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domingo, marzo 9, 2025

La primera novela paraguaya fue escrita por un paraguayo

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Paranaländer, harto del malentendido sobre la primera novela parawayensis, pone los puntos sobre las ies y los apellidos correctos sobre las obras pertinentes.

Así mismo, la primera ‘novela’ paraguaya “El viaje nocturno de Gualberto o recuerdos y reflexiones de un ausente” (Imprenta E. Pérez,  calle 40 y 42 Broadway), fue escrita por el paraguayo llamado J.C. Roenicunt y Zenitram (nombre de pluma anagramático del Coronel Juan Crisóstomo Centurión Martínez (1840-1902 dice el Diccionario de Méndez Faith y Wikipedia, 1903 dice el Diccionario de Nickson y el Curso de Vallejos.

El quid pro quo del pionero en la novelista parawayensis-aún hoy en pleno siglo XXI hay criatura bípeda que sucumbe a él- es quien nos ha dictador este largo párrafo inicial. Uno de sus propiciadores es el “Curso rural de narrativa  paraguaya” (1973) de Roque Vallejos.

Crisóstomo nació en Itaguá (rincón de piedra, en guarani), estudió con Idelfonso  Bermejo en el Aula de Filosofía.  Fue becado por Carlos Antonio por cinco años al King’s College de Eton . Fue secretario del Mariscal. Herido en la segunda batalla de Tuyuti (condecorado con la Medalla de Amambay, cuya inscripción reza: ‘Venció penurias y fatigas’), alcanzó el grado de coronel. Colaborador de El Semanario. Codirector de Cabichui con Natalicio Talavera. Juez en los ignominiosos Tribunales de Sangre de 1868.

Expulsado por los aliados,  volvió a Londres, casó con la pianista cubana mientras ejercía abogacía en La Habana y volvió al país en 1878 tras publicar su obra narrativa en Nueva York.

Entre 1882-1888 fue fiscal general del Estado y miembro fundador en 1887 del Partido Colorado (da para una tesis: ‘El Partido Colorado y la narrativa parawayensis‘). Una facción anti-lopizta del coloradismo anuló su nombramiento al cargo de ministro de Relaciones Exteriores. Senador entre 1895-1902. Su monumental autobiografía “Memorias o reminiscencias sobre la guerra del Paraguay “ fue escrita entre 1894 y 1901. Reeditada  por Guarania (Buenos Aires, 1944. 1° edición Bayres 1895, 2° edición Asunción 1901).

Sus otras obras son: “Los estudiantes de López “ (La Democracia,  1882), “Una palabra sobre el Paraguay  en la primera época  de su independencia” (s/f).

La génesis y eclosión de la narrativa parawayensis es deslumbrante. El libro tiene 3 partes, una introducción donde un compañero de Gualberto nos da detalles del narrador (oral), la narración propiamente dicha del viaje fantástico/fantasmal de Gualberto transcrita por el introductorio que firma el té to y un epílogo auto conmiserativo por la poca virtud del narrador/transcriptor que se convierte en un panfleto antibelicista, furibundamente pacifista.

Cuenta con muchas citas de autores clásicos y europeos (Horacio, Cicerón, Homero, Virgilio, Ovidio, Balzac,  Chateaubriand,  Sué,  Renan, Byron, Mayne Reid, etc.).

Nada de guaraní/jopara, apenas en la toponimia/botánica (ñandypa/jagua, anona/araticú,  yvyra curuzu,  ysypo,  etc.).

El género iniciático de nuestra literatura es muy extraño. Diría que es fantástico.  Gualberto cuenta el viaje (nocturno,  por ende onírico, que parece más una duermevela, un largo pirakutu,  pues dice que ha pasado una noche en vela en la cama) de regreso al Paraguay para reencontrarse con su madre (muy mamitis el muchacho, doblemente, pues el libro está dedicado a su madre), hermanas y la choza a 70 leguas de la capital (evidente alternativa ego de Crisóstomo es nuestro viajero). Antes pasa por encima de los campos de batalla regados de sangre paraguaya por donde vivió la guerra Guasu.

Tiene un momento Nicholas Ray, en aquel western en que Mitchum regresa a su pueblo y se reencuentra con unos objetos-fetiche de su infancia. Aquí Gualberto vuelve a encontrar la canoita elaborada por él mismo cuando cachorro. La extrañeza está en que a pesar de tratarse de un viaje fantástico,  onírico, la madre siente que la sitú es absurda e incongruente.  Siente que está dentro de un sueño concebido por el inconsciente de su hijo.

Me quedo por aquí.  Espero que la lección de la primera narrativa nacional se haya aprendido: fue escrita por un paraguayo ( y qué paraguayo!) en pleno siglo XIX. Y es extrañísima y triste.

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