Para los lectores de El Trueno, Derian Passaglia hoy reseña Open, libro sobre la vida del célebre tenista Andre Agassi.
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Por: Derian Passaglia
Open, las memorias de Agassi escrita por el periodista y escritor J. R. Moehringer, es la versión yanqui de la brillante Muerte del padre de Knausgard. Lo que diferencia estas memorias del resto, lo que la hace especial y superior a cualquier otro libro que repase la vida de un famoso, es que Agassi vuelve la vista atrás pero no para repasar sus éxitos, no para tirarnos la lista de sus sesenta torneos ganados, no para decirnos que fue uno de los mejores tenistas de todos los tiempos, sino para construirse a sí mismo, para preguntarse quién fue o quién es, para intentar encontrar su propia identidad. Escribe para conocerse.
Durante las primeras ciento cincuenta páginas, el padre de Agassi se come el libro: lo hace entrenar duro desde los tres años de edad y le mete la presión de ser el mejor del mundo. Todos los días, todas las tardes, todo el tiempo. Andre vive entrenando. Paradigmático es el «dragón» que crea el padre, una máquina lanzapelotas que no para de tirarle pelotas a toda velocidad y que su hijo debe devolver cada vez más rápido, hasta el punto en que llega a tener pesadillas monstruosas.
Agassi confiesa desde la primera página que odia el tenis, porque no es un camino que eligió por iniciativa propia, no una pasión que descubrió por casualidad. El tenis es la cosa más horrible que le pasó en la vida y por eso tiene que intentar saber quién es él, despegarse de su padre, matarlo. El padre es el mejor personaje del libro, que desgraciadamente una vez que Andre empieza a ganar torneos e independizarse, un poco desaparece: no le brinda nunca la más mínima muestra de afecto, e incluso cuando Andre gana su primer torneo de Grand Slam, él no lo felicita, le marca los errores que tuvo.
Así, el personaje que se construye en el libro de Andre es totalmente contradictorio. Dice que odia el tenis, pero no puede dejar de jugarlo, no puedo dejarlo incluso después de los treinta años, edad en la que ya muchos piensan el retiro. De hecho, a uno le queda la sensación de que Andre podría haber sido más grande de lo que fue, porque según él mismo dice, no jugaba los partidos con el total deseo de ganarlos, no lo daba casi nunca todo de sí. Solo cuando encuentra un motivo (su fundación/escuela para niños, sus hijos) es cuando empieza a jugar de verdad. Pero para esa altura ya está viejo y reumático, aunque logra ganar algunos torneos.
Otro punto fuerte es la forma en que se narran los partidos de tenis, como si fueran thrillers hitchcokianos en donde la psicología del jugador juega un papel fundamental. Acá es donde brilla el talento de Moehringer que es capaz de introducirnos en la mente de Andre, que vacila entre la perturbación y la claridad. La cabeza parece ser lo más importante en un partido de tenis y la prosa contenida hace sentir el partido con la misma intensidad como si el lector acompañara a Agassi en la cancha. La narración de los partidos a veces parece mejor que los partidos mismos, como fui a comprobar a Youtube con un Agassi-Mevedev o Agassi-Blake, o la rivalidad eterna Agassi-Pete Sampras. Moehringer exagera situaciones, gestos, movimientos. No sé si alguna vez leí la narración de un deporte o un juego tan bien escrita.