Los estándares coreanos es un libro de cuentos al que hay que entrar libre de prejuicios: son raros, bizarros, impredecibles, y uno se pregunta en algún momento qué hace leyendo eso. Por: Derian Passaglia
Park Min-Gyu es todo un personaje: anda siempre con una larga cola de caballo en el pelo y anteojos de sol, como un Bizarrap de otra época. Nació en 1968 en Ulsan, Corea del Sur. Por alguna razón, muchos escritores de su generación parecen rockstars. ¿Por qué será? Quizá, imagino, por haber crecido en las últimas décadas del siglo XX, décadas de reviente y liberación.
Publicó su primer libro en 2003, Leyenda de los superhéroes del mundo, y ese mismo año salió también El último club de fans de la superestrella Sammi. Ganó premios, tuvo adaptaciones teatralea y se filmó una película basado en su cuento «Una siesta». Hasta ahí podría ser una biografía.
Los estándares coreanos es un libro de cuentos al que hay que entrar libre de prejuicios: son raros, bizarros, impredecibles, y uno se pregunta en algún momento qué hace leyendo eso. Internet informa que el estilo de Park Min-Gyu es cínico, irónico, leve o despreocupado. Me pregunto si en ese cinisimo no habrá algo de su época, algo del mundo donde creció Park Min-Gyu. Su literatura es lo más antirrealista que existe, como si fuera in surrealista, otro más, escribiendo un siglo después de la aparición del absurdo y las vanguardias. Hace acordar, también, al realismo delirante de Alberto Laiseca.
«Costella», por ejemplo, es un cuento donde el narrador se obsesiona con su heladera, que hace un ruido espantoso, y la llena con cualquier cosa que tiene a mano. En «¿De verdad? Soy una jirafa» hay una jirafa esperando el tren que habla. En «Gracias, mapache» hay un videojuego que convierte a los humanos en mapaches. Y todo así. Este sinsentido del relato y esta ruptura de la lógica se vuelve estructural, el lector ya se lo espera y constituye la esencia literaria de Park Min-Gyu.