Paranaländer ve en este cuento de Dino Buzzati que cada uno de nosotros tenemos nuestro personal y fiel colombre persiguiéndonos mientras le rehuimos supersticiosamente.
Por: Paranaländer
Dino Buzzati (1906-1972) es uno de mis cuentistas preferidos. Y dentro de sus cuentos, alegóricos muchas veces, sobresale uno titulado como un pez fantástico: “El colombre” (incluido en la colección “Il colombre”, Mondadori, 1966, original italiano).
Tiene 6 páginas y podría copiarles entero aquí el cuento si quisiera.
Pero no es el caso. Se trata de darle vueltas y más vueltas y jugar con las diversas lecturas posibles de tan medulosa y breve historia.
El coprotagonista, si consideramos que el protagonista lleva el título del cuento, es Stefano Roi. Es hijo de un capitán de navío y de chico (a los 12 años vemos su viaje iniciático-traumático) su sueño era seguir la misma profesión del padre.
“-Oh, ojalá no te hubiera escuchado- exclamó el capitán. Ahora temo por ti. Eso que ves asomar de las aguas y que nos sigue, no es una cosa cualquiera. Es un colombre”.
Eso: en su cumpleaños 12 sube por vez primera Roi (por ser él mismo el rey de su destino, quizá, o fin y afán del rey de los mares) al velero de su padre, en una suerte de paladeo de su futura existencia como capitán. Mas se topa con el colombre, un pez indefinido que los persigue.
El padre, sin embargo, conoce al colombre, sabe de su leyenda y persistencia. Todos los marineros le temen, pues el escualo tremendo cuando elige a una víctima lo persigue por años hasta que termina por devorarlo.
Ah, y el signo inequívoco de que uno es su víctima, es que nadie lo ve menos ésta.
Así que por culpa de un pez obsesivo y caprichoso llamado colombre, nuestro Roi no podrá hacer fortuna en la mar. Es más, deberá abstenerse de por vida de asomar el hocico sobre las olas marinas, entre las cuales como un puntito negro él podría vislumbrar a “su” colombre.
Que la criatura lo esperaba día y noche, quedó establecido desde entonces pues cada vez que iba a comprobar si no era una mera fabula paterna lo del pez obseso, lo tenía allí casi llamándolo con un gesto compinche.
“- ¿No veis nada por allá?
-No, no vemos nada en absoluto. ¿Por qué?
-No sé. Me parecía…
-No habrás visto por causalidad un colombre…-decían aquéllos riendo y tocando madera.
– ¿Por qué os reís? ¿Por qué tocáis madera?
-Porque el colombre es una bestia que no perdona. Y si se pusiese a seguir este barco, ello querría decir que uno de nosotros está perdido”.
La atracción del abismo había devuelto a Roi a la vida de marino, a la cual se incorporó a la muerte de su padre, después de liquidar todos sus negocios, retomando su primitiva vocación.
Navegar, navegar era su único pensamiento. Hasta que un día, ya dueño de un barco mercante que lo había hecho definitivamente rico, se dio cuenta que estaba viejo, viejísimo y que era ya hora de retirarse de esa vida de agobio y de espera.
Casi cincuenta años de persecución callada y fiel de un ser fantástico, ni el más noble de los amigos hubiera podido dar tal muestra de lealtad.
“El colombre es un pez de gran tamaño, raro en extremo, cuya vista causa espanto. Según los mares y según las gentes que habitan sus orillas, se le llama también kolomber, kahloubrha, kalu-balu, chalungra. Los naturalistas, extrañamente, lo ignoran. Y hasta hay quienes sostienen que no existe”.
No cuento el final que lo sabrán inmediatamente no bien lo lleguen a leer, solo 6 páginas lo apartan del desenlace cruel. Yo veo en principio, un miedo ancestral al mar, a su inconstancia, y luego, miedo al destino, al futuro, a mirar dentro del abismo que la cotidianidad vela pero no esconde. ¿El destino se cumple aún cuando no se cumpla, es decir, cuando una de las partes se niegue a verlo cara a cara? Es también el cultivo y sobresaturación de la vida como demora, espera, rutina alejada de los sinsabores de la aventura. El miedo a la vida, en suma. De no salir a buscar el tesoro que quizá esconde y destina para uno la vida entre sus olas inciertas.