El filósofo César Zapata prosigue su reflexión sobre el «efecto nietzsche», describiendo figuras subjetivas de nuestra contemporaneidad.
Segunda parte del efecto nietzsche o el síndrome del súper humano.
Una cosa previa, tuve la oportunidad de realizar un taller literario con el insigne poeta chileno, Gonzalo Rojas, y él, en ese tiempo impuso la moda entre los aprendices de rapsodas de rescribir (reinventar, resignificar, recodificar, repensar) los poemas ya hechos, pues bien en este ensayo estoy haciendo exactamente lo mismo.
Entrando en materia, recordemos de que se trata esto que arbitrariamente hemos llamado el efecto nietzsche: en primer término, después de casi 4 años, al reescribir este ensayo, he creído mejor llamarlo el síndrome del súper humano o el síndrome del Übermensch, pues desde ahí se puede visualizar mejor la distancia y cercanía entre esta expresión y su fuente de inspiración, nuestro querido Friedrich Nietzsche. No obstante, y esto no es menor, hay que considerar la palabra síndrome desde su raíz griega syndrome y desde lo que podríamos denominar el filosofar de las máscaras en el que insiste tanto Friedrich.
Síndrome es una suerte de aparición simultánea de voluntades de poder que durante un tiempo indeterminado se alinean para configurar una máscara. Recordemos que Fritz, dinamita la concepción de identidad del yo, como una permanecía duradera en el tiempo, el yo es siempre una máscara y la máscara es un caudal de corrientes generadas por las diversas voluntades de poder que recorren el espíritu del humano en el devenir de su vida. Usted, que lee, siempre tiene una máscara la cual va cambiando al ritmo de las pulsiones intersubjetivas que anidan en su intimidad.
Dicho esto, retornemos: el síndrome del Übermensch es un posicionamiento teórico, que por cierto se manifiesta en la práctica, articulado desde una hermenéutica del resentimiento respecto de la obra del martillo alemán. El objetivo principal de aquellos que lo padecen es llamar la atención de los otros buscando su aplauso o, mejor aún, su rechazo, pues esto último parece más épico ya que suma al padeciente la sensación de ser un sabio incomprendido. Los que están bajo su influjo creen ejercer su “yo quiero” como el león, no obstante sólo es una máscara para encubrir su odioso “necesito atención” y su resentimiento contra el león y el niño (creador) estos últimos personajes conceptuales del Así Habló Zaratustra.[1]
El macho progre
Con este breve equipaje conceptual, independizaremos el síndrome del Übermensch, como algo exclusivo de los lectores de Nietzsche e intentaremos aterrizarlo en el escenario de una discusión que desde hace tiempo azota el horizonte latinoamericano y del mundo; nos referimos a la polémica entre aquellos que realizan estudios de género versus aquellos que califican a dichos estudios como ideología de género, sobre ello hay muchísimo que decir, pero aquí nos limitaremos a intentar una zoología de dos personajes, cuya legitimidad puede ser difusa en la práctica, pero que sin duda se configuraron como dos coordenadas en esta zona de discusión: el macho progre y la feminazi.
El “macho progre”, es una categorización que, desde algunos sectores feministas y mediante la intersubjetividad de internet, apunta a un varón que se apropia del discurso de liberación feminista pero que en realidad lo hace porque le conviene y está de moda, además es incómodo no hacerlo, pues el asedio de sus amigos —sobre todo amigas— puede ser muy molesto, de modo que hay guardar una estricta corrección política.
La moda es una cosa cuando se trata de ropa, pero es otra cuando se trata de ideas, pues no solo hay que declararlas, sino que hay que llevarlas a la acción, por lo menos medianamente, y es ahí donde nuestro querido varón falla. En realidad quiere y necesita sus privilegios de género, puede transigir en uno o en dos, pero en lo esencial no quiere un cambio. No son los mejores tiempos para la estructura patriarcal, por lo tanto cuan marrano finge ser católico, le da pereza sentarse en sus cojones y discutir en serio respecto de lo que significa tener un género. Además, el feminismo ha conseguido infundirle algún miedo, por lo tanto en la mayoría de las oportunidades trata de camuflarse, aunque tarde o temprano es detectado por los panópticos de las féminas en liberación.
Pero —y este pero lo traiciona— él necesita atención, su mundo se cae a pedazos y esto lo percibe internado en una superficialidad que a la postre lo protege, pero que le exige un prolongado velorio de atención, y atención femenina que por lo menos le traiga una pálida reminiscencia de que no todo está perdido para la adaptación del patriarcado.
El macho progre sufre el síndrome del súper humano, porque en el fondo tiene resentimiento con el “yo quiero” de las leonas feministas, maquilla su resentimiento intentando quedar bien con todes, sin realmente sacrificar nada, y, ojo, algunos de ellos de tanto esconderse, comienzan a configurar un resentimiento que termina reivindicando el peor machismo, el machismo sordo.
Algunas feministas
Si el macho progre encubre su resentimiento por su necesidad de aprobación, algunas feministas y sus respectivos grupos operan por el otro frente, que en realidad es lo mismo, es decir, buscan abiertamente el rechazo de parte de lo que teórica y pasionalmente identifican como su enemigo.
No es el ajuste de cuentas con un modelo cultural al que se enfrentan sino a cada varón, que sin importar lo que piense, según ellas, está subsumido irremediablemente en el esquema patriarcal. Es verdad, en cierto sentido ellas se parecen más al león, dado que ejercen su “yo quiero” pero un yo quiero que brilla desde el resentimiento. Claro, su género fue y es violado, asesinado, denigrado, acosado, explotado. ¿No es acaso imposible carecer de resentimiento en esta batalla?
No, no es imposible, probablemente le contestaría el martillo alemán, pues deben convertirse en niñas, como lo han hecho otros sectores feministas, deben ser capaces de crear, de jugar, de amar, de enfocarse en la edificación de otra manera de vivir el género Ser una leona resentida fue necesario, pero morir como una resentida es transmitir enfermedad. Sufrir de resentimiento y denigrar al otro por resentimiento no es cambiar, sino reproducir prácticamente lo mismo que ha venido reproduciendo aquello que combaten.
[1] https://eltrueno.com.py/2022/10/03/el-efecto-nietzsche/