Paranaländer no está de humor para soportar libros que ridiculizan a su rapicha kuéra usando la excusa gua’u de que investiga la (quinta)esencia (ridícula) del paraguayo sea quien sea este objeto de estudio.
“El paraguayo. Un hombre fuera de su mundo” (1° edición, Litocolor, 1992), Saro Vera. Mi edición es la 3ª, ya de El Lector, 1994. (Circula en Scribd una cuarta, de 1996). Trae aún el prólogo original firmado por Miguela Cadogan (habla del misterio de nuestra cultura) más una presentación a la 3ª edición a cargo del Padre Chinaglia (salesiano, que recalca la utilidad del libro para evangelizar, meter el evangelio).
Saro Vera (1922-2000) fue un caazapeño nacido en la compañía de Rosario Tatuy (no queda claro si se trata de un pequeño tatu, armadillo, o si del agua, y, del tatu). Estudia con los jesuitas en Bayres, fue cura de Bella Vista (Caazapá) y, sobre todo, de la diócesis de Guairá (creo haberlo visto en el pueblo de mis ancestros, Félix Pérez Cardozo, dirigiendo las refacciones de la iglesia local durante una fiesta patronal. Incluso mi hermano mayor, le secreteó de mis ¡devaneos literarios!).
Su libro goza de fama, cuatro ediciones consignadas, suponemos por aquello de que simula ser el vademecum o breviario de lo paraguayo te’ete aclarado por fin en sus más oscuros enigmas. En realidad, es un conjunto de dislates y lugares comunes (el paraguayo es músico natural, vive en la hora paraguaya, etc.) con pretensión sociológica (los lectores, bien sea decirlo, le han dado este sentido). Como su libro gemelo, “Hueso perdido” de otro Vera, Helio en este caso y guaireño, se trata de un libro más bien sarcástico, satírico, que se pasa ridiculizando las costumbres nativas al sobrevalorar sus extravagancias (no tienen concepto de siempre o nunca, no tienen noción de unidad de distancia, etc.). Va al otro extremo de los etnólogos: que santifican cualquier hábito o chisme local (poliandria, sororato, antropofagia, etc.).
El error a mi entender estriba en la base, pensar que solo los paraguayos presentan peculiaridades en sus comportamientos. El paraguayo como bicho raro, o en definitiva, ridículo.
Clastres cuando comenta y presenta los textos mitológicos guaraníes (mbya y avá) los hermana inmediatamente con los griegos, cosa que todo el tiempo el cura niega. Montaigne hace lo mismo entre la poesía tupinamba y Anacreonte. Y el jesuita Peramás yuxtapone la república de Platón y la utopía guaraní.
La capacidad de observación de Vera es innegable, pero no creo sea privativa de él, más bien es un bagaje de todo cura (jesuita o no, pero sobre todo del jesuita, el maquiavélico dentro del catolicismo), para manipular al campesino catequizable o evangelizable.
Es la mirada del paraguayo privilegiado, que se puede desbrozar así, a grandes rasgos: entre los profesionales, abogados y médicos. Luego viene el estamento militar y el sacerdotal.
¡Hemos tenido de presidente hasta a un cura!
En suma, el libro no nos habla del paraguayo, entelequia inatrapable, sino del propio Vera como ciudadano privilegiado en un país de no privilegiados. Van los ejemplos de esto. No le gusta Emiliano R. Fernández, por su “chabacanería”. No le gusta el polka jahe’o por decadente, etc. Cuando el músico sea marxista su música siempre será religiosa (Flores). Esta omnipresencia de lo religioso gua’u es tendenciosa como mínimo viniendo de un sacerdote. El paraguayo es sumiso, el paraguayo es un músico de nota mayor, nostálgico pero no pesimista, rara veces se suicida, no le gusta el ruido (anti-rock). Todo el tiempo el libro se pasa escupiendo esta sarta de afirmaciones infundadas, mero desahogo de prejuicios, homilía que lleva al piraku y la duermevela eterna.
El capítulo 1 nos da la clave: el paraguayo es paraguayo. Círculo vicioso, aporía, paralogismo constante. Si al menos nos dijera “el paraguayo es o ha sido akurepado, yankizado, europeizado, etc.”. Nada. Usa el mismo concepto para definir su objeto de estudio. No serio.
Tiene capítulo sobre poesía, música, salud, guaraní, coraje, humor, fanatismo, escultura, pintura, venganza, grosería, trabajo, amor, etc., pero ninguno sobre la muerte. No serio again.
“Al paraguayo siempre le extraña la muerte repentina”, hei. ¡Y a quién pio no?
La repentina y la muerte diaria, ha extrañado y sigue extrañando al universo entero, por eso es la bibliografía más extensa de la humanidad (vg., el primer texto filosófico, EL DIÁLOGO DEL PESIMISMO, en acadio llevó el título de Arad mitanguranni, “Siervo atiéndeme”, es una composición que debe datar de principios del primer milenio a. c., trata de un diálogo sobre la muerte).