De la experiencia del amor, Kafka solo encuentra la angustia y la amargura de existir, como cuando se pregunta “¿qué lector podría ser ya capaz de sonreír?… Por: Derian Passaglia
Sigamos con las cartas de Kafka. Hoy voy a ser solamente el DJ de esta nota, porque encontré en las Cartas a Felice un análisis excelente que hace el propio Kafka de un poema chino antiguo. Las Cartas están llenas de estas joyitas secretas. El único poema que Kafka le dedica a su extraña amada lo saca de un libro titulado Lírica china desde el siglo XII a. C. hasta la actualidad, en el Tomo 1 de la colección La corteza del fruto, Múnich, 1905, según se consigna en mi edición. El poema Yan-Tsen-Tsai (1716 – 1797) y dice así:
EN LA NOCHE PROFUNDA
En la noche fría, absorto en la lectura
de mi libro, olvidé la hora de acostarme.
Los perfumes de mi colcha bordada en oro
se han volatilizado ya, el fuego se ha apagado.
Mi bella amiga, que hasta entonces a duras penas
había dominado su ira, me arrebata la lámpara
y me pregunta: <<¿Sabes la hora que es?>>.
Muchas cartas después, Kafka vuelve sobre el poema, y le escribe a Felice un largo análisis, muy particular, porque lo que parecía un simple poema chino antiguo, con sus características ya sobreimpresas en él, es decir, lo que la cultura ha dicho de los poemas chinos (que son objetivos, budistas o taoístas, apegados a la imagen, sencillos), Kafka lo transforma en un poema donde pueden leerse sus propias obsesiones y su forma de ver el mundo, lo que también se ha llamado “lo kafkiano”. De la comodidad dulce de una cama junto a una querida amada Kafka pasa a sentir el horror de lo cotidiano en el poema chino; de la experiencia del amor, Kafka solo encuentra la angustia y la amargura de existir, como cuando se pregunta “¿qué lector podría ser ya capaz de sonreír?”; finalmente lo lleva a un plano personal, y encuentra que la relación de ese poeta y su amiga se parece a la que tienen sus padres. En esta forma de leer de Kafka está su forma de sentir el mundo, y lo raro es que se da a través de la lectura, una actividad que parece consensuada, que parece que solo puede darse de una sola manera, y con Kafka entendemos que no, la lectura depende del sentimiento de quien lea:
“Pobre amada mía, puesto que el poema chino ha llegado a adquirir una importancia tan grande para nosotros, es preciso que te haga una pregunta. ¿No te ha llamado la atención el hecho de que se trata de una amiga del sabio, y no de su esposa, pese a que sin duda el sabio es un hombre ya de cierta edad, y ambas cosas, sabiduría y edad, parecen contradecir la convivencia con una amiga? Sin embargo el poeta, que, impertérrito, solo aspira a alcanzar la situación final, ha pasado por alto esta inverosimilitud. ¿Lo encuentra así debido a que prefería una inverosimilitud a una imposibilidad? Y si no fue así, ¿es que tal vez temía que semejante oposición entre el sabio y su esposa hubiera quitado al poema todo su buen humor, no pudiendo comunicar al lector otra cosa que compasión por las penas de esa mujer? La amiga del poema no sale tan mal parada, esa vez la lámpara se apaga realmente, el tormento no era tan grande, aún hay bastante alegría en ella. Pero ¿y si hubiera sido la esposa, y aquella noche representase no una noche accidental sino un ejemplo de todas las noches, y, claro está, no solo de las noches sino de toda su vida en común, una vida que sería una lucha por la lámpara? ¿Qué lector podría ser ya capaz de sonreír? La amiga del poema no tiene razón porque esa vez se sale con la suya y no pretende otra cosa que eso, salirse con la suya una vez; ahora bien, como es bella y solo quiere triunfar una vez, y como un sabio jamás puede convencer de entrada, la perdona hasta el más severo de los lectores. Una esposa, por el contrario, siempre tendría razón, no sería una victoria, sino su propia existencia, lo exigiría, existencia que el hombre, enfrascado en la lectura de sus libros, es incapaz de darle, aunque tal vez solo en apariencia esté enfrascado en los mismos y, día y noche, no piense en otra cosa que en la mujer, a la que ama por encima de todas las cosas, si bien con su innata ineptitud. La amiga, ciertamente, tiene en esto una mayor perspicacia que la esposa, no está lo que se dice tan hundida en la situación, mantiene la cabeza fuera. En cambio la esposa, como corresponde a la pobre y desgraciada criatura que es, lucha a ciegas; no ve aquello que tiene ante los ojos, y allí donde se alza un muro cree en secreto que solo hay una soga tensa bajo la cual siempre podrá uno deslizarse. Así ocurre al menos en el matrimonio de mis padres, pese a que en él obran causas totalmente diferentes a las de la poesía china”
“(…) Mi amor, pero qué poema tan terrible, nunca me lo hubiera imaginado. Pero lo mismo que se deja abrir, lo mismo que puede uno quizás pisotearlo y desentenderse de él, la vida humana es un edificio de muchos pisos, el ojo no ve más que una posibilidad, pero en el corazón están reunidas todas las posibilidades. ¿Qué dices a esto, mi amor?”.