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jueves, noviembre 28, 2024

El bosque-Thoreau, Parte 5

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La modernidad produce seres frívolos, máquinas; el bosque, por el contrario, nos reconcilia con nosotros mismos, con la humanidad. Por: Derian Passaglia

¿Qué sentía, entonces, Thoreau en el bosque? Me obsesiono con los sentimientos de un hombre que escribió un libro, y un hombre que para colmo está muerto, y al que no le podemos ir a preguntar lo que sintió… Me obsesiono con lo que muestra de sí mismo, o con lo que dejan traslucir sus palabras sobre lo más profundo de su ser, porque desde la primera página Thoreau dice que es un libro sobre él, o mejor, un libro sobre el “yo”. Es siempre, aclara enseguida, la primera persona la que habla, como si revelara uno de sus supuestos éticos o filosóficos con el que construye su obra: no existe la objetividad, al menos en el Walden, y entre esos árboles de copas altas que orillaban el lago, y en el lago mismo no existía la objetividad, ni tampoco en la noche oscura y profundamente silenciosa.

Es una ilusión pensar que se pueden conocer los sentimientos de un autor cuando está de por medio la palabra, porque ya la palabra impone una restricción: antes de escribir, por más automática, libre o “genuina” que sea la escritura, se piensa. Ese sentimiento se elabora en el papel (en la hoja de Word o en el pergamino) a través de lo que antes se pensó. ¿Es imposible acceder a los sentimientos reales, a lo que de verdad siente una persona al escribir? Quizá lo que leemos sea nada más que la construcción literaria de un sentimiento, como si el sentimiento, más que una sensación, más que algo que pasa por el cuerpo, fuera una idea, un ente abstracto con el que algunos o muchos lectores podemos identificarnos.

Pero lo que me llama la atención es que aceptando o suponiendo que el sentimiento en la escritura es una construcción o una idea, igualmente quiero saber, necesito saber lo que Thoreau sintió en la soledad de los bosques, como si la experiencia fuera algo que se puede transmitir por medio de un relato, y no digamos ya relato, por medio simplemente de la palabra. La pregunta general que sale de todas estas cosas sería: ¿es posible que un sentimiento se pueda comunicar? ¿Es posible que el otro sienta como yo sentí eso (ese sentimiento) que le quiero comunicar? ¿Hay una objetividad de lo más subjetivo que existe, de los sentimientos?

En la sociedad moderna, escribe Thoreau, el trabajador no tiene tiempo de ser otra cosa que una máquina, porque no goza del ocio suficiente para lograr una verdadera integridad día a día. Lo más alejado del “yo”, de la pura subjetividad, del sentimiento, es el trabajador. En 1845, cuando Thoreau abandona la vida civilizada por una vida en contacto con la naturaleza, como un héroe romántico sacado de una página de Goethe, lo hace para ir en busca de su yo, de su más alta expresión subjetiva, y a través de una creencia: la modernidad produce seres frívolos, máquinas; el bosque, por el contrario, nos reconcilia con nosotros mismos, con la humanidad.

Hay un hecho cierto: Thoreau cambia la ciudad por el bosque. Este cambio de estado, cuando se traslada a la escritura, produce una ficción, que se lee cuando Thoreau dice que va a hablar de sí mismo, de su “yo”, de su propia experiencia, quizá influenciado por el romanticismo alemán, estética oficial de la época. Pero a diferencia de lo que el propio Thoreau cree, su experiencia no revela su yo, porque revela más bien el bosque en su plenitud, en su misterio, en su eterno fluir de luz y oscuridad y secretos y paciencia. Antes que sujeto, Thoreau se convierte en objeto para escribir sobre el bosque, para que sea el bosque lo que se exprese en su totalidad en el Walden. Nadie puede ser un observador imparcial o discreto de la vida humana, escribe en la página 20, sino desde la ventajosa posición de lo que nosotros llamaríamos pobreza voluntaria.

Si el tema del Walden se produce por un movimiento, de la ciudad al bosque; otro movimiento, narrativo o ficticio, permite ese primero, y es el despojo, la pobreza voluntaria a la que se somete Thoreau para armarse su casita al pie del lago. De la riqueza a la pobreza, de tenerlo todo a no tener nada, de las luces de la vida moderna a los cielos oscuros del bosque en la noche helada. El despojo y la pobreza son un contexto necesario que se crea Thoreau para escribir, porque escribe desde la nada, planta las semillas, cosecha, corta la madera, produce sus herramientas, su comida, y hasta tiene tiempo a la mañana para pasear y escribir. Es una pobreza un poco chic, Thoreau es un jipi con OSDE, un tincho de buena conciencia, que busca la pobreza y la pobreza no lo busca a él, porque es una pobreza segura y sin riesgos, que se funda en la seguridad de tenerlo todo a pocos kilómetros, en el pueblo o la ciudad. Esa pobreza buscada le sirve para entregarnos un mensaje a los verdaderos estudiantes pobres, y también, y mejor, para dejar su “yo” de lado y volverse un observador de los bosques, un objeto del bosque.

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