Paranaländer se reconoce muy próximo a las reflexiones de un duque de antes de la guillotina, comprendiendo que uno puede perfectamente ser contemporáneo de los peluquines y las fintas verbales.
El Duque de La Rochefoucauld (1613-1680) usó las armas durante las guerras de religión del siglo XVII, pero su obsesión principal fue la política.
Sus adversarios fueron nada menos que Richelieu y Mazarino. En muchos de aquellos trances, damas muy influyentes de la Corte le socorrieron afortunadamente, saliendo ileso de una desgracia definitiva.
Como conspirador profesional, consta que participó con seguridad en la de la Fronda. Estuvo 6 días preso en la Bastilla y un destierro por dos años en Verteuil. Gozó del favor de Luis XIV y entre las damas cortesanas que fueron sus grandes estaban Madame Sevigné, Mesdames de Sablé y de Lafayette. Su obra maestra, “Las reflexiones o sentencias morales”, se editaron en Colonia en 1662.
Murió en Paris, ciudad de su nacimiento, asistido por el célebre Bossuet.
“La mayoría de las mujeres se rinden más bien por debilidad que por pasión: de aquí que los hombres atrevidos obtengan más que los otros, aunque no sean los más agradables”.
“Las grandes almas no son las que tienen menos pasiones y más virtudes que las almas vulgares, sino sencillamente las que tienen designios mayores”.
“Gentes hay que se parecen a las canciones de moda, que no se cantan más que durante un tiempo determinado”.
“Las únicas buenas copias son las que nos hacen ver el ridículo de lo originales malos”. (El pastiche que destrona al icono o tótem).
“Siempre es víctima el entendimiento del corazón” (Aquí la actualidad del victimismo nuestro es de alguna forma ridiculizada o desfigurada por un sesgo de su siglo, pues también Pascal temía y refrendaba este poder del corazón sobre la razón, incluso se percibe en el fideísmo de un Montaigne, un siglo antes)
“Son nuestras acciones como los consonantes, que cada uno arregla como mejor le place”.
“Un hombre al que nadie agrada, es más desgraciado que el que no agrada a nadie”.
“Más necesario es estudiar los hombres que los libros”. (El anti-intelectualismo del que hace gala es muy de su siglo, el siglo de los salones, donde primaba la performance cortesana, la facilidad verbal antes que sabiduría a la antigua).
“Cambia el gusto, pero las inclinaciones no cambian”. (Esto es interpretable por el lado derecho, digamos, se fundaría en esa inmovilidad que proponían las clases y los estamentos bien limitados y jerarquizados durante el ancien régime, pero también por el lado opuesto, con espíritu moderno y actual, que el gusto es títere de las modas que duran un verano, la deleznabilidad universal del presente).
“Existen malas cualidades que forman grandes talentos”.
“Son la fortuna y el humor los que gobiernan el mundo”.
“La prueba más grande amistad no es mostrar nuestros defectos a un amigo; sino hacerle ver cuáles son los suyos”. (La parresia o la honestidad brutal que le dice zape a toda mentira piadosa aquí se posiciona con la verdad antes que la amistad vacua o interesada).
“Largo tiempo se conserva el primer amante, mientras no se presenta el segundo”.
“La precipitación exagerada en pagar un servicio es casi como una ingratitud”. (Esto ya huele a Marcel Mauss y su concepto del don. Hubo que cruzar el charco colonializado para entre los primitivos y oscuros comprender que no todos los intercambios eran concretos y materiales, que existen otros, definibles como simbólicos o abstractos, que eran incluso más esenciales para el funcionamiento de nuestras sociedades).
“Nuestras virtudes no son a menudo más que vicios disfrazados”. (Este aforismo es un clásico del proto-freudismo. Anticipa la sublimación, es decir, la dedicación hacia nobles obras sacrificando instintos supuestamente primitivos o bajos).