Paranaländer se pasea por la poesía de Kenneth Rexroth, verdadera naturaleza budista, coloreada por Morris Graves, canción-serpiente sobre el vacío, noche de luna sin fin, fuego alcanforado.
Por: Paranaländer.
Kenneth Rexroth (1905-1982), fue poeta, traductor (“Hasta el día de hoy todavía me encanta leer latín medieval y todavía espero publicar algún día una traducción del Planctus de Abelardo, la mejor poesía de la Edad Media aún sin traducir”) de poesía china y japonesa, pintor, crítico social y montañero. También ha sido mozo, orador de tribuna, domador de caballos y vagabundo en gran parte de los Estados Unidos. Tuvo dos hijas, a quienes dedica su autobiografía novelada al igual que a Carol.
Merece recordarse su ars poética “escribir como hablo”. Pero, sobre todo, su declaración “no hay lugar para el poeta en la sociedad americana”, en países como el nuestro donde la etiqueta de poeta es equivalente a la del payaso o el vago.
De origen alemán, sin embargo “Tengo una aversión intensa de todas las cosas alemanas. Todas mis actitudes de vida son antagónicas a las de la cultura alemana. Nunca he podido leer a Goethe con ningún placer. Prefiero William Byrd a Bach. Ni siquiera me gusta el retablo de Grunewald. De hecho, lo detesto”. Su apellido era originalmente Reiksrada, que significa «corte recto» o «bien labrado» como un surco o una viga de techo. Eran ferreteros, no campesinos, aunque venían de las montañas Harz. El fundador de su propia familia llegó a Baltimore a finales del siglo XVIII. Él o uno de sus hijos se abrió camino hacia el oeste hasta Ohio y el hijo de este hombre se casó con Matilda Rexroth, una menonita y miembro de la antigua familia Schwenkfeld. Sus descendientes fueron el abuelo de Kenneth y sus tres hermanos. En Ohio, los Rexroth persistieron como una típica familia germano-estadounidense de costumbres pietistas. Kenneth mismo tenía fuertes prejuicios a favor de la modestia, el discurso directo y la falta de ostentación. Emma Goldman señala en su autobiografía que las sectas pietistas en Estados Unidos han producido un número inusualmente grande de radicales, reformadores y revolucionarios.
“El amor es un arte del tiempo” (Mansalva, 2021) es de 1974, y está dedicado a Carol. Es un libro breve y hermoso, pero sin estridencias, con una lucidez budista, pletórico de amor por la naturaleza.
Obsesionado por la luna como Arno Schmidt, Lugones o Laforgue. Si contamos desde el título del primer poema, “Ahora la noche de primavera sin luna”, pasando por “Es una luna de miel alemana”, “Media luna tardía”, “Despacio la luna se eleva”, “Noche sin luna”, hasta “La ciudad de la luna”, llegamos a la docena las veces que la luna ilumina con sus rayos el libro de poemas.
He subrayado otros versos (como “El incienso perfecto para adorar/es el alcanfor, cuyas llamas no dejan cenizas”), entre ellos estos que hablan de una canción -la mente- enrocada al vacío:
Sólo vacío
Tiempo como vidrio
espacio como vidrio
me siento tranquilo
en cualquier lado cualquier cosa
pasa
tranquila ruidosa aún turbulenta
la serpiente se enrosca
en sí misma
todas las cosas son translúcidas
después transparentes
después se van
sólo vacío
sin límites
sólo la infinitamente débil
canción
de la mente enroscada
sólo eso.