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lunes, noviembre 25, 2024

El bosque- Hudson. Primera parte

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Hudson es parecido a Thoreau: los dos son señores, muy serios y distinguidos; los dos escriben en inglés, el primero británico, el segundo yanqui; los dos aman la naturaleza, pero de forma distinta. Por: Derian Passaglia

Un poco ya lo uso como un diario a este libro, como ese que quise escribir en 2016 y no me salió. Me tiembla un poco la mano al escribir, pero en aquel momento no, parecía estar seguro de lo que quería decir. Ahí fue el primer tachón en esta hoja. Puse: “parecía estar seguro de lo que quería escribir”, y lo cambié por: “parecía estar seguro de lo que quería decir”. Mejor así. Mientras avanzo en los renglones me voy calmando. La letra mejora, como le pasaba a Levrero. Tomo un sorbo de vino. Gala mira un partido de River por Copa Libertadores en el celular, con auriculares. Estamos en la cama. Llovió todo el día. Hoy vino mi familia de visita, salimos a comer. Se van a quedar todo el finde largo. Me encanta verlos, pero también me estreso. Creo que es porque soy una persona muy rutinaria, como también era Levrero, y cuando se me cambian los papeles de la vida diaria me agarra el mal humor. Nací ya como un viejo de boina escuchando la radio en la vereda, bien hinchapelotas, ya sé. Tenemos un gato. Apareció el domingo en el palier del edificio, del lado de afuera (¿”garita” se llama esa entrada del edificio techada?), llorando. Parece adulto, es colorado. Le puse de nombre el Loco, y Anna completó el nombre: el Loco Damián. Es re atrevido, se sube a la mesa, grita, se deja acariciar la panza sin problemas. Me gusta cuando las páginas no tienen tachones, como la anterior. Es como si no hubiera tenido que hacer ningún esfuerzo, se escriben solas, sin la intervención humana o divina. También me gusta escribir este libro con un libro al lado, acá tengo una edición vieja de Un vendedor de bagatelas, de Hudson.

Hudson es parecido a Thoreau: los dos son señores, muy serios y distinguidos; los dos escriben en inglés, el primero británico, el segundo yanqui; los dos aman la naturaleza, pero de forma distinta. Qué canchero usar punto y coma. Thoreau aprende sobre la naturaleza a medida que experimenta con ella, a medida que escribe; Hudson ya la vivió, no es un pichi, le gusta la naturaleza desde que tenía cuatro o cinco años más o menos. Desde esa época ya pintaba que iba a ser un gran naturalista, porque le encantaba observar pájaros y animalitos en la estancia donde creció, llamada “Los 25 ombúes”, según googleo ahora, que se ubicaba en la zona del actual partido de Florencio Varela. El Noba, cantante de cumbia 420 que se mató andando en moto por no usar casco, también es oriundo de Florencio Varela. En sus canciones, antes de empezar la letra, siempre dice: y de Florencio Varela, es el Noba y te resuena, para que lo mueva y lo mueva.

Pero Hudson y el Noba no tienen nada en común más que el lugar de nacimiento, este hermoso lugar que se puede sentir como un bosque, en Buenos Aires o en Rosario, en Barracas o en Tilcara, en Santa Teresita o San Antonio de Areco… Lugares por los que estuve de vacaciones y viajé, lugares en los que viví durante muchos años. Leer a Hudson, ¿no será también como leer el pasado de un lugar, como viajar a través del tiempo por la Argentina del siglo XIX en la mirada de un extranjero? ¿Pero era extranjero o era argentino este caballero tan elegante al escribir con su prosa inglesa, sobria, objetiva, casi sin atributos? ¿Y cómo sería, volviendo al tema, conocer Florencio Varela dos siglos antes, antes de las canciones de El Noba, a través de los libros que dejó escrito un hombre? Son hermosos los títulos de sus libros: Un naturista en el Río de la Plata, Allá lejos y hace tiempo, The Purple Land, traducida como La tierra purpúrea.

Hudson es tan naturalista que hasta casi se agarra a las piñas con un jugador de fútbol, muy atlético, que quería matar una avispa. No, él prefiere emborracharlas con whisky y bananas y mirar cómo se ponen agresivas, peleando entre ellas, un efecto completamente inesperado: Hudson pensaba que se iban a tambalear y volver a sus casas gedientas, como viejos de panza redonda y camisa abierta por caminos de tierra y zanjas. Su amor por la naturaleza no es idealizado, o no tan idealizado como el de Thoreau, porque a las moscas, especialmente las caseras y los moscardones, las odia, y podría tolerar el hecho de ver cómo alguien las mata. Para Hudson, las moscas no son las inevitables golosas, como canta Serrat un poema de Machado, sino la progenie de Satanás. Es un científico el que escribe, y no como Thoreau, el ensayista de una corriente filosófica, con su sistema preconcebido de valores y creencias. Si algún sistema de valores y creencias tiene Hudson, este sistema no nació de la elaboración intelectual y el pensamiento. Todo lo contrario al trascendentalismo de Thoreau. Cuando apenas había aprendido a caminar, Hudson ya estudiaba el comportamiento de la naturaleza

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