Tenías dos colores: negro y blanco, y el negro te cruzaba a veces por una oreja, y el blanco se abría en tu frente y en tu hocico como una mancha que alguien. Por: Derian Passaglia
El otro día me acordé de la Sole, ¿por qué? ¿Y cómo? Me acordé de vos… cuando saltabas como un metro, y trepabas por la pared que daba al vecino, casi llegabas a la medianera, porque no soportabas a los gatos, los querías comer, y les ladrabas y ladrabas. ¿Estabas un poco loca, puede ser? Puede ser que un poco de locura hayas tenido, como todos, ¿quién no está un poco loco sabiendo que al final nos vamos a morir, y que al final al final de todo, por más que la memoria sobreviva algún tiempo, más allá, en otro tiempo, hasta el universo mismo va a morir, como en ese poema de Pessoa?
Fue la Sole la compañera con la que crecí, y murió a los veinte años, de viejita, apenas si podía mantenerse sobre las cuatro patitas de gallo que tenía, caminaba temblando, se hacía encima a lo último, y mantuvo su mal humor hasta el final: si Aquiles se le acercaba para olerle la cola, la Sole, ciega e inválida, lo sacaba cagando al tonto y grandote labrador, que no tenía respeto para nada. Ese mal humor, ese carácter horrible que te llevaba a mostrarnos los dientes si queríamos acariciarte, y solo te dejabas acariciar muy pocas veces, porque si no gruñías, ¿habrá sido por qué?
La Tuti le puso de nombre Soledad, porque la encontró chiquita y sola en el balcón de su casa en el Fonavi de Uriburu y Circunvalación, y desde ahí que le quedó la Sole… Jugabas de chiquita, y movías la cola, y eras tierna y dulce, y no malhumorada como de grande. Tenías dos colores: negro y blanco, y el negro te cruzaba a veces por una oreja, y el blanco se abría en tu frente y en tu hocico como una mancha que alguien, quizá Dios, había dejado caer descuidado y sin permiso. Y el negro y el blanco se iban combinando así, por el lomo, por la cola, por un lado y por otro, creando quizá un estigma, una marca, una idea de la raza Perro, raza Perro de la calle, esos que tanto sufrieron…
Me acordé de la Sole, fue un segundo, y fue como si viviera otra vez pero solo en mi mente, porque afuera, ahí en la realidad, ya no quedaba nada de ella, apenas la tierra en el fondo de la casa de la Bichi, la tierra que la cubría… ¡Qué alto que saltabas! ¡Cómo trepabas a la medianera para ahuyentar a los gatos! ¡Qué guardiana! Y todavía chiquita te viniste a vivir con nosotros, con la familia, en la calle Dragones del Rosario, porque la Tuti no te podía tener, o no sé qué habrá pasado, yo era chico también como vos, algunas cosas entendía y otras no…
Y ese mal humor, ese mal humor lo llevabas a todas partes, ¿por qué? Eras así, gruñona, y la Bichi decía “qué jeta que tiene” cuando ladrabas a cualquiera que pasara por la vereda, o a otros perros también, los de la cuadra. Y cuando volvía de la escuela, después de comer la comida que había cocinado abuela Mabel, después de mirar entero Estudio Fútbol en TyC, antes de la siesta, te molestaba para joderte, porque me gustaba joderte y que me gruñeras, y a veces, cuando ya te hartabas, tirabas el tarascón. Pero así nos entendíamos, ¿no? Así nos comunicábamos con la Sole, la Sole malhumorada, la hermana que nunca tuve, la que me faltó, la Sole trepando a la medianera en las siestas, ladrándole a los gatos, mientras yo pateaba y pateaba la pelota a la pared, pateaba y pateaba…