Paranaländer encuentra en un reciente libro meditativo de Moncho Azuaga la mejor definición posible del poeta en tanto sino heroico antes que vulgar oficio.
El texto imposible (Arandurã, 2023) de Moncho Azuaga se publicó antes de que termine el año 2023, cuatro meses después de haberse acreditado el Premio Nacional de Literatura.
El libro lo he leído como una breve e intensa meditación sobre la poesía, poesía como oficio, anacronismo, subversión barrial, tekove achy del comepalabras (hallazgo inesperado con que define al poeta, y que cual anillo de fantasía me quedé al terminar la lectura), yagua piru, sacrificio silencioso e impago, resurrección, flor del paraíso perdido de enero…
Sus estaciones principales son los poemas “Poesía en rosa”, “El otro libro”, “Inadmisible poesía “, “Ñembo’e”, “Cuando la poesía me fue negada”, “Poesías en la era del mercader”, “Poemas del hambre “, “Canta con el alba”, “Todo podría empezar por esta página en blanco”, “Oficio”.
En “Poemas del hambre” está (casi) el quid de la cosa.”Hace tanto tiempo/que el poeta solo come vanas,/hermosas, inútiles palabras”.
La claridad apavorante de esta imagen no puede ser más literal y justa: el poeta como comepalabras continuo y eterno. El poeta solo puede ser comiendo palabras (saborear incluso sus frutos más ácidos, agrios, nauseabundos, francamente feos e indigeribles).
Su esencia, más que mero oficio o tekhné, es eso, vivir paladeando palabras, vanas o bellas, palabras, palabras, palabras, por citar al bardo inglés, flatus voces, casi nadas, asaditos de palabras, ensalada de palabras, cóctel de palabras, kaguyjy de palabras, mbeju de palabras, orgia constante con las palabras .
Es un destino, una marca existencial, como la quema la piel del loco o del chamán.
Agradezcamos a Moncho, asunceno afinado en Valle Apu’a, esta comprensión profunda del verdadero ser (geist, ayvu, alma) del poeta como comepalabras.
El comepalabras de Moncho me remite inmediatamente al comebarato de Bernhard. Ambos comparten la fatalidad como flecha vital, uno come cosas invisibles, espirituales, de difícil o nula masticación. El otro como lo que pueda alcanzar, lo que resta de la fiesta campestre del mundo, la bazofia del gulag, el agua chirle del campo de concentración…
En suma, el poeta es un agente de nutrición universal, poco piensa en su encebamiento. El poeta es la verdadera FAO, alimenta el mundo a pesar de sí, contra sí casi siempre.
Los poetas como Moncho- Ñandejára lo malcrie- entretienen y, a la par, enseñan.