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sábado, noviembre 23, 2024

Los sonetos a Orfeo, de Rainer Maria Rilke

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​Derian Passaglia prosigue con su traducción inédita del escritor alemán Rainer Maria Rilke.

Google es siniestro. Como sabe que estoy traduciendo Rilke, me recomendó leer una nota sobre Rilke publicada por un diario de España que lo describe como “el último lírico de Europa”. Me gusta esa definición, me gusta el romanticismo. Pienso en Leo Mattioli, por ejemplo, el último romántico de verdad de la cumbia santafesina. Hay algo de épica, algo de nostalgia y algo de un pasado irrecuperable en el hecho de ser el último de todos en llegar a una cosa cuando ya no está de moda. Que la cuenten como quieran, Rilke y Leo no transan con la gilada.

El método de traducción de estos poemas es sencillo. Voy verso por verso, sin apurarme. Al mismo tiempo en que leo por primera vez el poema lo traduzco, como si la lectura y la traducción fueran una sola, la misma cosa. No capto el sentido entero de lo que quiso decir Rilke antes de traducir, lo descubro a medida que leo. El poema se abre de una forma nueva a los significados, se destila, cae de golpe. Pongo cada verso entero, como me enseñó Daniel Durand, en el Google Translate (mi gran aliado, el enemigo de mi profe de alemán), y según el oído, el castellano, mi propio ritmo y el de Rilke, y otro poco de intuición, tuki, llega la magia.

 

VII

¡Cantar, eso es todo! Uno para el canto

surge como el bronce de la piedra

silenciosa. Su corazón, efímero prensado,

un vino infinito para los hombres.

 

Nunca le falla la voz en el polvo

cuando lo divino se apodera de él.

Todo se vuelve viña, todo se vuelve uva

madura en el sensible Sur.

 

Ni en las tumbas de los reyes modernos

la gloria lo desmiente,

ni una sombra que cae de los dioses.

 

Es uno de los mensajeros eternos,

que lejos en las puertas de los muertos

pela frutas gloriosas.

VIII

Solo en el canto se permite el lamento.

La ninfa de la fuente que llora

vela por nuestra precipitación

para que clara sobre la misma roca

 

lleve las puertas y los altares.

Mirá alrededor de su espalda inmóvil,

se siente como si fuera la más joven

entre los hermanos de espíritu.

 

La alegría sabe y la nostalgia se confiesa.

Solo el lamento sigue aprendiendo; las manos

de muchachas cuentan toda la noche el mal antiguo.

 

Pero de repente, oblicua e inexperta,

ella sostiene la constelación de nuestra voz

en el cielo que su aliento no enturbia.

IX

Solo quien levantó la lira

incluso bajo sombras

sospecha y vislumbra

la alabanza infinita.

 

Solo quien con muertos de amapola

comió

no convierte el sonido más silencioso

otra vez en pérdida.

 

El reflejo en el estanque

muchas veces nos desdibuja:

conozco la imagen.

 

En esa zona doble

nacen las voces

eternas y suaves.

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