambienta en Sudáfrica. Es raro, ¿qué otra novela podemos decir que hayamos leído se ambienta en Sudáfrica? Coetzee vuelve universal una situación local por medio de la forma tradicionalmente realista. Sudáfrica, repite el narrador, es África. Pero el idioma en el que escribe Coetzee y el idioma que se cuestiona es el inglés, porque tensa las relaciones y la enunciación de un sujeto en el mundo, que habla en una lengua heredada, no propia, ajena.