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domingo, noviembre 24, 2024

El derecho de destruir nuestras cosas

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Paranaländer va a Herculano a asistir a la dialéctica negra del filósofo cirenaico Hegesías (h. el siglo III a. C.), conocido en la historia como «persuasor de la muerte» (Peisithanatos).

 

Hegesias de Cirene y la perfecta verdad de su pesimismo minimalista. Poco se sabe sobre Hegesias. Contemporáneo de la agonía del mundo de la polis, diskolos de Aristipo y cirenaico irregular, sólo se le atribuye un escrito:  “El que se deja morir de hambre “ (Apokarteron).En 2017, una nueva serie de textos fue recuperada de Herculano. Con mucho, el más importante encontrado fuera la notable obra de Hegesias de Cirene (h. el siglo III a. C.)., el Apokarterōn, “El hombre que se mata de hambre”, o traduciendo más adecuadamente el participio, “el hombre que quiere disolverse en la nada”. Sin duda, fue por este libro que el rey Ptolomeo prohibió a Hegesias enseñar: con los miasmas de su pensamiento, el filósofo – desde entonces y para siempre maldecido con el epíteto de «persuasor de la muerte» (Peisithanatos) – habría empujado a sus discípulos levantar la mano contra sí mismos y poner fin a la vida. En Hegesias, los tòpoi del pensamiento de Aristipo y la escuela de Cirene sufren una contracción e implosionan en un único agujero negro de verdad catastrófica. El resultado es un razonamiento de una simplicidad cautivadora, letal en su contundencia, deslumbrante en su lucidez. Si es posible hablar de una iluminación negra, de una luminosidad de lo negro, es a la luz siniestra y suicida del teorema de Hegesías que hay que verlos. El fin, el único fin, de la vida es el placer. El placer es el bien, el único bien, la única fuente de felicidad para el hombre. Pero el placer es algo esporádico, volátil, ahora está ahí, ahora se desvanece, nunca se puede decir que esté en nuestro poder. El placer, más bien, se nos escapa incesantemente, dejándonos abandonados al bajo continuo del dolor y del mal. La verdad es la de los pesimistas y cantantes trágicos del mè phynai, del axiomático mejor no haber nacido. Más allá de esto, es de creer que Hegesías, con su pesimismo aún inmune a cualquier wertherismo débil o kirillovismo febril, en realidad no estaba invitando a la gente a suicidarse. Más bien, enseñó una de las medicinas más eficaces y menos apreciadas de las que disponemos durante el naufragio en el océano de nuestra miseria: el suicidio no como un acto, sino como una posibilidad siempre abierta de poner fin al dolor y escapar de la masacre. El suicidio como idea, esta inteligente endorfina abstracta: ¡qué alivio! Es el Apokarterōn, por el momento, el único diálogo filosófico griego que sobrevive del período helenístico.

“APOKARTERŌN: Clearco, eres un buen hombre, pero también un ignorante. No he venido hasta aquí por equivocación, para pasar un rato a solas, sino que he venido para morir, para resistir a la voluntad.

APOKARTERŌN: ¿Y el hambre, no será un tipo de locura, si realmente es algo que nos puede “roer”, como tú dices, el estómago, y conducirle a uno a pensar obsesivamente en la comida? Si uno siente este prurito tan intensamente, ¿no será una locura? Y uno no debe volverse loco.

BIÓN: Porque yo parto del supuesto de que el hambre no es una locura, sino más bien una suerte de mensaje divino procedente de un dios, que les permite a los hombres salvarse a sí mismos. Imagina que no pudiéramos sentir un miedo terrible, que todo lo consume, como reacción a la idea de ser quemados por una vela cuando dormimos. Si el dios no nos mandase ese mensaje, ¿cuántos morirían en vano? Si tú sientes hambre, es que los dioses te están diciendo que te salves a ti mismo. Y esto no es locura, sino, por el contrario, una acción conforme a la razón.

APOKARTERŌN: ¿”Conforme a la razón”, dices? Muy bien, voy a tratar ahora de persuadirte. Si una persona sufre un arrebato y comete un crimen, como Agave, cuando estaba trastornada, ¿no diríamos que ella está bajo los efectos de la locura?

BIÓN: Cierto.

APOKARTERŌN: ¡Muy bien! ¿Y no hay momentos en los que el hambre produce el mismo efecto? ¿Qué me dices de la historia de Erysichton de Tesalia, ese afamado rey? Cuando él molestó a Deméter, la diosa del cereal conspiró con su hermana para castigar al rey, provocándole un hambre insaciable, igual que la que acabas de describir. El rey quería comer más y más, pero nada le satisfacía; ¡y para financiar sus banquetes sin fin, acabó por tener que vender no solo sus posesiones, sino a su propia hija! Y por si esta crueldad no fuese suficiente, terminó por comerse a sí mismo. No por otra cosa; no por mala voluntad, ni ignorancia, sino por el hambre misma. Entonces, ¿cómo no puede ser una forma de locura, aquello que lleva a un hombre a vender como esclava a su hija y a devorar su propio cuerpo?

BIÓN: No es claudicar aceptar una cura cuando esta se nos ofrece, amigo; estás cometiendo un crimen contra los dioses, al rechazar el pan que te estamos ofreciendo ahora. Así pues, en el nombre de la piedad y de la amistad —y de tu propia vida, ¡por Hércules!—, acepta el pan que te ofrece Clearco. Si te has vuelto loco por el hambre, deberías coger aquello que se te ofrece.

APOKARTERŌN: “Sí”, como dicen los laconios. Bión, es una verdad admirable en relación con los seres humanos, que no hay nada que ellos no puedan aprender a soportar con ecuanimidad. Es obvio que sufriré los primeros días; pero después comprendí que ya no sentiría dolor, porque este se va desvaneciendo con el tiempo. De hecho, he pasado el umbral de volverme loco por el hambre, y si me alimentases con pan, Bión, estaría más propenso a sufrirlo de nuevo, por algún tiempo. ¡Lo que tú me darías no sería la cura a un mal que apenas comienzo a poseer, sino el mal mismo!

APOKARTERŌN: Clearco, tengo la mala costumbre de creer que debo actuar de conformidad con mis razonamientos. De manera que rechazaré de nuevo el agua que me ofreces. Después de todo, según lo que hemos concluido, ¿no es el agua otro tipo de alimento?

CLEARCO: Claro que sí.

APOKARTERŌN: ¿Y no es el alimento un anticipo de más hambre?

CLEARCO: Si nos ponemos tan pedantes, por supuesto que lo es.

APOKARTERŌN: ¿Y el hambre no es una especie de locura?

CLEARCO: Quizás en su forma más extrema.

BIÓN: Sí, Clearco se muestra tan contundente, como suele ser habitual en él. Porque, de hecho, es como él dice: ¡No eres un hombre viejo! Tienes aún muchos años de vida por delante, y es tremendo desperdiciarlos marchándote ahora. Como dice Pitágoras, debes de permanecer en tu puesto, hasta que el dios te libere de él… Si es así, ¿por qué desobedecerle? Cuando un hombre anciano se mata a sí mismo, quizás está justificado para hacer algo así, y los dioses verán este acto con una mirada favorable, especialmente si con su acción él escapa de unos dolores verdaderamente insoportables, después de una larga y fructífera vida. Él ha salido del lugar que ocupaba, y en el tiempo justo. Pero tú, amigo mío, no eres Sócrates, ni tienes setenta años, ni estás listo para beber la cicuta, después de tantos años. Esto es desperdiciar la vida.

APOCARTERŌN: Si te entiendo bien, Bión, ¿me dices que los años que le quedan a un hombre por vivir tienen valor, igual que tienen valor un caballo o un lecho? Porque si algo es desperdiciado, asumimos que tenía un valor inicial, que no utilizó para aquello por lo que era justamente estimado.

BIÓN: Sí, así, es: es obvio que los años que tenemos ante nosotros tienen un valor.

APOKARTERŌN: Bien; entonces, ¿somos dueños de los años que nos restan?

BIÓN: ¡Pues claro que sí! No son años que puedan adjudicársele a cualquier otro.

APOCARTERŌN: ¿Y no tenemos el derecho de destruir aquellas cosas valiosas que poseemos, si somos nosotros sus únicos poseedores?

BIÓN: A cuando dije que eres el poseedor de los años que te quedan. Esto no es verdad, pues los años que te restan son, de hecho, una posesión de los dioses. Estoy de acuerdo en eso que dices de que tenemos derecho a destruir aquello que nosotros mismos poseemos, si lo deseamos. Pero no podemos destruir los años que nos quedan, o los de los demás, pues ellos son una mercancía valiosa que, en último término, está en posesión de los dioses, y nosotros solo somos meramente fideicomisarios, que no podemos fallar en lo que se refiere a nuestra obligación básica de guardar esta posesión tan intacta como seamos capaces.

APOKARTERŌN: Entonces, siguiendo tu razonamiento, deberíamos vivir tantos años como los dioses nos hayan asignado.

BIÓN: Así es.

APOKARTERŌN: Entonces, si yo me quitase la vida antes de que se cumpla mi tiempo, antes de que “mi cabello negro se vuelva blanco”, como dicen los poetas, ¿estoy contraviniendo lo que los dioses me han asignado?

BIÓN: Sí.

APOKARTERŌN: Entonces, ¿por qué necesitas darles a ellos más años para un mortal, cuanto los dioses ya le han asignado una cantidad en abundancia? Ellos ya han decidido lo que es adecuado, y tú no deberían añadir más. Es como si tú vieses a un hombre tirando de una caja, y tú, lleno de una enloquecida generosidad, le añadieras peso a su carga. Tú estás siendo igual de irrespetuoso con su propiedad, cuando te interfieres, aunque no se la estés robando. ¡De manera que es una afrenta a los dioses salvar la vida de un ser humano!

APOKARTERŌN: ¿Y qué señal es la que nos permite discernir una cosa de la otra? Si yo me mato a mí mismo, para escapar de la locura y del querer, ¿fue quizás el destino el que me permite esto? ¿Se supone que los dioses me asignaron este destino, pero yo me designé a mí mismo para poner fin a mis días?

BIÓN: Quizás, en algunas ocasiones, los dioses le mandan a un hombre matarse, o matar a otro, y esto concuerda con su destino, y por eso es algo pío. Pero, por Zeus, ¿te han dicho los dioses que hagas esto? APOKARTERŌN: Yo a los dioses no les he oído decir nada, Bión, ni siquiera que les estoy arrebatando algo que no es mío. Porque, la verdad, Bión, ¿cómo puede uno saber si algo concuerda con el destino, o está actuando en contra de él? ¿Cómo saber cuándo estamos actuando contra el destino, y afrentando con ello a los dioses?

APOKARTERŌN: Pues la verdad es que me he perdido, Bión, porque parece que hemos caído atrapados en un círculo. Si algo está mal, atenta contra el destino; y si algo atenta contra el destino, está mal. De hecho, dado que los dioses no me han dicho que lo que estoy haciendo atenta contra el destino, yo no puedo asumir que estoy actuando mal, robándoles algo que no es mío, cuando yo podría, realmente, estar llevando a cabo sus designios con perfecta puntualidad.

APOKARTERŌN: Entonces, si los dioses cuidan de nosotros, incluso si somos meramente artículos de lujo, entonces en cierto sentido ellos todavía nos necesitan.

BIÓN: Sí, los dioses nos necesitan.

APOKARTERŌN: ¡Entonces los dioses no son autosuficientes, y esto va en contra de lo que dijimos antes, de manera que hemos actuado mal contra nosotros mismos!

APOKARTERŌN: Pero, ¿es hacer a un hombre feliz lo mismo que remediar los males que sufre?

BIÓN: ¡Es lo que diría yo, evidentemente! Un hombre sin problemas es un hombre feliz.

APOKARTERŌN: ¿De modo que un hombre que no sufre es feliz?

BIÓN: Sí.

APOKARTERŌN: ¿Entonces, un hombre que prefiere morir a vivir no sufrirá?

APOKARTERŌN: Lo que decidáis hacer con vuestros dolores no es asunto mío; porque solo estoy sopesando por mí mismo el mejor curso de acción, que no es otro que evitar el dolor en su totalidad. Algunos hombres pueden elegir soportar la vida, conociendo estos argumentos, pero yo no puedo hacer nada más que verlos sufrir por su peculiar forma de locura. No; llamaré a las puertas del Hades, como he elegido, más bien que sufrir esto por más tiempo. ¿Qué mejor destino se le reserva al filósofo que evitar el dolor? ¿No fue Tales el que le dijo a Solón que deberíamos evitar el matrimonio y la familia, para evitar sufrir el dolor de perderlos? ¿No consideraba Platón toda la filosofía como una preparación para la muerte? Tú me dices que no soporto mi vida filosóficamente; pero para un filósofo, no veo qué otra cosa puede hacer con sensatez. Los dolores han de ser evitados, puesto que ellos, simplemente, dominan sobre el placer, tanto por su intensidad como con el paso del tiempo. Así que debo irme”.

 

fuente: APOKARTERŌN. Traducción de MANUEL PÉREZ CORNEJO, Viator,

https://www.mainlanderespana.com/single-post/apokarteron-el-di%C3%A1logo-perdido-de-hegesias-de-cirene

Fuente original en inglés: John Henry. University of Melbourne, Classics, Graduate Student (unimelb.academia.edu)

 

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