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sábado, noviembre 23, 2024

Leningrado, rock 80’s

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Paranaländer se hace consumidor de cine ruso fascinado con el rock angloamericano, de sus músicos, almas perdidas que cantaron sus vidas en el lodazal soviético.

 

Por: Paranaländer

 

Leto (2018) es una peli en blanco y negro con fragmentos coloreados (dos horas, 8 minutos de duración) sobre la escena rockera rusa durante la última década de la Unión Soviética, dirigida por el cineasta ruso Kirill Serebrennikov.

Va de un triángulo amoroso que incluye al músico Mike Vassilievitch Naumenko (1955-1991, su banda se llamó Zoopark), su esposa Natasha Vaslievna Naumenko (de una belleza pasmosa) y el músico Viktor Robertovitch Tsoi (1962-1990, su banda se llamó Kino, esto es cine), todos personajes de la vida real del naciente rock de Leningrado.

Refleja de algún modo la debilidad estructural del comunismo soviético ante el imperialismo musical anglómano, estos jóvenes hartos de seguir la pantomima brezhneviana sucumben como moscas al rock, sobre todo, a su vertiente más decante, Lou Reed, Marc Bolan, Bowie, Sex Pistols…Son como los misiles de la OTAN en Ucrania, a lo que Putin solo puede oponer una reacción agresivamente torpe…

Este rock leningradense al final siempre termina quebrándose en una suerte de lamento eterno paneslavo a la maniera de la tradición de Bulat Okudzhava y Vladimir Vysotsky.

Igualmente como se rompe el hilo narrativo con videoclip, que funcionan como la otra escena de la realidad, al presentar hits como Psychokiller (en el tren), The Passenger (en el tranvía) o The perfect day (en la calle lluviosa), cantados por los actores y extras. Por cierto, el joven que “presenta” estos videoclips y, que luego, los cierra con la fórmula, “esto no sucedió, tampoco sucederá”, también suele romper la estructura ficticia mirando a la cámara y declarando (por ej. cuando entra en escena Viktor), “no le parece”.

Las letras de las canciones son una maravilla continua, tomemos la del título homónimo de la peli: Leto (verano) de Mike, “sin dinero pero tengo tiempo”.

Otras que merecen resalto son: “Mis amigos pasan por la vida en marcha, solamente se detienen por una birra” (canción de Viktor).

“Mi humor depende del número de cervezas que haya bebido”.

“Nadie me necesita y yo no necesito a nadie”.

“Miremos el mundo a través de una copa de vino”.

“Conozco mi árbol, no durará una semana”.

“Ya no hay esperanza, el verano va a acabar”.

La censora del régimen, Tanya Ivanova, es la que más paladea las letras buscando un segundo sentido que pueda ajustarse a la retórica gubernamental. La engatusan con la supuesta veta cómica, satírica, de crítica social de las canciones de Viktor, ese joven de clase obrera con cigarro. Así queda, luego de la recontextualización sovietizada, el repertorio de Viktor: “La chica de octavo grado” critica la promiscuidad sexual, “Mis amigos” al alcoholismo juvenil, “Tengo tiempo no dinero” al parasitismo.  Los rockeros entonces debían pasar por esa aduana para poder tocar en el Club del Rock (concebido originalmente para demostrar que “el rock no es cosa de tirados y drogadictos”, y “los rockero soviético deben encontrar todo lo bueno que hay en la humanidad”).

La secuencia de la fiesta del fuego en la playa tiene reminiscencias paganas, un poco a “Andréi Rublev” de Tarkovski.

Sobre ideas estéticas, vale una escena: Natasha es obligada a decidir entre T-Rex y Lou Reed. Escoge al primero, pues “Lou es monótono y, a veces, arrogante”. Viktor, cuando devuelve el cuaderno con las letras de Lou Reed traducidas de oídas por Mike, también dice que el cantante nuevayorquino le parece arrogante.

En la crucial, aunque cursi, escena del beso consentido por el marido cornofílico, hay una broma a nuestro ethos actual de super paranoia del consentimiento a todos nuestros míseros actos.

“Pepinos de aluminio” es el disco que Kino graba con la ayuda de los amigos de Mike, con ese coro final de borrachos a lo “Alabama song”.

Esta vida bohemia de artistas no future que habitan apartamentos compartidos, sin café y vodka a toneladas, tiene un touch romántico, romántico, bello y triste a la vez.

La escena final es soberbia: la bella Natasha aplaudiendo en silencio la canción de Viktor que se apaga, mientras su sonrisa agathónica ilumina nuestras almas perdidas.

 

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