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domingo, abril 20, 2025

La guerra sin edulcorantes de Vasil Bykok

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Vasil Bykov es uno de los escritores más importantes de Bielorrusia, pero antes de convertirse en escritor fue soldado. A los 17 años lo reclutaron del Ejército Rojo para combatir contra la ocupación alemana. Por: Derian Passaglia

Su participación en la guerra no fue gratuita. Lo hirieron en la pierna, en el estómago y los pulmones le quedaron mochos. Estuvo en el hospital tres meses y por error fue registrado como muerto. Al volver a la vida, después de la guerra, pasó los días en una ciudad de provincia bielorrusa, Grodno, y fue elegido diputado del Soviet. En 1974 recibió el Premio Estatal de la Unión Soviética y en 1980 el título honorífico de Escritor del Pueblo de la República Socialista Soviética de Bielorrusia. ¿Qué otros pueden llamarse escritores del pueblo?

A diferencia de un escritor de motivos bélicos como Hemingway, el realismo de Bykov es cruel, cero nostálgico, nada complaciente. Mientras que para Hemingway la guerra representa la aventura, el amor por la tierra lejana y la identificación entre iguales, para Bykov la guerra supone sobrevivir, agónicamente o como se pueda, ante una muerte que pisa los talones. Cuando habla un italiano o un ruso en sus relatos, en Hemingway habla la lengua del imperio, como esas películas de épocas remotas donde antiguos sumerios, egipcios, latinos, franceses, todos hablan en inglés.

En Bykov las lenguas conviven, los vocablos italianos se mezclan con los rusos y los alemanes. La lengua que hablan los personajes de Bykov es una inventada, una cruza entre varias lenguas europeas que produce una incomunicación esencial. A veces los personajes se entienden más por los gestos y el lenguaje corporal que por lo que dicen.

Balada alpina, una novela escrita a principios de los sesenta, se puede leer como un thriller que no da respiro, una novela de acción policial asfixiante. Iván es un prisionero de guerra que logra escapar de los nazis. En el medio se encuentra a Julia, una italiana que también huye. En esa huida permanente hay unos pocos elementos más: un pan duro, única cosa para comer, y un loco inofensivo que aparece y desaparece. Los protagonistas concentran la acción, simbolizan tipos humanos y enfrentan las adversidades desde sus concepciones ideológicas.

Las descripciones sutiles del fondo, las montañas, los bosques y lagunas, la nieve que cae dispersa, contrastan con el horror que viven Iván y Julia. Esa yuxtaposición produce la belleza del relato: atrapados en un lugar de ensueño, en la naturaleza mágica, la vida de Iván y Julia pende de un hilo. Pero esa naturaleza no está puesta sino en función de la acción, porque de esa acción dependen los personajes. Iván está herido en la pierna, Julia muy cansada. Apenas pueden seguir adelante.

La humanidad se corresponde con dos elementos o dos valores: el amor y la moral. Bykov se concentra en los cuerpos y sus efectos. Para un soldado solitario, que estuvo mucho tiempo en silencio, el amor es una extraña sensación física. Toda sensación en Bykov pasa por el cuerpo antes que por la mente, la guerra es ante todo una cuestión física. ¿Qué es esto que de repente siente Iván? ¿Así será el amor? Le cuesta lidiar con sus sentimientos, no sabe sentir. La irrupción del amor quiebra el relato, lo vuelve más complejo: ahora no la puede abandonar a Julia.

La cuestión moral aparece desde ese momento y no se abandona hasta el final. El lector no lo sospecha, acostumbrado a los finales felices en el cine bélico yanqui, pero no hay ningún tipo de redención para un par de personajes condenados desde la primera página, obligados a correr sin mirar atrás, contando con los dedos de la mano las chances que tienen de llegar con vida al otro lado.

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