En este nuevo envío para El Trueno, el escritor argentino Derian Passaglia enumera las diferentes formas de una categoría fundamental de la filosofía kantiana: lo sublime.
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Cuando pienso en el bosque (¿en cuál?) me asalta, en algún momento de ese pensamiento, la idea de lo sublime. Para Kant, lo sublime es lo absolutamente grande por encima de toda comparación. Lo sublime puede no tener forma. Es lo absolutamente grande, lo más grande, lo grande grande, lo que no tiene medida de comparación en su infinita grandeza. La única cosa con la que podemos comparar algo sublime es con nosotros mismos. Lo sublime radica en la interioridad, en nuestro propio espíritu.
Kant encuentra en la naturaleza un ejemplo modelo de lo sublime. Al enfrentarnos a la grandeza inabarcable del universo natural, se produce el sentimiento de lo sublime, que no pertenece a la forma de la naturaleza ni a ningún elemento que provenga de ella, sino que se produce en el espíritu humano y lo referimos a ella, lo depositamos en ella, como si buscáramos un término de comparación inigualable. Al enfrentarnos a lo grande, a lo absolutamente grande, a lo grande que no encuentra término de comparación en el mundo conocido, sentimos dolor y temor, que surge de la admiración o respeto que sentimiento ante el paisaje natural que se impone ante nuestros ojos, ya que somos conscientes de nuestra razón, de lo chiquitos que somos en la escala del cosmos. Entonces, lo sublime de la naturaleza nos libera y en ese proceso adquirimos conciencia de nuestra superioridad a ella.
Eliminado el recurso retórico de la comparación para lo sublime, a Kant le quedan los ejemplos:
-el amplio océano en irritada tormenta, al que no debemos confundir y llamar sublime, porque no lo es; más bien, despierta la idea de lo sublime en el espíritu al observar su caos y su más salvaje e irregular desorden y destrucción;
-citando el informe de un general que fue ministro de la Policía de Napoleón I, y que marchó a expediciones en Egipto, Kant señala la distancia necesaria para experimentar toda la emoción de la magnitud de las pirámides: no hay que acercarse mucho ni tampoco alejarse mucho;
-una primera entrada a la Iglesia de San Pedro en Roma. Un párrafo más abajo, Kant se desdice: hay que mostrar lo sublime, no en los productos del arte (verbigracia, edificios, columnas, etc) (…) ni en las cosas naturales;
-la naturaleza bruta, de la que no ofrece indicios más que a través de dos palabras: monstruoso y colosal;
-rocas audazmente colgadas y, por decirlo así, amenazadoras;
-nubes de tormenta que se amontonan en el cielo y se adelantan con rayos y truenos;
-volcanes en todo su poder devastador;
-huracanes que van dejando tras sí la desolación;
-el océano sin límites rugiendo de ira;
-una cascada profunda en un río poderoso;
-la guerra misma, cuando es llevada con orden y respeto sagrado de los derechos ciudadanos, tiene algo de sublime en sí. Kant parece referirse a un determinado código que no puede romperse: código entre mafias, entre amistades, entre amores;
-Dios en la tempestad;
-[Dios] en la tormenta;
-[Dios] en los terremotos;
-[Dios] encolerizado, pero, al mismo tiempo presentándose en su sublimidad. Kant establece una distinción en este caso, ya que lo sublime no surge al sentirnos superiores a Dios (sería locura y sacrilegio) sino cuando reconocemos la sublimidad de Él;
-masas montañosas que escalan el cielo;
-abismos profundos donde se precipitan furiosas las aguas;
-desiertos sombríos que invitan a tristes reflexiones;
-quizá no haya en el libro de la ley de los judíos ningún pasaje más sublime que el mandamiento: ‘no debes hacerte ninguna imagen tallada ni alegoría alguna, ni de lo que haya en el cielo, ni de lo que hay en la Tierra, ni de lo que hay debajo de la Tierra, etc’. El mandamiento prohíbe la adoración de falsos dioses, como era frente entre los egipcios que adoraban al sol, a un buey, a un cocodrilo. Dios no tiene comparación con ninguna figura existente, de manera que su sublimidad no puede medirse más que en lo ilimitado de la imaginación. Martín Fierro y Cruz cruzan la frontera en busca de libertad. En un sótano de la calle Garay, en una vieja casona en proyecto de demolición, Borges descubre el Aleph. Una página sublime no puede compararse con nada;
-la separación de toda sociedad es considerada como algo sublime cuando descansa en ideas que miran más allá, por encima de todo interés sensible. Bastarse a sí mismo y, por lo tanto, no necesitar sociedad, sin ser, sin embargo, insociable, es decir, sin huirla, es algo que se acerca a lo sublime como toda victoria sobre las necesidades. El Walden de Thoreau es el libro paradigmático del hombre que hace rancho aparte en los bosques, aunque Kant piense en Robinson Crusoe. En su representación del escritor, Rubén Darío lo describe en una torre de marfil, separado del mundo, del ruido, solo en su escritorio con su pluma de oro, persiguiendo la belleza;
-también la aflicción (no la tristeza abatida) puede contarse entre las emociones vigorosas que pueden ser llamadas sublimes.
Hasta acá todos los ejemplos. Según parece, lo sublime es variado, y no solo se muestra en la naturaleza bruta. No es extraño que en el siglo XVIII el máximo ejemplo de sublime lo encarne la naturaleza. Había un contacto más cercano y profundo con el mundo natural. Hoy nos parece lejana, como de un universo paralelo, aquella cosa que tenemos que salvar de la destrucción del planeta a manos del propio ser humano.