Paranaländer hizo una visita al barrio del rock paraguayo, suerte de Zona Temporalmente Autónoma avá, donde el rock es rey y el pueblo chiquito está formado principalmente por sus propios músicos, sin turistas ni mirones.
Parafraseando a Mussolini (Todo en el Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado) o a Fidel Castro (Dentro de la Revolución, todo; contra la revolución, ningún derecho), podríamos decir, mutatis mutandis, que dentro del rock todo, fuera del rock, nambréna. En realidad, fue el jazz el género mayor en canibalizar y metabolizar a otros géneros musicales, dando la impresión que todo se puede jazzear. Lo del rock se podría matizar, poniendo electrónico en vez de rock: todo se puede electrificar, incluso el folklore o viniendo ya a nuestro tema, en concreto, la polka paraguaya. La polka electrificada de Oscar Pérez y su Alegre Fórmula Nueva iniciada en 1973 y que sigue hasta hoy, y la decena de grupos con el vocablo “electrónico” en su nomenclatura como Los disonantes electrónicos de Itá (grabaron primer disco en 1967), que sentarán la base finalmente al rock en 6×8 como lo llama Sergio Ferreira en su “Tengo un tema. Una historia sobre el rock en Paraguay” (2022).
Allí se discute con el coleccionista de discos y guitarrista argentino de Reynols, Alan Courtis (que está preparando un compilado de grabaciones de conjuntos electrónicos paraguayos) sobre el significado de electrificar polka. “Me parece interesante ese momento en el que se da la transformación en la instrumentación. Cambia la sonoridad y le da un color distintivo a nivel musical. Creo que se trata de música con muchos elementos singulares que le dan una identidad especial y que combinan a la vez tradición y modernidad”. Citemos a esos grupos: Equipo Electrónico 79, Grupo Electrónico Ideal, Grupo Electrónico Hermanos Martínez, Los Electrónicos Maravillosos, Miguel Quintana Bareiro y su grupo Electrónico Tropical 5, Grupo Electrónico Sagitario…
Hoy el crossover ha alcanzado a la cumbia, la cachaca, el rap, el reggaeton…
El grupo paraguayo de rock más importante es Jodi -formado por el dúo de los hermanos Jorn y Dirk Wenger-, por haber grabado el primer álbum de rock y por su vigencia hasta hoy, conocido internacionalmente ya en los 70’s con su discos con la EMI-Odeon Argentina (1975-1985), y hoy en Europa vía el sello español Guerssen (2016-2022). En “Pops de vanguardia” de 1973, Philips Argentina, aún se llaman Jodi, que cambió a Iodi en su etapa Emi. Jodi representa la creatividad dentro del encierro, la metáfora del rock en Paraguay: rock de calidad para el exterior y una minoría local, pues Paraguay es el país del casi, país no rockero, país cumbiero, etc., todas las fórmulas negativas que rondan como póras y añas -y señalan la fragilidad y precariedad de nuestro rock- a lo largo del libro de Ferreira.
El fracaso de una empresa como Kamikaze de alguna manera representa o se puede leer como un fracaso del rock nativo.La cantidad de inversión, de tiempo dedicado y de bandas editadas y su bancarrota final son contundentes en ese sentido. El paraguayo no compra discos de rock paraguayos (quizás ni los escucha). Kamizake Records mordió el polvo, Oscar Pérez sigue desde hace 50 años.
Entre las bandas recensionadas en el libro, escuché en vivo por radio (y grabado luego en cassette) el blues rock de The Deeks (forma eufemística de dicks, suponemos), vi en vivo en Spurs al rock polqueado de La secreta cantando Parawayensis blues, comí empanada parado allí en calle Independencia Nacional con el vocalista de RH + Positivo, Carlos Albospino, vi y oí a uno de los guitarristas de Vértigos (segunda formación con el finado Charly Quevedo, filósofo e ingeniero electrónico empleado de ANDE) en un concierto en Itá Pytá Punta, a Robert Bernal como baterista de Enemigos de la Klase y de Orchablex en varias momentos, colaboré con la revista Punto Rojo del guitarrista de Enemigos de la Klase y Armagedom, Carlos Acuña, me gusta esa Eira kañy de Dokma recién descubierto, recuerdo a Shaman tocando en El Bosque, Krhizya de Rolando Chaparro covereando Reservista Purahéi de Barboza, el death metal de Funeral un sábado pyháreve de calor infernal, al finado Bicho Chase lo frecuente en los 90’s cuando ensayaba y tocaba con Simulacro de los hermanos Benítez, a Quique Calabrese piru y pelilargo con Ni los perros lo habré visto en Escalinata Antequera enfundado en unos pantalos de cuero negro, al Perro Suchar en el Cerro Porteño cancha tuya con Acero Inoxidable, el canto scateado antes que melismático de la ñembyense Marcela Lezcano en youtube, del metal gótico-black de Sabaoth puedo decir que también participé en una mesa redonda sobre poetas malditos invitado por Ramírez Biedermann, Alabaré de The Deliverans es el gran tema noventero, la remera nietzscheana de Violent blue lo soñe o me lo inventé acaso cuando tocaron en el estacionamiento del shopin Villa Morra…
Pero lo imperdonable de la escena rock parawayensis es la tonelada de grupos esclerotizados haciendo covers y todos esos cantantes propinándonos por años y lustros y décadas sus akurepadas entonaciones a lo Soda…
El libro de Sergio Ferreira es un excelente artilugio -skate, canoa, coche manejado con porro y alcohol- para dar una vuelta por ese barrio no tan salvaje llamado alguna vez rock paraguayo.
Como tapa antológica de la escena nacional merece un destaque este día del Mariscal López el disco de Enemigos de la Klase lanzado en 2002, Sobre mártires, héroes y traidores. Verdadero engendro como arte de tapa al yuxtaponer al Mariscal con el Che, nacionalismo con internacionalismo (el gran tema, pa’a, aporía, hoy día, tiempos nublados del ethos posmo-progre, en suma, como reza la homilía de Fusaro, lo local siendo sistemáticamente aniquilado por lo global).