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sábado, noviembre 23, 2024

El Olimpo, de Francisco Bitar

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«Los poemas tratan de la cerveza, un patio, una casa y una heladera. Estos temas son como los de un Borges provinciano de los años veinte, faltan el aljibe y los almacenes rosados». Por: Derian Passaglia

El Olimpo es el segundo libro de poesía de Francisco Bitar, publicado en 2009 por la editorial Chapita. Los libros de la editorial Chapita tenían un único punto de venta: el departamento en un PH de Daniel Durand, en la calle Rioja. Ocasionalmente se los podía encontrar en ferias independientes, como la antigua y extinta FLIA. Las ediciones son lindas y misteriosas. Libros flacos con tapas de cartón a colores, el título sin el autor y chapitas de cerveza engrampadas en la tapa. A veces las chapitas se desprenden, como me pasó con la primera parte de El Olimpo (tiene dos partes en dos tomos diferentes).

Los poemas tratan de la cerveza, un patio, una casa y una heladera. Estos temas son como los de un Borges provinciano de los años veinte, faltan el aljibe y los almacenes rosados. Se tocan (o se manosean) con cierta poesía objetivista de los años noventa, la «frase seca y sin vueltas» giannuzziana llevada a un extremo técnico y desolador.

Estamos en Santa Fe, cuna de la depresión. Bitar es santafesino. Fue Saer el que inventó el sentimiento de la depresión en Santa Fe, influenciado por Faulkner. Bitar lo reproduce hasta la desesperación. Un último eco aparece en ese poema de Fabián Casas: «pienso esto y abro la heladera / un poco de luz desde las cosas / que se mantienen frías».

No hay casi colores en El Olimpo, tal vez la luz de un rayo de sol o un azul de luna proyectado en la oscuridad, como en una película en blanco y negro, o mejor, como una película moderna indie filmada en blanco y negro. Los colores muestran un anacronismo. No hay colores, sí, pero hay sonidos, olores e imágenes: la bocina de una locomotora, ruidos del tráfico que «parecen recién llegados de un largo viaje», «el olor a pollo de la brasería / entra por la ventana», una colonia «que en otro barrio es perfume».

El Olimpo parece escrito en susurros. El tipo que escribe está solo, se masturba, riega las plantas, toma té y a veces sube una cerveza al Olimpo, el freezer, que es el dios de la poesía de Bitar. Es el típico sujeto alienado que construye Gambarotta en Punctum, en ese lugar, en los noventa, donde no había futuro. Las cosas se revelan ante la mirada como cosas, y la materia cobra un peso específico, real, tan real que hasta el alma misma tiene materia: «Se cree que el alma pesa poco / y yo digo: está hecha de una cera de primera calidad / que se consumirá por una de sus puntas / o sufrirá otro tipo de accidente / encerrado en su naturaleza».

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