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lunes, noviembre 25, 2024

El pintor de la tablada y mi abuelo

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A diferencia de Borges, Belloni no le tiene miedo al color local, ni abrir su “ojo interno” para mostrar su barrio… Por: Derian Passaglia

En el barrio de la Tablada nació y creció mi abuelo Hugo, un trabajador del ferrocarril, jubilado no docente de la Universidad Nacional de Rosario. Después de décadas, al borde del siglo XXI, mi abuelo volvió a comprar la casa de su infancia, en la calle Buenos Aires esquina Garay. La Tablada es el barrio de mis sábados y domingos, en casa de mis abuelos, pero también el título de un libro de pinturas y dibujos de Orlando Belloni, publicado por la editorial rosarina Iván Rosado en 2020.

Orlando Belloni nació en Pérez, un pueblito a pocos kilómetros de Rosario. Desde los 18 empezó a trabajar como mecánico en el puerto de Rosario y desde los 45 años vive en el barrio de la Tablada. Se llevarían bien Orlando y mi abuelo. Los imagino sentados en una mesa cuadriculada de la Santa María, justo en la ochava de la avenida San Martín. Orlando, como mi abuelo, es hincha del club Central Córdoba, o eso pareciera, por la gorrita que tiene puesta en una de las fotos del libro.

“Salí casi todos los días a pintar y dibujar al aire libre por la zona del Gran Rosario, tratando de captar el color local y las constantes formales del entorno”, dice Belloni en la inauguración de una de sus muestras. A diferencia de Borges, Belloni no le tiene miedo al color local, ni abrir su “ojo interno” para mostrar su barrio. Como Ten Shin Han, Orlando Belloni tiene un tercer ojo, casi oracular, que le permite sentir, antes que ver, los colores, las costumbres y las formas del medio en el que vive.

Por eso, dice, no le entusiasman “las técnicas modernas”. No le vengan con vanguardias y cosas raras. ¿Jugará a las bochas, a la “pelota paleta” como mi abuelo? ¿Se despertará y se dormirá escuchando tango, como también mi abuelo? Y en invierno, ¿dormirá con una bolsa de agua caliente a los pies?

No le interesarán las técnicas modernas a Orlando porque parece más que moderno, parece como si pintara con los gráficos de los viejos videojuegos de los noventa, como si viera la realidad a través de bits y gráficos del Street Fighter y el Wonder Boy. La gente del barrio, pobre, el humo de las chimeneas del puerto, el río, los perros flacos o sarnosos, los pibes de gorrita en la esquina, las grúas, las canoas, las chicas empujando cochecitos, las casas bajas, las motitos, las cervezas de fondo blanco, los pescadores, los pescados, las estaciones de servicio. Todos parecen salidos de una caricatura marginal, infantil, un poco triste y hermosa.

 

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