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domingo, noviembre 24, 2024

El humor pesimista de Bahnsen (1830-1881)

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Paranaländer contempla con espíritu seudo científico a la hénada (mónada aislada y sufriente) llamada Julius Bahnsen (1830-1881) en su tarea hercúlea de cambiar lo trágico cotidiano en humor.

 

Tres pensadores continuaron la filosofía de Schopenhauer: Eduard von Hartmann, Philipp Mainländer y Julius Bahnsen.

Julius Friedrich August Bahnsen era natural de Tondern, población del Land de Schleswig, donde nació el 30 de marzo de 1830. En Lauenburg, donde siguió ejerciendo como oscuro maestro de escuela, muere el 7 de diciembre de 1881. Se casó en 1863 con Minnita Möller, joven natural de Hamburgo, pero perdió pronto a su esposa, tras la muerte de su hija, al poco de nacer. Se casó entonces en segundas nupcias con Clara Hertzog, de la que tuvo cuatro hijos, pero este matrimonio fue infeliz, y le llevó al divorcio en 1874.

Bahnsen permaneció prácticamente aislado, si exceptuamos el contacto que estableció en 1872 con Eduard von Hartmann. Mientras pensadores menores como Agnes Taubert (esposa de Hartmann) representan la «derecha» del movimiento pesimista, Bahnsen representa, por así decirlo, la «extrema izquierda» de esta doctrina, debido a su radicalísima interpretación del pensamiento schopenhaueriano.

“Es el espíritu liberado de la herida que le infligen sus dolores inmediatos, el que eleva a la abstracción las contradicciones de la experiencia anímica, imprimiendo el sello de la liberación anímica a aquellas antinomias duales del sentir y del pensar.

Esto hace de lo humorístico algo estético en el sentido más eminente de la palabra, pues ofrece la verdad en forma de la apariencia, mientras que lo simplemente bello reviste la apariencia con la forma de la verdad”.

“De ahí que a toda Gretchen se le enfrente su Mefistófeles, como su extremo complementario; y esto con cierta necesidad, más metafísica que meramente estética.

Pues Mefistófeles representa aquella forma del humor que carece por completo de aquello que pertenece por entero a la ingenuidad: la carencia de malicia de un ánimo que se desconoce a sí mismo”.

“Por eso, el humor que crece sobre tal suelo tiene ya un pie fuera del dominio estético, pues ese plus de intelectualidad se corresponde con un mínimo de capacidad sentimental. La verdad fría y entera, que ha cortado los filamentos nerviosos que conducen al corazón, y es mero asunto de la cabeza, carece por completo de aquel momento de la apariencia, sin el cual ya no existe en absoluto ninguna constitución estética”.

“Pero, asimismo,

Aristófanes no sería un verdadero humorista, si no sintiésemos cómo a través de toda su desbordante alegría trasparece involuntariamente el vívido sentimiento del dolor por la patria que se hunde; algo que a la estética académica le gustaría siempre excluir y rechazar, por considerarlo un elemento patológico.

Según esto, el fundamento para clasificar las diferentes formas del humor no nos lo da tampoco el grado de amargura, sino solamente la altura de la conciencia implicada.

El humor bonachón y el humor embriagado de odio pueden estar, efectivamente, en el mismo nivel: La tierna dulzura de Jean Paul y la zahiriente causticidad de Byron, son estéticamente equivalentes, en la medida en que la energía dialéctica del poder de antítesis que abarca al mundo es igual en ambos”.

“Un humorista que no mostrara la más mínima comprensión hacia el sentimiento y lo rechazase por completo, caería inmediatamente en la unilateralidad de la pura sensatez, y fallaría en lo que constituye el presupuesto indispensable del verdadero humor; a tal humorista habría que asingnarle un puesto intermedio, en el que llevase una vida a medias, capaz de absorber con un lóbulo pulmonar la atmósfera lógica, y con el otro la de la voluntad”.

“El «seco» metafísico, como tal, no es en absoluto un humorista; pero el que no es más que humorista a secas, le hace fácilmente la competencia al metafísico, exponiendo con desnudez la dialéctica real, en lugar de escamotear el serio aquelarre de la vida con la sutil telaraña de las veleidades de la lógica, como hace el pícaro Puck”.

“En su núcleo más esencial, por tanto, lo trágico y el humor son idénticos; pero en lo que se refiere a su concepción y configuración, resultan tan contrapuestos como lo son la pesada materia y la elasticidad puramente expansiva, carente de presión.”.

“El puro humor se revela como la cúspide de todo lo específicamente espiritual, en el hecho de que, gracias a él, el intelecto, en medio de todos los tormentos que padece por causa de la voluntad, se deshace de ésta y de su humillante violencia, y se alza al ámbito de la libre autodeterminación, en tanto que él, sin sacrificar la más mínima intensidad de su sentir, deja por debajo suyo via abstrahendi todo aquello [103] que no necesita por el momento, bien porque no se ajusta al actual círculo de pensamientos, bien porque aún se encuentra lastrado con demasiado peso como para ser completamente espiritualizado”.

“El pathos de la tragedia y los chistes del clown ofrecen, cada uno por su lado, la verdad a medias; un «tono fundamental», sin sus correspondientes «armónicos»; únicamente el humor ofrece el diapasón que establece la necesaria separación, que, impidiendo oscilaciones, hace que resuenen uno tras otro”.

“Traducido a «concepto», como imagen opuesta al efecto sentimental de lo trágico y elemento complementario del mismo, el humor es capaz ciertamente de «negar» el no-yo en su conjunto; pero para ayudar al yo mismo a la redención fáctico-real, no puede bastar, desde luego, algo que por su esencia misma solo es abstracto e ideal. Lo que se alcanza con la negación de la voluntad por sí misma, tal como la entiende Schopenhauer, es algo tan inocuo como darle la vuelta al gorro de dormir: cuando lo volvemos del revés, algo que antes estaba allí, ya no está; pero lo que sucede es que ahora se encuentra en el otro lado, quedando vuelto hacia fuera lo que estaba dentro, y pasando a estar dentro lo que antes quedaba fuera”.

 

fuente: “Lo trágico como ley del mundo y el humor como forma estética de la metafísica”,  Julius Bahnsen,  Universitat de València, 2015,

Presentación, traducción y notas: Manuel Pérez Cornejo

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